“Los americanos siempre harán lo acertado después de haber intentado todo lo demás”, decía Winston Churchill tras esperar en vano durante años la ayuda de los Estados Unidos contra la marea nazi. Y por fin vino. Pero ahora no: ahora, en la insensata “guerra contra las drogas” que ya cumple varias décadas, los nazis son ellos; y siguen intentando “todo lo demás” aunque ya el resto del mundo está de acuerdo en que eso no es lo acertado. Están de acuerdo (a medias) hasta enemigos tan acérrimos como el gobierno de Colombia y las guerrillas de las Farc en sus conversaciones de La Habana, donde anuncian “avances significativos” sobre ese tema. Y se acaba de publicar un estudio preparado por la London School of Economics y firmado entre otros por cinco premios Nobel de Economía, y por el vice primer ministro del Reino Unido, Nick Clegg, en el que se reconoce el fracaso de esa guerra, perdida –como muchos anunciamos– desde el día en que se declaró. Y no solo perdida, sino colosalmente perjudicial para todo el mundo.El documento de la LSE, que se titula ‘Terminar la guerra de la droga’ y del cual no he leído sino los reportes de la prensa, resume los daños así:“Encarcelaciones masivas en los Estados Unidos, políticas altamente represivas en Asia, enorme corrupción y desestabilización política en Afganistán y el oeste de África, una inmensa violencia en Latinoamérica, y la propagación de abusos sistemáticos a los derechos humanos en todo el mundo”.Así los define, cautelosamente, académicamente, la LSE. Pero lo cierto es que los males sufridos por cada continente son transferibles a todos los demás: desestabilización en América Latina, violencia en los Estados Unidos, corrupción en Europa, etcétera. Y los “abusos sistemáticos contra los derechos humanos” cometidos al amparo de esa guerra no son solo obra de las mafias, sino principalmente de los Estados encargados de protegerlos: las “encarcelaciones masivas” en los Estados Unidos y las “políticas altamente represivas” en Asia. Ya sé que los lectores están hastiados de esta cantaleta. Pero es que la guerra contra las drogas ha sido la más grande maldición que la humanidad ha traído sobre sí misma en toda la historia, solo comparable a las guerras de religión.Aterrizo en lo que a nosotros toca, en este “balcón de esquina oceánica” que es Colombia según la efusión lírica de don Luis López de Mesa. Balcón de peligrosa esquina por el que pasan las drogas, la represión de las drogas, la plata de las drogas; y los señores de las drogas con sus políticos, sus militares, sus reinitas de belleza, sus futbolistas, sus guerrilleros, sus obispos, sus jueces, sus constructores, sus caballistas. Y digo que en La Habana se medio ponen de acuerdo el gobierno y los guerrilleros sobre la necesidad de acabar con esa guerra artificial que se sobrepone a la otra, y la alimenta. Pero entonces se atreven a decir los guerrilleros de las Farc, con desfachatez igual a la de cualquier político tradicional colombiano (y es porque ellos ya son también políticos profesionales colombianos) que ellos “expresan su firme condena y rechazo al narcotráfico en todos sus aspectos”. Lo grave, sin embargo, no es esa declaración hipócrita, referida a un delito de mero contrabando, insignificante al lado de otros de los que es responsable la guerrilla, como los secuestros o la siembra de minas quiebrapatas. Lo grave es que en ese punto específico de las negociaciones, más aún que en los demás, las conversaciones entre colombianos sobre la paz en Colombia dependen del capricho del gobierno de los Estados Unidos, principal agente responsable de que el problema de las drogas exista. El cual anunció ya que sigue considerando indispensable la extradición a su país de los negociadores de las Farc en La Habana para que sean juzgados –y están condenados de antemano– por tráfico de drogas. Y aumentó su oferta de recompensas de millones de dólares para quien contribuya a su captura. Luis Carlos Villegas, embajador de Colombia ante el gobierno de los Estados Unidos (y hasta hace poco miembro de la delegación negociadora de La Habana), se inclinó mansamente ante la orden, diciendo que sí, que claro, que ya, que listo, que esa amenaza de extradición es la mejor manera de impedir que los narcotraficantes de las Farc sigan delinquiendo contra los intereses comerciales del imperio. Como si su cargo no fuera el de embajador de Colombia en los Estados Unidos, sino el de embajador de los Estados Unidos en Colombia. O, más exactamente, el de telefonista de la embajada.