Solo son seis. Nada más. Seis vidas miserables, sin valor alguno, que salvarían a millones de seres humanos si desaparecieran. El escuálido ramillete de capos que aún sostienen un engranaje maldito –Maduro, Cilia, Diosdado, Padrino, Delcy, Jorge y Tarek– forman una satrapía en clara decadencia. Los odia su pueblo, y el mundo libre los considera unos parias.
Mirando hacia atrás, ahora lamento que María Corina Machado prefiriera frenar a sus huestes enfurecidas en lugar de animarlos a seguir hasta el Palacio de Miraflores y hacer valer a la fuerza el apabullante resultado en las urnas.
Miles corrían por las calles tras la victoria electoral sin precedentes. Derribaron estatuas del tirano Hugo Chávez y aguardaron una señal para dar el último paso, aun jugándose la vida.
De haberlos dirigido hacia la guarida de la cúpula chavista, tal vez un par de capos habría logrado huir, pero el resto estaría ahora suplicando piedad. Y el pusilánime Edmundo González, la única ficha que pudo poner la Dama de Hierro en la candidatura presidencial, andaría en Caracas preparando su toma de posesión.
Pero resulta comprensible que la excepcional líder de Venezuela, de carácter firme, inquebrantable y valiente, optara, dado su espíritu pacífico, por elegir el camino largo y tortuoso de hacer respetar la voluntad del pueblo, ante sus compatriotas y el mundo, con las actas como su incontestable argumento.
Para desgracia de los millones que soñaron en conquistar la libertad el mismo 28 de julio, arados solo del voto, tuvieron razón los escépticos que advirtieron que sin empujar a los criminales hacia el abismo jamás dejarán Miraflores.
Y eso que, tras las purgas internas y las desconfianzas mutuas, apenas quedan en la cúpula los seis matones de marras, cifra insignificante al lado del descomunal daño que causan.
Seguro que mucha gente habrá soñado alguna vez con un Marco Junio Bruto, un loco o quien fuera, que segara en su día la vida de Hitler, Stalin o Mao para librar a la Tierra y a sus pueblos de guerras, genocidios, hambrunas y otras espantosas penalidades. ¿Lo considerarían un despiadado asesino o lo elevarían a los altares?
Si la respuesta es afirmativa, ¿por qué rechazar que existe una ruta, que no es incompatible con la presión diplomática, para devolver a los venezolanos sus vidas, sus familias, su futuro, su país y su democracia?
En Colombia, Gustavo Petro acepta que el Ejército emprenda una cacería contra los “objetivos de alto valor” de las Farc-EP de Mordisco, es decir que los den de baja o los capturen. Pero repudiaría que hagan lo mismo con el sexteto que mata, secuestra, extorsiona, tortura y desplaza a millones de sus compatriotas. No solo lo rechazaría, sino que sigue respaldando a Maduro de una manera ruin, despreciable, que debería avergonzar a todos los colombianos que abrazan la democracia.
Por eso creo que cada vez somos más los que agradecemos que Erik Prince, propietario de Blackwater –compañía de mercenarios más grande de Estados Unidos–, pusiera sus ojos en Venezuela y anuncie que irá por ellos el año que viene. Y suponemos que Marco Rubio, próximo secretario de Estado, también habrá estudiado el fracaso de Juan Guaidó en 2018. Entre otros errores, no diseñaron un plan para los 700 militares que cruzaron la frontera a fin de ponerse en el lado correcto de la historia. No entendieron que no se trataba de los 700, sino del mensaje que enviaban a los miles de uniformados que permanecían en Venezuela dispuestos a unirse a un golpe de Estado.
Como los dejaron botados, la dictadura se fortaleció y la esperanza quedó sepultada hasta que apareció María Corina para desenterrarla. Porque en Cúcuta creyeron, por enésima vez, que “el buenismo” y la comunidad internacional se impondrían. Olvidaron que las posiciones débiles atornillan a las tiranías.
Nunca volveremos a tener todos los astros alineados y sería imperdonable desaprovecharlo: Marco Rubio, mayoría republicana en ambas Cámaras, Elon Musk dispuesto a impulsar el derrocamiento, Erik Prince azuzando el miedo y una dictadura tan paria y odiada como la de Ceausescu.
“Cada vez que vengan con una acción de agresividad contra Venezuela, Venezuela responderá (…). Hay que juzgar a Juan Guaidó, a María Corina Machado, a Raimundo González y condenarlos por traición a la patria”, vociferó el capo Jorge Rodríguez en la Asamblea Nacional, ante focas chavistas aplaudiendo desde sus curules. “Que sigan creyendo que van a poder con nosotros. Que siga el imbécil de Erik Prince amenazándonos de muerte. Aquí te esperamos”.
Pues vaya alistando su piyama a rayas. O escriba su epitafio. Mordieron la mano tendida, se rieron de las concesiones de Biden. Solo les quedan Petro, Sheinbaum, Ortega y Díaz-Canel en la región. Porque Putin, con el lanzamiento del misil balístico, hizo entender a Washington que no puede permitir más su bota en Venezuela.
Maduro, ahora sí, tiene los días contados. RIP.