Hace unos meses, el recién reelegido presidente Juan Manuel Santos convocó en Cartagena una cumbre. No la oficial de jefes de Estado de las Américas, aquella en que los guardaespaldas de Barack Obama les pusieron conejo a las trabajadoras sexuales de la ciudad heroica, y no pasó nada más. Sino otra más íntima, de amigos personales, exjefes de Estado ya jubilados que venían a “relanzar”, dijo Santos, la según él muy exitosa “Tercera Vía” del neoliberalismo light, causante de la más grave crisis capitalista desde la Gran Depresión de los años treinta; y a “compartir sus experiencias en procesos de paz”: las del español Felipe González en la prolongación del conflicto armado en el País Vasco, las del norteamericano Bill Clinton en la eternización de la tragedia árabe-israelí, y las del británico Tony Blair en la gestación de la guerra preventiva contra Irak y su expansión a todo el Oriente Medio. Era sorprendente que Santos justificara la cumbre con la muy discutible experticia de sus invitados tanto en materia de prosperidad como de paz. Y muy poco creíble su explicación de que le debía él a Blair la reestructuración de su gobierno de régimen presidencial sobre el modelo inglés del gobierno de Blair en un régimen parlamentario (y ni siquiera el primer gobierno de Blair, que fue el feliz, sino el segundo, que se hundió en el desprestigio de las manipulaciones y las mentiras obligándolo a renunciar apenas comenzado el tercero). Por eso supuse yo que el verdadero motivo de la cumbre era que Santos quería tomarse una foto, una selfi con los famosos. Pero como esos famosos no dan puntada sin dedal (todos ellos, tras dejar el poder, se han hecho multimillonarios a punta de cobrar por sus visitas y consejos), pregunté en una columna que cuánto les habían pagado por venir. No los veía yo canturreando “¡Yo vine porque quise! ¡A mí no me pagaron!”, como payasos de Antanas Mockus. Sino cobrando. Especialmente Blair, famoso desde hace años por su insaciable codicia y su falta de escrúpulos para saciarla. ¿Por qué había venido? Mi pregunta en esta revista la contestó por radio el propio presidente Santos: su gobierno no le había pagado a Blair “ni un solo peso”. ¡Eso es un amigo! No como aquel otro, el hijo del pintor famoso, que intentó clavarlo vendiéndole unos cuadros muy por encima de los precios fijados por el mercado sacrosanto, tal como manda la Tercera Vía. Pero ahora se ha sabido que Tony Blair sí cobró. No en pesos, como había dicho el presidente, y tampoco en “una moneda de diez centavos”, como corrigió su superministro de la Presidencia, Néstor Humberto Martínez. Sino en libras esterlinas, pagadas por los Emiratos Árabes Unidos en una curiosísima operación de triangulación que reveló hace unos días el diario inglés Daily Telegraph en un artículo que contaba cómo el gobierno colombiano contrató a Blair para que lo asesorara en la gestión de regalías mineras por casi 3.000 millones de dólares. Blair sí cobro, y Santos sí pagó, aunque no en billetes, sino en especie: según el contrato investigado por el periodista Sergio Held, a cambio de su asesoría pagada por los árabes el gobierno de Colombia le abre a la empresa de Blair los más íntimos recovecos secretos del Departamento de Planeación Nacional. La Procuraduría pidió explicaciones. Los conservadores, un debate de control político en el Congreso. Salió entonces el superministro Martínez a enredar más las cosas (parece educado por el propio Blair) diciendo que la consultoría había sido sobre la transparencia y control del reparto de las regalías para que se gaste lo mejor posible: en vías terciarias y alcantarillados en regiones apartadas y selváticas. Por lo visto Blair aprendió mucho de eso cuando era primer ministro del Reino Unido. Pero aunque sí cobró los 30 millones de libras mencionados –en pesos colombianos unos 100.000 millones–, esa suma no salió del presupuesto nacional, sino que –aclaró vagamente Martínez– “nosotros acá conseguimos recursos de terceros países”. ¿Cuáles? Los Emiratos del Golfo. ¿Cómo? Por “un convenio de Estado a Estado” a través de la firma de consultoría de Tony Blair. Y si es de Estado a Estado ¿por qué tal convenio necesita una intermediación privada? ¿Para qué están los cientos de funcionarios de la Cancillería, del Ministerio de Comercio Exterior, del Ministerio de Hacienda, del propio Ministerio de la Presidencia que dirige Gómez Martínez? La triangulación –Blair contrata con Colombia, y cobra de los Emiratos– es considerada una práctica de comercio desleal: no para garantizar transparencia, sino opacidad. Y, sobre todo, tiene tres ángulos: Blair gana, Colombia gana ¿y qué ganan los Emiratos? “Estos recursos –dice el ministro de la Presidencia– fueron facilitados (¿donados? ¿Prestados? Pregunto yo) por los Emiratos con el objetivo de estrechar los lazos entre los dos Estados”. Así que tal vez Blair no clavó a Santos. Pero, fiel a su estilo, sí lo enredó. Enfundándolo, como a nuestro futbolista estrella James, en una estrechamente enlazada camiseta con el logo de Fly Emirates. Me imagino que él, que las ha usado anaranjadas, blancas, tornasoladas, y con logos cambiantes, habrá respondido con un jovial “no hard feelings”. Nota sobre las FARC: además de ser un crimen, el asalto de las FARC a los soldados en el Cauca es una estupidez.