Puede ser de Perogrullo, pero antes de gobernar, se necesita ganar. Y allí Joe Biden, exvicepresidente y candidato demócrata, cumplió. Un poco demorado, pero al final fue proclamado el presidente 47 de Estados Unidos. Falta información legal y habrá discusiones jurídicas. Pero no cambiará el resultado final. Un triunfo legal y legítimo es un triunfo. Es importante recordar la frase en estos momentos.
Se escribirá mucho sobre cómo Biden apenas derrotó a Donald Trump, el aspirante republicano. Se analizará por qué las encuestas no dieron la talla, otra vez. Se preguntará sobre el votante silencioso de Trump. Se debatirá el voto latino y cómo muchos de ellos se fueron con Trump. Se hablará de los hombres afroamericanos que optaron por la vocación de trabajo de Trump. Pero, y es consecuente, no se narrará de Trump como futuro presidente. Él fracasó.
Se convertirá en un mandatario de un solo periodo. Se une a George H. W. Bush en 1992, a Jimmy Carter en 1980 y a Herbert Hoover en 1932. No son compañeros ideales. Refleja que todo lo que hizo estos cuatro años no le alcanzó. Es posible, como dicen algunos, que se vuelva a lanzar en 2024. Será la manera de reducir el dolor. Garantizará que habrá Trump para rato y será una pesadilla para Biden.
No sabemos si la historia tratará bien o mal los cuatro años de Trump. Es tema para la academia. Lo que es claro, sin embargo, es que Trump no va a desaparecer, infortunadamente para el nuevo presidente estadounidense.
A Biden le tocará gobernar con una piedra en el zapato: Trump observando y tuiteando acerca de cada movimiento. Será el costo de ganarle al empresario. Irónicamente, el resultado fue muy bueno para Biden: lo obliga a ir al centro. En un escenario que auguraba que le daría una paliza a Trump, tendría que aguantarse al ala progresista demócrata. Nombrar a algunos en el gabinete –los senadores Elizabeth Warren y Bernie Sanders– y apoyar ideas más revolucionarias.
Ya no tiene que hacerlo. El Senado quedó en manos republicanas y Mitchell McConnell, el líder, no dejará que pasen barbaridades. Es una oportunidad para Biden. Puede ejercer su gobierno con el ala moderada, más a su estilo.
Las políticas más radicales, como imponer nuevos impuestos, no tienen cabida en el Senado. Tendrá que buscar un consenso entre los republicanos. Será difícil, pero, de alguna manera, es el terreno de Biden. Es un político de la conciliación.
En últimas, es un ambiente favorable para quienes optan por ese camino. Además, facilita los meses que siguen, ya que obliga la dedicación a lo importante: ayudar a la población a salir de la crisis de la pandemia. Aclara sus prioridades.
En el campo internacional podrá actuar plenamente. Es allí donde tiene mayor libertad, donde se le permite imponer la visión de Joe Biden. No hay controles domésticos. Habrá el regreso de una política exterior amiga, una que busca los consensos antes que la confrontación.
Estados Unidos volverá al acuerdo climático de París desde el 20 de enero. Para la Organización de Tratado del Atlántico Norte habrá alivio: los gringos de Biden adoran la Otan. Es el fin de las unilateralidades y el comienzo del multilateralismo. Un Estados Unidos amigo y no adversario.
No será fácil. Hay muchos conflictos activos que necesitan ser desencuentros. Tomará tiempo y paciencia. Pero hay voluntad. Hay un afán de enterrar la era Trump y eso se sentirá en el ámbito internacional. Un descanso diplomático.
No será sin contratiempos. Este periodo de transición será difícil; Trump nunca aceptará la derrota. Llegan meses complejos, con mucho ruido y acusaciones. Será importante que Joe Biden actúe con moderación y mesura. Afortunadamente, es parte de su ADN.