La muerte en un bombardeo de ‘Jairo Martínez’, quien fue uno de los miembros de la delegación de paz de las FARC en La Habana, pone sobre la mesa las enormes dificultades para alcanzar la reconciliación en el país. Se trata de un colombiano más que pierde la vida en una confrontación iniciada hace medio siglo, cuando nos pusimos de acuerdo en matarnos a tiros. La noticia sacude la mesa de negociación en La Habana. Por más voluntad y esfuerzo de las partes para sentarse a conversar como si nada hubiera pasado, es natural que los estados de ánimo estén marcados por el dolor y la ira, en este caso de los guerrilleros. Igual a la indignación entre los delegados gubernamentales cuando allá les llegó la noticia de la matanza de los soldados en Buenos Aires, Cauca, o la muerte de la niña de siete años que pisó una mina antipersonal al salir de su humilde escuela. A pesar del estancamiento del 2014, es innegable que se puede conversar mejor sin el eco de las ráfagas, como ocurrió en los primeros meses de este año, desde cuando las FARC decretaron una tregua unilateral. Muchos creerán que con cada muerto se debilita la otra parte hasta obligarla a ceder. Es posible. Pero también es real que con cada muerto la confianza ganada disminuye y eso puede tener unas repercusiones fatales. Uno de los escollos para que los procesos de paz avancen es el de comprender realmente al otro, por qué actúa así, ponerse en su lugar. Al mirar los textos oficiales en el caso del bombardeo que dejó 26 muertos en Guapi, entre ellos ‘Jairo Martínez’, se ve que hay un punto de partida común, pero después se abre una brecha insalvable. La rueda de prensa ofrecida por el presidente Santos en la Casa de Nariño para dar el parte tras el reinicio de los bombardeos, el 21 de mayo, hace apenas una semana, se tituló: “¿Cuántos muertos más necesitamos para entender que ha llegado la hora de la paz?”. El comunicado de este miércoles leído por el comandante Pastor Alape de las FARC en La Habana se titula: “El destino de Colombia no puede ser el de la guerra”. El jefe del Estado dice que “es justamente ese espiral de violencia, odio, venganza y retaliación, al que nos han conducido 50 años de guerra, el que tenemos que parar y transformar en un espiral de perdón y reconciliación”. La guerrilla agrega que “Colombia necesita el concurso y la solidaridad de Latinoamérica, de los gobiernos y pueblos del mundo para salir de la horrible noche de la que habla nuestro himno nacional”. Hasta ahí las coincidencias. Luego las diferencias no sólo son abismales, sino que muestran dos realidades distintas. Dice el Estado, particularmente a través del Ministerio de Defensa, que en la operación de la Fuerza Aérea y el Ejército en la zona selvática de Guapi se rescató a un menor de edad que recibió inmediata atención y que ahora está siendo cuidadosamente tratado tanto física como psicológicamente. Los insurrectos aseguran, por su parte, que hubo varios heridos y que según los testimonios de los sobrevivientes, “fueron rematados con tiros de gracia por la tropa oficial cuando reclamaban auxilio”. ¿Quién dice la verdad? Para los organismos de inteligencia, el ataque fue justificado porque la unidad guerrillera estaba en Guapi preparando acciones militares y alistándose para sacar los embarques de cocaína con los que alimentan su poderosa máquina de guerra. O sea, ‘Jairo Martínez’ murió en su ley. Como un bandido que fue sorprendido por la muerte en el instante en que cometía un delito. Para la guerrilla, la cosa es bien diferente. “En medio del luto que nos embarga, informamos al país y al mundo que el compañero ‘Jairo Martínez’, integrante de la Delegación de Paz de las FARC-EP en La Habana” fue “asesinado” cuando “estaba en misión de Pedagogía de Paz en dicho Frente”. Es decir, murió precisamente cuando volvió de La Habana para contarles con su propia voz a los guerrilleros de base la importancia de continuar en la negociación en la isla. Porque si, como dicen las diferentes encuestas, entre el 60 % y el 70 % de los colombianos desconfían de la negociación en la isla porque no se sabe nada y “seguro” -machacan varios sectores de oposición-, “allá le están regalando a la guerrilla el país, se lo están entregando al castrochavismo”; también habría que ponerse en la piel de la guerrillerada. ¿No pensarán ellos exactamente al revés? ¿Qué la cúpula de la organización estará salvando su pellejo y ellos aquí, en las selvas y montañas, en la incertidumbre porque no se sabe lo que se está negociado en la isla? ¿Viendo pasar los días con declaraciones allá mientras aquí enfrentan al enemigo? En la medida que cada parte se sostenga en lo suyo, es muy difícil. ‘Jairo Martínez’ preparaba acciones terroristas, dice el Estado; ‘Jairo Martínez’ adelantaba una misión de paz, dice la guerrilla. Y en ese cruce de versiones, la gran mayoría se mantienen indiferentes al tema. Indiferencia y cansancio a la que han contribuido de buena o de mala fe quienes manejan la opinión pública. Un ejemplo, los más reputados analistas sostienen en las mañanas en la radio que nadie sabe qué es lo que pasa en La Habana, que eso es un secreto, cuando, en realidad, todos los acuerdos firmados hasta ahora son públicos y están en internet. Pero no les interesa porque pesa más el acuerdo para matarnos a tiros y no en escuchar el pensamiento del otro. En este contexto, ¿sirve la muerte de ‘Jairo Martínez’? * Director de Semana.com Twitter: @armandoneira