A los ojos de quienes se dedican a tumbar estatuas, ese tipo no merecería presidir la plaza principal de la Universidad Nacional. Deberían borrar de inmediato el grafiti del Che Guevara para no seguir ensalzando la figura de un criminal y un inquisidor. Ofende a los que defienden la vida y las libertades, y a los miembros de la comunidad LGTBI.

Ahora que se han metido de lleno en el revisionismo histórico, en juzgar hechos cometidos hace 500 años con ojos de hoy, es incomprensible que los jóvenes continúen considerando un héroe a un personaje siniestro cuyo legado sigue vivo en forma de una cruel dictadura.

Tampoco tiene justificación alguna y es un atentado a la memoria de quienes sufrieron sus torturas, que no rechacen con contundencia al Partido Comunista y sus signos. No existe diferencia alguna entre la bandera roja con la hoz y el martillo y una con la esvástica nazi. Ambas ideologías causaron atrocidades imborrables, asesinaron a millones de personas, fueron responsables de genocidios y todavía hoy en día tenemos que soportar a los comunistas flameando sus símbolos como si representaran algo distinto a horror, a la entronización de la tortura hacia quienes piensan distinto.

Sería bueno que los jóvenes que visten camisetas con el semblante del argentino que se unió a los Castro conocieran el verdadero rostro de uno de los que forjaron un régimen despótico que la izquierda radical sigue venerando pese a sus atrocidades.“A mí me parece que es una vergüenza seguir mostrando afiches y camisetas con la cara de alguien que es un verdadero asesino de gente que no había sido juzgada”, le dijo a la BBC el escritor cubano, exiliado en Francia, Jacobo Machover. “Hay una gigantesca mentira alrededor de ese hombre que le profería culto a la muerte desde siempre”.

El dibujo del joven con barba escuálida y boina ladeada debería ir acompañado de una frase que escribió en su diario mucho antes de unirse a los hermanos Castro: “Degollaré a todos mis enemigos”. ¿Les parece un mensaje constructivo, animoso, a sus fanáticos? ¿Acaso no les repugnaba que los yihadistas islámicos pareciera que lo habían leído y lo llevaban a cabo al pie de la letra?

También el Che confesó altivo en una ocasión: “¿Fusilar?, sí, hemos fusilado, fusilaremos y seguiremos fusilando mientras sea necesario. Nuestra lucha es a muerte”. Debía considerar que muchos merecían morir en un paredón porque cuando ya habían echado a Fulgencio Batista y controlaban la isla, mandó matar a unas 200 personas en la fortaleza La Cabaña. Buena parte de sus víctimas eran comunistas que él consideraba habían cometido alguna falta o desviado del camino que marcaban. Un ideario que abrazaron las Farc cuando fusilaban a los adolescentes, reclutados a la fuerza o con engaños, que acusaban de renegados.

Al Che Guevara también deben los campos de trabajo para “reeducar” a las mentes libres, que instauró primero en la península Guanahacabibes. Luego los rebautizaron Unidad Militar de Ayuda a la Producción, un eufemismo para ocultar lo que solo eran centros de tortura. A ellos enviaron a incontables homosexuales en señal de castigo.

Por si lo olvidaron, el Che los tildaba de “pervertidos sexuales”, contrarios al “hombre nuevo” que propugnaba el carismático guerrillero con alma de dictadorzuelo. Y no es extraño porque bebía del estalinismo, que consideraba a los gais un signo de “decadencia burguesa”. No resulta extraño que los Comités de Defensa de la Revolución que crearon para espiar y perseguir a todos los cubanos y para amedrentarlos, entregaran a los homosexuales a los carceleros como si fuesen elementos peligrosos.

Y a la juventud que luce su rostro idealizado y le aburra leer, le recomiendo una película sobre el cubano Reinaldo Arenas, escritor, poeta y homosexual declarado. Lleva el mismo título de su autobiografía –Antes de que anochezca– y la protagonizó un actor que siempre se ha declarado de izquierdas y que es de lo mejor que existe en su profesión: Javier Bardem. El poeta fue entusiasta colaborador de la revolución cubana hasta que se desencantó y expresó su desencuentro. En la cinta relata su encarcelamiento, sus tristezas, el doloroso exilio y su suicidio, producto de la amargura de convivir con la dictadura castrista.

“Los sufrimientos del exilio, las penas del destierro, la soledad y las enfermedades que haya podido contraer en el destierro, seguramente no las hubiera sufrido de haber vivido libre en mi país”, escribió Arenas en la nota que dejó a los suyos antes de quitarse la vida.

Pero ya supongo que con el Che Guevara harán una excepción, como con la satrapía cubana. Da igual que sometan a sus ciudadanos a una existencia sin libertades y que tengan que prohibirles salir de la isla para evitar una desbandada hacia los capitalistas Estados Unidos. Encumbrar a dictadores y asesinos es legítimo mientras sean comunistas.