Poly Martínez @Polymarti Démosle la vuelta al asunto. Cambiemos el nombre y el negocio: Arturo Calle anuncia que, a pesar del esfuerzo, del 10 por ciento ahorrado para crisis y las piruetas para recibir la ayuda del gobierno que no llegó o sigue aplazada, casi tres meses de cierre y el peso de pagar una nómina de 6.000 empleados, además de proveedores y arriendos, no le dejan más opción que cerrar sus almacenes y terminar todos los contratos. Luto en Twitter. Volvamos al caso original, pero en vez de 6.000 empleados, son 3.000, y a cambio de producción en línea de pantalones o camisetas tipo polo, se marchan carnes y postres y sí, jugos de mandarina.  El protagonista, Andrés Jaramillo, fundador de Andrés carne de res, una marca tan colombiana como “Arthur Street”, con 32 años de trabajo entre guisos, fregaderos y fogones.  Canibalismo en Twitter. Ambos han creado empresa, han ganado mucho dinero por el camino, de manera lícita, pagando impuestos y dando empleo. Seguramente ambos han cometido errores y, en especial Andrés Jaramillo, ha tenido salidas en falso. Pero los dos representan, a su manera, el lado constructivo de este país. Que se pueda discutir si un tapabocas en tela debería costar 32.900 pesos o un jugo de mandarina 12.200, es otro tema en una economía de mercado. Hace una semana compré un tapabocas en tela por 3.000 pesos y el jugo de mandarina en cualquier supermercado lo consigo por mucho menos, en doble cantidad y envasado. Pero eso no hace de los dos, Calle y Jaramillo, un par de desgraciados. La lucha de clases desde la tribuna de las redes sociales está llena de lugares comunes y cae en el populismo de 280 caracteres o un micro video; terminan en el mismo trumpismo que critican al matonear al restaurantero exitoso, así como otros lapidan en sus muros a Petro por calzar Ferragamo (hay que reconocer que el propio exalcalde recurre a lo mismo para hacer política barata). Por eso, tal vez, en este país se sigue alimentando la idea de que ser rico es sinónimo de ser hijueputa; de que todo empresario tiene un negociado y una deuda con el universo, con la sociedad. Esa glotonería con el insulto es un chiste cruel ante un panorama de 600.000 trabajadores que hoy están en el aire y la perspectiva de que a ellos se sumen muchos más. Pero, adicionalmente, y lo que es más grave, refleja la inconsistencia que nos caracteriza a los colombianos, la falta de empatía real: un día donamos miles de mercados y millones de pesos para los más vulnerables, para luego celebrar y repartir tuits insultantes contra los restauranteros más famosos o locales costosos, sin entender que detrás de esos negocios hay miles de personas que dependen de su continuidad, ya sea el chuzo del menú ejecutivo o el más rocambolesco de los locales. Por ese camino, los constructores son unos desgraciados, las empresas de manufactura deberían desaparecer por abusivas y así todo, si seguimos ese hilo de la ilógica. La cuota de desempleados de junio saldrá de esos y otros negocios de distintos tamaños y condiciones; son millones de personas las que sostienen la cadena de abastecimiento o de producción, de bienes y servicios. En cada plato hay gente con familia, como la hay detrás de cada obra de teatro, pantalón, ensalada gourmet o canasta de fritanga, concierto, cafetería de barrio, sucursal de banco o librería. Ahí es donde está la crisis por atender. Por eso, que agarren a Andrés de carne de cañón, además de no aportar nada, deja tantos sinsabores.