Dice el refrán que las comparaciones son odiosas; pero son una herramienta indispensable de cualquier análisis, especialmente en las ciencias sociales. Son, además, de la esencia de la naturaleza humana. Tendemos a juzgar nuestra condición en referencia a nuestros pares y a nuestro contexto. Es bien conocido el estudio de la Escuela de Negocios de Harvard donde la mayoría de los estudiantes consultados manifestaron preferir un empleo con un salario de US$100.000 si sus compañeros de clase ganaban US$75.000, que uno de US$125.000 si los demás cobraban US$150.000.  La semana pasada el DANE publicó la Encuesta de Calidad de Vida (ECV) 2018, la cual, por primera vez, incluye resultados departamentales (las versiones tenían cifras para Bogotá, Antioquia, Valle y por grandes regiones). Este ejercicio, que encuestó en profundidad a 89.522 hogares sobre aspectos objetivos y subjetivos de su cotidianeidad, ofrece una perspectiva excepcional sobre las condiciones de vida de los colombianos, y permite hacer riquísimas comparaciones.  Aunque no es una tendencia exclusivamente vallecaucana, en mi opinión los de acá somos especialmente dados a compararnos en negativo. Quizás sea por el éxito relativo que tuvimos durante buena parte del siglo pasado, o por las dificultades que vivió la región desde fines de los noventa hasta principios de esta década, o porque nuestra diversidad dificulta la cohesión. El caso es que la ECV es contundente en demostrar como el Valle tiene algunos de los mejores indicadores del país en una gran variedad de aspectos, aunque confirma que tendemos a evaluarnos más críticamente.  En lo que refiere a la pobreza, cuando se mide por ingresos, el Valle tiene el cuarto porcentaje más bajo de personas pobres del país (20,4%), después de Bogotá-Cundinamarca, Risaralda y Santander. En este último, que la tiene en 20,1%, el indicador sube desde 2015, mientras que el nuestro baja. Cuando se toma la perspectiva multidimensional, que incorpora medidas de educación, salud, calidad del empleo, vivienda y servicios públicos, el Valle ocupa el quinto lugar (detrás de Bogotá-Cundinamarca, San Andrés, Risaralda y Santander), con una tasa de pobreza del 13,6%.  Y algo muy importante, el Valle tiene la segunda incidencia más baja de pobreza multidimensional rural (22,3%) y también la segunda menor brecha entre campo y ciudad (solo 10 puntos porcentuales). Antioquia, departamento con el que solemos compararnos, registra tasas de pobreza monetaria (21,2%) y multidimensional (17,1%) más altas, además de un brecha urbano-rural amplísima (25 puntos). Allá, sin embargo, el porcentaje que se considera (subjetivamente) pobre es del 28,6%, contra el 29,2% de aquí.  Es notable que, además de ocupar lugares muy destacados en acceso a servicios públicos y años de escolaridad promedio, y de obtener el segundo lugar después de Bogotá en cuanto a posesión de bienes durables (carro, computador, teléfono celular, electrodomésticos) por los hogares, el Valle sea igualmente segundo en una dimensión clave del siglo XXI: la apropiación de nuevas tecnologías. En lo que refiere a personas mayores de 5 años que usan internet, Valle alcanza un 75%, por debajo de Bogotá (80%), pero muy por encima de Santander (68%), Atlántico (67%), Cundinamarca (67%) y Antioquia (66%). Nuevamente, en este ámbito, la brecha urbano-rural del Valle (19 puntos) es la segunda menor del país.  Cuando le preguntan a los vallecaucanos por su nivel de satisfacción general con la vida, le ponen un 8,33 sobre 10. No resulta sorprendente que esta cifra, un poco mayor al promedio nacional, sea inferior a la de 10 departamentos con indicadores mayoritariamente peores.