Confieso que soy un iluso y que en determinado momento supuse que esta semana, efectivamente, estallaría la tercera guerra mundial: era una oportunidad extraordinaria para que Iván Duque demostrara que, al igual que su menú nocturno, el gobierno de la equidad está hecho de buena pasta. No soy experto en asuntos de geopolítica. De por sí, el único chiita que conozco es Andrés Jaramillo, cuyo restaurante queda en el pueblo que le otorga su gentilicio; y, aún hoy, cada vez que alguien se refiere al conflicto de Oriente Próximo, supongo que está hablando de la carretera a los Llanos Orientales que, pese a billonarias inversiones, con las primeras lluvias quedó como si la hubieran bombardeado desde un dron.

No soy experto, digo, pero confío en quienes lo son, y los analistas advertían que la explosión de un conflicto planetario tendría consecuencias imprevisibles, especialmente para la economía universal: el valor del petróleo llegaría a las nubes. Y no se descartarían nuevas alzas en el precio del Chocorramo. Sin embargo, la tercera guerra mundial nos habría tomado con lo mejor que tenemos: el veterano estadista Iván Duque, aquella versión criolla, acaso más rolliza, de Winston Chuchill, dirige los destinos de la patria; el veterano Carlos Holmes se destaca en la cartera de Defensa; la curtida Claudia Blum, experta en las complejas sensibilidades del golfo Pérsico, sostiene las riendas de nuestra política exterior. Y su mano derecha en Estados Unidos, Pachito Santos, domina las altas esferas del poder americano con la misma destreza con que Iván Duque domina la pelota. De hecho, ante la inminencia de esta nueva guerra, la canciller alcanzó a citar al embajador a una nueva cumbre en el restaurante del hotel Mandarín, en Washington, donde se reúnen cuando necesitan privacidad: –Esto es un desastre, Claudia, son un desastre: a Carlos Holmes le conseguí reunión con el Pentágono, pero no hace nada: no tiene una agenda, no tiene una estrategia. El Pentágono parece una ONG. Y mi Milo no está caliente.  Sin embargo, al final de la semana las aguas parecían regresar a su cauce, aunque en manos del presidente de Estados Unidos todo resulta incierto. La tercera guerra mundial es una oportunidad de oro para que se luzca Carlitos Holmes. ¿Habrá una tercera guerra mundial? El amago le conviene a Trump: es una cortina de humo a la medida para distraer el juicio que prospera en su contra, y de paso asegurar su reelección. Una estrategia que podría calcar de modo idéntico Álvaro Uribe para inventar una guerra contra Oriente Próximo, es decir, Venezuela, desviar la atención sobre su caso judicial y hacer elegir “al que diga Uribe” en 2022, que a mi juicio podría ser Rafael Nieto (en caso de que durante la guerra no lo necesiten en calidad de petardo). O el propio Carlitos Holmes, que ha hecho un trabajo soñado como ministro de Defensa. Saldría a tomarse el mundo de la mano del general Zapateiro. Lanzarían una bomba al aeropuerto de Maiquetía. El hongo del humo parecería un homenaje al peinado de Pachito Santos. ¿Habrá una tercera guerra mundial? Expertos aseguran que la lluvia de misiles acabaría con nuestra especie. En ese caso, en la casa no nos hemos debido meter en la costosa remodelación del estudio, que nada que terminan. Y, pese a todo, si se desata el conflicto planetario, Colombia debe aprovechar la ocasión para demostrarles a los hermanos norteamericanos que pueden contar con nosotros, ya no solo para que nos ahoguemos en glifosato, sino para apoyarlos en su cruzada universal, sea la que sea. La tercera guerra mundial es una oportunidad de oro para que se luzca Carlitos Holmes. En este momento, ya tiene extendido el mapa en la mesa de su despacho para enterarse de primera mano en qué parte exacta de la geografía queda Irán, y marcar los lugares estratégicos con las fichas del parqués con que solía matar el tiempo Luis Carlos Villegas. –El país queda sobre este golfo, ministro… –Entonces ofrezcamos la información que tenemos sobre el cartel del golfo. Y sugiramos que sometan a forcejeos a los de Hizbulá. –¿Incluyendo a Pachito Santos, ministro? –¡Cómo así, general? –Pachito también es bolá.

Podrá ofrecer al Gobierno amigo de los Estados Unidos lo mejor de nuestra inteligencia militar. Enviar un contingente del Esmad a Oriente Medio. Embutir ayatolas en carros sin marcas de la Policía. Enviar a Teherán a los Name idem, los Name Teherán, para que corrompan el sistema. Pedir a la vicepresidenta que acuse, sin pruebas, la presencia de rusos en el envío de misiles y pregunte a Alí Jamenei, durante sus rezos, a quién le está gritando. Ofrecer asesoría al ayatola del Valle de Aburrá para exportar al Medio Oriente su concepto de asesinatos aplazados. Y permitir que el Pentágono estudie a fondo a Alejandro Ordóñez para averiguar cómo funciona la mente de un fundamentalista religioso. Con semejante asesoría, Irán quedará en las ruinas. Y durará en reconstruirse lo mismo que la eterna remodelación del estudio de mi casa.