Supongo –y espero– que cuando esta co-lumna se publique habrá ganado Emmanuel Macron las elecciones presidenciales en Francia. O, por mejor decir, espero que las haya perdido Marine Le Pen. El caso es parecido al que a finales del año pasado se presentó en los Estados Unidos, cuando había que escoger (desde la impotencia: sin poder votar), entre Hillary Clinton, la mala, y Donald Trump, el peor. Entonces ganó el peor. Esperemos que este domingo en Francia haya ganado el menos malo.Nosotros le sugerimos: Nueve de abrilEl exbanquero y exministro Macron, joven político neófito y sin partido, es un neoliberal convencido; lo cual, en mi opinión, es mala cosa. Pero la abogada Le Pen, jefa y heredera del ultraderechista partido Frente Nacional, es una fascista: lo cual, en mi opinión, es cosa peor. El neoliberalismo lleva tres décadas causando graves daños en el mundo, sin duda. Pero el fascismo estuvo a punto de destruirlo, y está renaciendo. Hay que atajarlo. Y Francia debiera ser, por su todavía inmensa influencia intelectual y cultural, y por su aún considerable aunque declinante influencia política, uno de los principales baluartes de defensa contra la barbarie.Le puede interesar: Un mago de salónEsta vez la Gran Bretaña no lo ha sido, como lo fue hace 80 años. De ahí el brexit, la salida de Europa, dictada por el más cegato egoísmo del ala más estrechamente reaccionaria y parroquial del partido Tory. Marine Le Pen quiere lo mismo, un frexit – ¿una frsortie? El idioma francés, al contrario del inglés, se presta mal a la invención de palabras nuevas–. Le Pen quiere proteger de las deletéreas influencias extranjeras las fronteras, la moneda, la raza, la lengua: la fortaleza del exiguo hexágono. Quiere que Francia sea solamente la Francia de los franceses. Cerrada, excluyente, egoísta, autónoma, autárquica, poblada únicamente de franceses. Lo contrario de lo que desde hace dos siglos ha sido la mejor mitad de Francia. Y lo busca halagando los más bajos instintos del pueblo francés: el chovinismo y la xenofobia.En la raíz del fascismo está el racismo. El miedo al otro: al diferente, al extraño, al extranjero, al que es distinto por la raza o por la religión, por la ideología o por la lengua o por el color de la piel. El nacionalismo es la versión blanda, liviana del racismo, y en consecuencia del fascismo. La palabra fascismo viene de los fasci di combatimento, haces de combate, apretados y homogéneos como haces de flechas o de espigas, que conformaban las tropas de choque del partido del duce italiano Benito Mussolini, el cual tomó por eso el nombre de Partido Fascista. Luego vino el nacionalsocialismo hitleriano: el nazismo. Y con él, la guerra mundial. Todo ello como resultado del huevo original, del huevo de la serpiente: el miedo a la diferencia. Un miedo que solo se supera mediante el uso de la violencia, único modo de tratar al otro, al diferente.Le recomendamos leer: Un triste finalEse es el camino que señala el nacionalismo parroquial de Marine Le Pen, y por eso en el debate televisado del miércoles pasado su adversario, Emmanuel Macron la acusaba, con razón: “Usted es la gran sacerdotisa del miedo”. Una frase que, cambiando el género, sirve también para describir a Donald Trump en los Estados Unidos o a los promotores del brexit en el Reino Unido.Los que son de temer, sin embargo, no son los sumos sacerdotes, sino los creyentes en su doctrina. Porque son cada día más numerosos. La mitad de los votantes norteamericanos eligieron presidente a Trump. La mitad de los británicos sacaron a su país de la Unión Europea, que era un avance de la civilización. Repito: espero que este domingo haya ganado Macron las elecciones. Pero aun así, lo peligroso es que la que de verdad va ganando es Le Pen, porque va creciendo. Macron es una sorpresa: una aparición inesperada dentro de la derecha moderada francesa. Le Pen, una constante. Peor: una creciente. Según indican los últimos sondeos preelectorales nada menos que un 40 por ciento de los franceses vota hoy por ella, cuando hace 15 años solo un 20 por ciento votó en las elecciones presidenciales por su padre, Jean Marie, el fundador del Frente Nacional. El fascismo es un cáncer que crece en el organismo de la democracia. Lea más columnas de Antonio Caballero aquí