Dice Antonio Caballero, en su columna “¡Ay, los toritos...!” del 21 de enero, que los argumentos que esgrimimos quienes defendemos a los animales y nos oponemos a las corridas de toros, primitivas y salvajes u ordenadas, como él las clasifica, son pretextos espurios. Pero al leer su defensa de las segundas es imposible detener la certidumbre de que son los taurinos quienes, en su angustia, entendible, andan perdidos en una creciente y tonta falsedad. Dice Caballero que las razones que de verdad importan “son las razones a favor. A favor de los toros y a favor de las fiestas de toros” y que sus oponentes “no tienen razones porque por lo general no saben de qué hablan”. Y puede que sea cierto. No sabemos de crianza y selección de toros bravos para darles muerte, de espadas que atraviesan seres sintientes sin causarles dolor, y mucho menos de enmascarar carnicerías con retóricas taurinas. De eso no sabemos y personalmente no quiero saber. Pero sí sabemos de sociedades que evolucionan, de tiempos que cambian y de animales no humanos que sienten y que sin duda prefieren la vida a la muerte. Y no porque nuestro placer consista, como dice el columnista, “en impedir el placer de los demás” –no sorprende que un aficionado a las corridas de toros todo lo reduzca al placer–, sino porque contrariamente a su amañada creencia de que “la muerte inevitable de los toros es digna: en la pelea”, sabemos, por obra y gracias del sentido común, que la muerte de los toros no es ni inevitable –déjenlos vivir y verán que la evitan– ni digna, por más retórica melosa con la que disfracen su sufrimiento y muerte absurda. Luego dice Caballero, con sapiencia suma, y en un gesto de humanidad, que la muerte de todos los demás animales no es digna “en la ejecución infame y sin defensa a la que son sometidos”. Y en ello estamos plenamente de acuerdo: la miserable matanza en cadena de animales industrializados para consumo jamás será digna, como tampoco quienes se lucran de ella. Pero no porque la de los toros sea digna, como quiere hacernos ver lo que no es más que una carnicería, insisto; sino porque jamás será digna, ni justa, ni moral, la muerte innecesaria de ningún animal en condiciones infames para satisfacción del ser humano. Ni la de “los cerdos o los pollos, los atunes o las ratas, o los gusanos de seda”, como dice Caballero, pero tampoco la de los toros en sus fiestas –las de ellos, los taurinos. Que se dejen de retórica, porque nada tiene de poético ni de artístico un toro acuchillado y ahogado en su propia sangre. Afirmar, como hace luego, que “todos los animales padecen dolor por culpa de los hombres” –en una extraña lógica perversa que nos llevaría a pensar que debemos agradecer a toreros y taurinos por librar a los toros de esta suerte de destino fatal y brindarles la gran vida para luego masacrarlos– tampoco es justo; pues así como son millones de animales los que sufren en diferentes industrias –peleteras, cárnicas, farmacéuticas, etc.– también son miles los que hoy disfrutan de una vida plena y libre gracias a hombres y mujeres de todo el mundo capaces de brindar amor y respetar la vida en otra piel. No deja de sorprender que los taurinos se llamen a sí mismos defensores de los toros y los masacren, y nos llamen a nosotros fanáticos e intolerantes cuando lo que alegamos es el derecho de todo ser vivo a disfrutar de su porción de sol y a morir de viejo. Otro asunto es el ataque que le lanza a Petro por su audaz postura de acabar con los espectáculos alrededor del sufrimiento y la muerte de animales. Que sea o no prosopopeya o estrategia para alimentar la prensa, como afirma el columnista, no dejan de ser meras interpretaciones. Lo cierto es que sí le compete como primer mandatario, aunque Caballero diga lo contrario, así como también le competen los caballos y los niños, cuya protección tampoco parece gustarle al columnista. Todos, temas de ciudad que tienen que ver con la ética, la convivencia, el respeto y la solidaridad. Puede que Antonio sea todo un caballero, pero Petro es el alcalde. Ay, ¡los taurinos con sus pretextos espurios! Aunque digan que hay fiestas taurinas “primitivas y salvajes: las corralejas de la costa colombiana” y otras ordenadas, como “mandan los cánones”, todas hacen parte de la misma barbarie que, parafraseando a Yourcenar, sólo endurece y vuelve un poco más brutal a la humanidad. *Vocera de AnimaNaturalis Internacional, Colombia @andreanimalidad