El yugo de una dictadura, que no se detiene ante nada para perpetuarse en el poder, sigue cometiendo los peores delitos de lesa humanidad contra la ciudadanía libre de Venezuela. Las elecciones del 28 de julio dejaron a un régimen débil que ha respondido con su brazo armado y ha desatado una ola de represión sistemática contra quienes osan desafiar con la verdad su control. Periodistas, activistas de ONG y dirigentes políticos se encuentran en el centro de este violento huracán.

Los patrones de persecución son claros y aterradores. Vehículos sin placas, camionetas blindadas, verdugos encapuchados sin ningún tipo de identificación y motorizados que bloquean caminos y siguen de cerca grabando a las personas marcadas por el régimen. Es un guion repetido una y otra vez. Los ciudadanos que encabezaron esta gesta histórica creyeron estar a salvo por los resultados electorales que reflejaban un deseo de cambio con las actas recogidas por el pueblo; ahora, lamentablemente, esa victoria no garantiza seguridad. El terrorismo del Estado, con sus brazos armados y encapuchados, graba sus movimientos, monta alcabalas en carreteras y, lo más grave, se infiltra en cada aspecto de la vida diaria de los ciudadanos libres.

Por petición propia de quienes contaron su historia, sus nombres serán reservados. Lean con atención estos relatos de terror. Tras los patrones sistematizados de persecución, un periodista venezolano que informaba por TikTok, porque estaba censurado de los medios tradicionales, decidió no ser un rehén de Nicolás Maduro y escapar de las amenazas, pues la última fue más directa: “Crees que estás seguro porque ganaron, pero no es así. Estamos en todos lados”. Después de vivir un par de semanas en la clandestinidad, describió su travesía de huida mientras cruzaba la alcabala limítrofe entre los estados Táchira y Barinas, donde fue detenido en un retén de la Guardia Nacional Bolivariana.

Sin pedir ningún tipo de identificación, el periodista fue llevado a un cuarto aislado en el que fue interrogado por los agentes de la dictadura. El periodista se mantuvo en que iba a Cúcuta a comprar lo necesario para su bebé que estaba por nacer. “Sé que me estás mintiendo”, le dijo, sin escucharlo, uno de los verdugos y le señaló, sobre la mesa, tres carpetas amarillas. “Puedes tú mismo ver en qué carpeta estás, y cuál es tu expediente por el que te debo arrestar”, le dijo. Cada carpeta tenía un nombre: ‘Políticos’, ‘ONG’, ‘Periodistas’. Verdugos entraban y salían de la habitación. Los segundos eran horas. “Tienes dos opciones”, fue lo último que escuchó del uniformado: “Ves lo que dice el expediente en la carpeta sobre ti y quedas preso aquí, o negocias junto a tu chofer al salir de esta habitación”. La orden final fue dada por uno de los uniformados que —mostrando una foto del periodista con su familia, en la que se veía a su mujer en estado de gestación— dijo que ya su chofer había pagado y que lo dejaran ir. Un viaje que puede valer, por costoso, 200 dólares, se terminó multiplicando por 10 tras la extorsión de los verdugos.

En Colombia, el periodista se siente a salvo, pero no deja de pensar en lo que dejó atrás. Abandonar la causa por la libertad de expresión por la que ha luchado toda su vida es un golpe profundo para cualquier activista o periodista comprometido con su país. Pero en Venezuela, luchar por la verdad o por un cambio se ha convertido en una sentencia de muerte, una condena al exilio o, peor aún, una amenaza constante para la vida de tus seres queridos.

No es un caso aislado. En Trujillo, otro activista que colaboraba con la movilización de actas electorales fue brutalmente perseguido. El régimen no solo lo persiguió a él, sino que irrumpió en la casa de su madre y secuestró a su abuela de 85 años, en un intento desesperado de presionarlo para que se entregara. Y cuando logró escapar, la dictadura no dudó en detener a su esposa y a su hija de 15 años. La lógica es simple: si no te pueden atrapar a ti, destruyen a tu familia.

Este es el precio que se paga por hablar con la verdad en Venezuela. La dictadura de Nicolás Maduro ha dejado claro que no tiene límites ni escrúpulos. Utiliza la intimidación, el secuestro y la violencia psicológica para mantener el control. La disidencia, ya sea política o mediática, es tratada como una amenaza a erradicar.

¿Qué significa esto para el futuro de Venezuela y su gente? En un país en el que la represión es la norma y el miedo se ha convertido en un compañero cotidiano, es difícil imaginar un futuro en paz y libertad. La comunidad internacional no puede seguir siendo mera espectadora de estas atrocidades. La presión debe ser inmediata y contundente, porque cada día que pasa, la dictadura se fortalece a costa de las vidas y el bienestar de miles de venezolanos que luchan por un cambio.

La libertad de expresión, el derecho a la vida y a la participación política son principios fundamentales que se están sacrificando en Venezuela. Si el mundo sigue ignorando esta crisis, ¿qué nos asegura que no veamos el mismo modelo de represión expandirse a otros países de la región?