ANTICLERICALISMO ME HA LLEGADO CASI UN CENTENAR de cartas referidas a mi artículo sobre la beatificación de monseñor Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei.La inmensa mayoría, en contra del artículo, sólo tres a favor. La proporción numérica demuestra solamente la disciplina de la gente del Opus, y la indisciplina de quienes le son ajenos: virtudes -o defectos, según se mire- que nada tienen que ver con el acierto o el error de las opiniones respectivas. El contenido de las cartas, en cambio, ilustra bien el talante del Opus, dándole razón de sobra a mi artículo: por ejemplo, la insinuación perversa de ese corresponsal que me acusa de "falsificar" la carta a favor publicada en el "Correo" de esta revista. El corresponsal me juzga, por lo visto, de acuerdo con su propia condición. Y así son casi todos. Unos me acusan, no de falsificador, sino de mentiroso: "afirmaciones peregrinas (que) faltan a la verdad"; "articulo apócrifo (?) y mentiroso"; "afirmaciones sin fundamento (que son) clara demostración de irresponsabilidad profesional". Pero las afirmaciones que citan para ilustrar mis mentiras no son de mi artículo sino de sus cartas, como esa según la cual "Franco era miembro del Opus" (yo hablaba de un ministro de Franco). Un erudito sacerdote me reprocha mis "múltiples inexactitudes (no dice cuáles), empezando por las etimologías": pero la única etimología citada en el artículo -"santo", participio del verbo "sancire"- es la que figura en el Diccionario Crítico Etimológico Castellano e Hispánico de J. Corominas y J. A. Pascual (cinco volúmenes); si está equivocada, no es mía la culpa.Muchos reclaman la censura para mis opiniones, cuya publicación les parece "inconcebible", "incomprensible", "inaceptable", "inadmisible", e "intolerable". Otros exigen "pública rectificación y retractación", y otros más, la publicación in extenso no sólo de sus cartas de protesta, sino de los miles de folios de la causa de beatificación de monseñor Escrivá. Son bastante numerosos los que se limitan a cubrirme de injurias: "estúpido" (11 veces), "imbécil" (siete), "infame" (siete),"cobarde" (cuatro), "indigno" (cuatro), "canalla" (cuatro), "bellaco" (dos, incluida una de "bellaco inmundo"), "vomitador de veneno" (una vez), "venenoso" (una vez), "vil" (una vez, acompañada de "canalla": "vil canalla"), y "solapado lacayo de la masonería capitalista" (una vez). Unos cuantos me califican de enfermo mental ("intolerancia enfermiza", "muestras patológicas de fanatismo", "irrespeto demoníaco", "resentimiento patológico"). Un traumatólogo de la Universidad Javeriana me receta medicamentos antidepresivos (tryptanol, tres en la noche). Algunos amenazan con suspender su suscripción a esta revista, y dos o tres me prometen el fuego eterno: "la Justicia Divina alcanzará a tan cobarde sujeto allá en su madriguera". Otros -lúcidamente, en vista de lo anterior- lamentan el daño que artículos así le hacen a la convivencia ciudadana: "nada constructivo para los tiempos que corren", "poco sano", "negativista","subversivo de los valores aceptados", "inoportuno (...) encontrándose nuestro país azotado por una ola de violencia".A esos me permito recordarles que no es un articulito de una página en un semanario lo que pone en peligro la convivencia, sino más bien los millones de volúmenes de escritos de los autores cristianos, desde las encíclicas papales hasta las cartas a los directores de revistas. No soy yo, simple escritor de periódico, quien lleva casi dos mil años manipulando el mensaje de amor al prójimo que dejó Cristo para predicar la intolerancia, azuzar la violencia y fomentar el odio entre los hombres; no soy yo, sino la Iglesia.Y así enlazamos con los corresponsales que consideran intolerable que alguien denuncie al Opus Dei, a su fundador, al Papa que lo declara beato y a la Iglesia que ampara todo eso con su pretensión a la verdad revelada, y que a esa denuncia llaman "anticlericalismo trasnochado". Es eso, si. Anticlericalismo. Pero no trasnochado, sino, por el contrario, con tanta vigencia como siempre mientras el clericalismo siga siendo tan virulento, tan intolerante, tan prepotente y tan activo como lo muestran, sin ir más lejos, las casi 100 cartas recibidas en defensa del Opus. Porque, como decía en el vapuleado artículo, la punta de lanza del clericalismo militante de los cristianos no es hoy la Orden Dominica de la Inquisición, con sus tenazas y sus hogueras de tortura; ni la Compañía de Jesús en la contrarreforma, con sus distingos de hipocresía; sino el Opus Dei. Esa organización semisecreta y poderosa cuyos defensores reclaman todos los castigos humanos y sobrehumanos, desde la censura de prensa hasta las llamas del infierno, para quien se atreve a recordar que, antes que beato, Josemaría Escrivá estaba empeñado en que lo hicieran marqués. Y que lo consiguió antes. Su reino era de este mundo.