Escribo en la noche del toque de queda en Bogotá, casi 8 millones de personas estamos encerradas so pena de ser detenidas y la ciudad está militarizada, que es la manera como se hace cumplir un toque de queda.  Ayer 21 de noviembre, con el anuncio de Paro Nacional y la convocatoria a marchar se abrió un paréntesis en Colombia, que no sabemos cuándo ni cómo se va a cerrar. No lo sabemos los miles de personas que salimos pacíficamente a las calles a gritar consignas, hartas como estamos del abuso de poder, de la indolencia, la torpeza y el desgobierno. Pero lo dramático es que el presidente Iván Duque tampoco parece saber cómo, ni cuando se va a superar esta crisis, la más grave que se recuerde en Colombia en muchas décadas. Nos sumergen en el pánico, la confusión y la incertidumbre de vivir al garete, descuadernados, desgobernados.   Se escuchan a lo lejos ambulancias y disparos, y el pánico se generaliza porque desde distintos puntos de la ciudad, simultáneamente, se reporta la llegada de bandas de delincuentes a conjuntos residenciales, y hay balaceras de nadie sabe quién contra quién. Los “vándalos” organizados sabrá dios por quiénes, son una amenaza perversa que pone en pánico a los vecinos, a los amigos, a la ciudad entera, al país aterrado de pensar que en la capital esta noche los malandros van a hacer de las suyas, un bogotazo, razón de más para obligarnos a todos a guardarnos en estado de excepción.  En el silencio denso de Bogotá en toque de queda, escucho pasar un helicóptero, después una ambulancia. No me atrevo siquiera a poner música para no romper con esta rareza urbana de silencio casi absoluto, un silencio duro como el asfalto. Pienso en quienes quisiera abrazar porque tienen más miedo que yo en este momento, en los que escuchan más cerca las balas en esta noche extraña, a 20 cuadras o a 20 kilómetros de mi casa, no importa, dentro de mi ciudad.   ¿Quiénes son los “vándalos”? El modus operandi de este terror se estrenó anoche en Cali, y hoy siguió Bogotá. Vaya uno a saber quién los comanda, pero dicen que estos agentes del terror se movilizan en camionetas en medio del toque de queda, atacan coordinadamente los conjuntos residenciales y, vaya rareza, la Policía les dispara, pero no los captura. No roban, solo aterrorizan. Cuando la Policía llega, los vecinos ya están repeliendo a los supuestos asaltantes con palos de escoba o fusiles AK-47, lo que cada uno tiene a mano.  Podemos especular, desmadrarnos en palabras, divulgar los videos que evidencian la tramoya del terror, pero la verdad de lo que pasando seguramente nos la contará la historia. El Esmad y la Policía han cometido atropellos y desmanes inocultables en estos dos días del paro, han disparado contra la gente, han hecho uso desmedido de la fuerza, han molido a pata y bolillo a inocentes y se han llevado personas detenidas. Pero no ven a unos asaltantes que rondan en toque de queda. Raro ¿no? Distingamos las cosas, a ver si nos entendemos. Tenemos un presidente políticamente debilitado, que no parece tener control sobre las Fuerzas Militares. Un pueblo que hace tronar las cacerolas diciéndole que renuncie. Unos encapuchados de siempre tropeleando como siempre y vandalizando bienes públicos, como siempre. Y de remate, unas extrañas bandolas, agenciadas para inyectarle terror a la gente, para hacer sentir que “el paro se salió de madre”, y por eso es necesaria la militarización y la “mano dura”.  Transitamos tiempos aciagos, en los que se hace necesario templar los nervios y agudizar la vista, el sentido común y la resistencia. El paréntesis que se abrió el 21 de noviembre pone a la democracia en riesgo, no por la protesta sino por la respuesta. Los misteriosos atacantes nocturnos no son expresión del paro, sino la estrategia para justificar los atropellos y abusos en la represión del paro. Con su acción, y la reacción de las Fuerzas Militares supuestamente controlando la situación, intentan fortalecer a un presidente políticamente debilitado, que primero agenda un toque de queda que un diálogo social. Este paréntesis en el que estamos no es una crisis provocada por derechas o izquierdas, porque para golpear una cacerola cualquier ciudadano necesita de sus dos manos. Es la incapacidad crónica de un presidente mandado a elegir en cuerpo ajeno, arrinconado, solo y sordo al clamor de un pueblo que lo rechaza. Las cacerolas van a seguir tronando.