Se trata, dicen, de "la mayor compra de armas de la historia de Colombia". Ojalá no resulte como aquella primera de los fusiles sobrantes de las guerras napoleónicas que negoció hace 200 años en Inglaterra el prócer de la independencia Francisco Antonio Zea, y que duramos pagando hasta los años sesenta del siglo XX.Son, en principio, 15 aviones cazas polivalentes F-16 que los Estados Unidos les quieren vender a las Fuerzas Armadas de Colombia por la bicoca de un billón de pesos (300 millones de dólares). O quizás sean –pues el negocio no está cerrado en firme– 15 Eurofighters de la Unión Europea, o 15 Saab suecos, que son aparatos comparables en funciones y en precio. Puede leer: Los bajos instintos Bellísimos juguetes, hay que reconocerlo. Como han solido ser bellísimas las armas a todo lo largo de la historia humana. Las hachas de piedra pulimentada de la remota antigüedad, las ballestas medievales, las armaduras renacentistas cuyos mates brillos de acero una y otra vez se complació en pintar Tiziano, los lanzacohetes múltiples Katyusha, ligeros y sonoros como flautas, llamados “órganos de Stalin” en la Segunda Guerra Mundial. Una espada. Ninguna herramienta, por útil que sea –una polea, un tornillo– tiene la belleza escueta de una espada. Estos cazas polivalentes son casi como espadas: finos, amenazantes. Los hemos visto en la televisión en varias guerras recientes, desde la de Vietnam: incendiando Bagdad, ametrallando Afganistán, bombardeando las ciudades de Siria. O haciendo en el cielo piruetas de circo en la reciente feria aeronáutica de Medellín. Son pájaros de fuego que vuelan a casi 2.000 kilómetros por hora y tienen un alcance de 4.000: cuatro veces la distancia que hay de aquí a Caracas. Se entiende que a nuestros pilotos militares se les haga agua la boca soñando con volarlos: en lo que se reza un credo estarían destruyendo el palacio de Miraflores en Caracas y de vuelta para almorzar en Tolemaida. Yo también quisiera que me regalaran –o me compraran mis papás: el gobierno– un F-16. O un Eurofighter. O aunque fuera un Saab, que son los más baratos. Ahora: ¿cómo fue que supimos del negocio, de esa “más grande compra de armas de Colombia en su historia”? Por un artículo de la revista norteamericana Foreign Policy. Últimamente nos enteramos de los enredos de las Fuerzas Armadas de Colombia gracias a la prensa gringa. Le recomendamos: Sodoma y Gomorra Y ¿para qué? ‘La institución’ (traduzco: las Fuerzas Armadas) le confía al diario El Tiempo que la Fuerza Aérea tiene “la tecnología de punta (¿?) para responder a todos los requerimientos operacionales que demanda su misión constitucional: la defensa de la soberanía”. ¿Ante quién? No será ante los Estados Unidos, que llevan dos siglos pisoteándola con o sin F-16. No. Pero lo explica en la revista Foreign Policy el general Andrew Croft, jefe de las Fuerzas Aéreas del Comando Sur de los Estados Unidos: el que desde Miami (antes desde Panamá) vigila América Latina. Son para que Colombia pueda “no solo disuadir las amenazas de Venezuela y los grupos rebeldes armados (sino tener) una mejor capacidad para interceptar a los narcotraficantes”. ¿De veras? ¿Capacidad para asustar en las selvas del Catatumbo al “comandante Pablito” del ELN, o para detener desde 4 kilómetros de altura y a 2.000 de velocidad una lancha cargada de cocaína en el Caribe? Y ¿para qué? ¿Para “la defensa de la soberanía”? ¿Ante quién? No será ante los Estados Unidos, que llevan dos siglos pisoteándola con o sin F-16. O más bien, como insinúa el general Croft, para colaborar eficazmente en la posible invasión militar de los Estados Unidos a Venezuela que según el presidente Donald Trump “está sobre la mesa”. Porque, explica el general, los F-16 comprados por Colombia “permitirían la interoperabilidad con las fuerzas estadounidenses”. O al revés, si es el caso. Venezuela tiene todavía, además de sus aviones rusos y chinos, veinticuatro F-16 comprados a los Estados Unidos.