En sus Crónicas Marcianas, una obra maestra del siglo pasado, Ray Bradbury cuenta las tribulaciones de los terrícolas en su conquista de Marte. Es una lástima que no haya escrito sobre la situación inversa: los humanos conquistados desde el planeta rojo. Pues bien, les tengo una primicia. Con el respaldo de sus tecnologías de punta —telepatía, desplazamiento instantáneo, invisibilidad— el Gobierno de Marte decidió que sería importante que una misión suya asistiera a la instalación del Congreso. Todo pudieron sus integrantes observarlo sin ser vistos y sin necesidad de interactuar con nadie.

Finalizada la ceremonia, los integrantes de la misión me contaron haber visto un conjunto de personas, las más de ellas escuchando, y unas pocas hablando en turnos rigurosos, pero que no lograron entender la estricta distribución de los asistentes en el recinto. Se quedaron atónitos ante la existencia de un juego de roles cuyo sentido se les escapó. Pidieron mi ayuda para entender mejor un episodio que les pareció fascinante. Esto les dije.

Muchos tenemos en nuestras bibliotecas un pequeño libro que se titula “Constitución Política de Colombia”. Trata de elevados ideales, postula una cierta manera de concebir la autoridad y se inspira en una idea bondadosa: la paz. Compite en esa biblioteca imaginaria con muchos otros. Le va mal contra Homero, Cervantes y Bradbury; pierde incluso con un manual de cultivos hidropónicos, tema que obsesiona al propietario de ese arrume libresco.

Para colocarlo en el plano de elevada singularidad que le corresponde, no basta anotar que el librito describe en un conjunto de temas, entre los que se encuentran “Congreso” y “presidente de la Republica”. También se ocupa de los elementos centrales de una ceremonia que exactamente corresponde a lo que mis amigos marcianos observaron el 20 de julio. “¿Mera coincidencia?”, preguntaron. ¡No, en absoluto! Lo que ocurre es que quienes asistieron a ese rito creen que es obligatorio. Añadí que lo mismo consideran quienes lo vieron por televisión.

Esa conciencia generalizada de obligatoriedad es lo que constituye el mundo jurídico. Sin este asentimiento colectivo, aquel texto carecería de importancia. Imaginemos que ustedes tropiezan en la calle con dos avisos, redactados ambos en modo imperativo. Uno es una señal de tránsito que ordena parar; el otro, una valla enorme que dice “tome Coca-cola”. Es más probable que ustedes se detengan y omitan beber “la chispa de la vida”. Esta es la diferencia entre el ámbito del Derecho y el de la publicidad. Algo va de la obligación de comportarse de una determinada manera a tener la libertad de hacerlo.

Bajo este prisma podemos entender que el Presidente Petro, usualmente pugnaz, caótico, e insultante, haya hablado en tono menor, no tratando de ganar en un golpe de retórica las confrontaciones en las que está sumido, sino intentando convencer a sus adversarios de la bondad de sus iniciativas. Sabe que las mayorías parlamentarias le son esquivas y se coloca en modo de seducción, por ahora.

No es menos importante anotar que, tomando distancia frente a los malos precedentes creados por Duque, cumplió la obligación de escuchar los discursos de los adversarios. Estos, a su vez, hablaron en el mismo tono de respeto. Y a pesar de un breve momento de reproche al Presidente realizado por fuera de los protocolos, se comportaron con encomiable dignidad.

En suma, señores marcianos: Colombia tiene unas instituciones que funcionan a pesar de fallas ostensibles (el Consejo Nacional Electoral es hórrido; estamos sepultados por actos de corrupción, etc.). “¡Ah!”, fue lo único que comentaron sobre mis explicaciones antes de irse con premura en búsqueda del terrícola que quiere salvar al mundo de su inminente destrucción. ¿Lo lograron? Quizás sí. Esa sería la razón por la que nuestro Presidente no llegó a Bucaramanga.

Registradas las virtudes del evento, conviene formular algunos reparos al discurso de Petro.

Su visión apocalíptica del cambio climático no tiene posibilidad de éxito en los escenarios internacionales. Ningún país está interesado en acelerar la descarbonización de sus economías. Menos todavía los países pobres y de desarrollo intermedio. Su agenda es otra: la adaptación al cambio climático.

En Latinoamérica y el Caribe la voz de Petro es insular. México, Brasil, Venezuela y Surinam están buscando aumentar su producción de hidrocarburos dentro de la ventana de oportunidad establecida en los cronogramas de reducción en la oferta de hidrocarburos. Argentina quisiera desarrollar su yacimiento de Vaca Muerta, pero no hay inversionistas que le tengan confianza. Chile, que no tiene petróleo, lo que menos le interesa es una restricción de la oferta que le implique pagar mucho más para satisfacer sus necesidades de carburantes.

De otro lado, la idea de financiar compromisos de inversión en proyectos ambientales mediante reducción de deuda externa es inviable. La que está en poder de actores del mercado, a ellos pertenece. No la van a condonar. Aunque algunos estarían dispuestos a venderla a precios de mercado para que los gobiernos compradores luego la regalen. Que yo sepa, ninguno simpatiza con esta idea. Y menos en favor de países de desarrollo intermedio como nosotros.

El otro camino para lograr lo mismo consiste en que la banca multilateral condone segmentos importantes de su cartera, generando así una pérdida, que puede ser enorme, para sus accionistas (Colombia, entre ellos). En tal caso, esas instituciones se verían en dificultades para seguir financiando programas de reducción de la pobreza y mejora de la infraestructura en países tales como…Colombia.

¿No habrá por ahí un adulto responsable que le explique a Petro estas cuestiones elementales?

Según el presidente, la oferta de empleo solo depende de la producción. Si esta aumenta, aumentará la contratación de trabajadores y subirá el nivel general de salarios. Los numerosos estudios que sostienen lo contrario carecen, para él, de validez. Algo parecido sostuvo en los albores del siglo XIX Jean Baptista Say, un economista francés. Si fuera esa una posición correcta, las empresas no fracasarían, como muchas veces sucede, porque no logran colocar su producción en el mercado a precios remunerativos. Decirle al eventual empleador que se preocupe solo por producir, y no por la magnitud de los salarios y otros costos laborales, lo llevaría a pensar que somos unos bromistas.

Superada, al parecer, la absurda teoría del decrecimiento, a Petro parece interesarle que la economía crezca. En las ciudades el vehículo sería la economía popular, la de las pequeñas unidades que se encuentran en la informalidad. En el campo, la apuesta es por la producción campesina.

En el primer caso, la solución, nos dice, es el microcrédito, una visión incompleta. Para que haya crédito se requiere una base de fondos propios por quien va a recibirlo, y una fuente de ingresos suficiente para repagar las deudas en un horizonte temporal preestablecido. Si estos requisitos no se cumplen, como en muchos casos sucede, para garantizar el arranque de esos emprendimientos es preciso regalarles el capital inicial. ¿Existen esos fondos y los programas para aplicarlos con buen juicio? En cuanto al campo refiere seguimos en lo mismo: la formulación de ambiciosos programas, que no se cumplen, de reparto de tierras a los campesinos.

La situación es paradójica: se desdeña a los empresarios que quieren y pueden producir para centrar el esfuerzo en quienes tropiezan con enormes obstáculos para hacerlo. Quizás el gobierno podría avanzar por ambos carriles. Desbloqueando, por ejemplo, la Orinoquía para un gran desarrollo agroindustrial.

Según el presidente, la primera ola de las violencias que hemos padecido fue la de carácter partidista, que habría comenzado en 1948 y llegó hasta 1957. Una segunda sería la de tipo subversivo, encaminada a tomarse el poder por las armas que, en su opinión, “estaría terminando ahora”, para ser reemplazada por una tercera: la de las economías ilícitas.

Este planteamiento, que en lo esencial es correcto, ya lo había expuesto Petro hace poco ante la cúpula castrense. Incluyó entre los violentos de la tercera ola a los elenos, una manera evidente de negarles intenciones políticas para clasificarlos como una más de las bandas criminales que azotan el territorio. Reculó ante la furia de estos y les ha devuelto sus credenciales de nobles combatientes en pro de un mejor país.

Los estudios de campo demuestran con contundencia que esa visión edulcorada sobre elenos y farianos es contraria a la realidad. Los numerosos crímenes que a diario realizan están a la vista. De modo semejante a lo que ocurre en México, asistimos al colapso del Estado. En esta materia no es posible el acuerdo nacional al que el Presidente invita al Congreso y, por esa vía, a la sociedad civil. Hay que dejárselo saber con firme y clara voz.

Briznas poéticas. Escribe Rafael Cadenas: Enséñame, rehazme a fondo, avívame como quien enciende un fuego.