Todas las personas, por naturaleza, defendemos nuestros cuerpos, los de quienes amamos y el sitio en que habitamos con ellos. Este acto habitual produce un conocimiento genuino, espontáneo e inevitablemente apasionado, derivado de la experiencia cotidiana procesada con un mínimo de conciencia: lo más parecido a la “ciencia infusa” que predicaban algunas escuelas religiosas para referirse al discernimiento de lo sagrado, incuestionable por su origen, como los derechos humanos, pero eventualmente… letal.Las pasiones, sabemos, incluso la indignación, el pesar o la lujuria son fuente poderosa y bienvenida de inspiración e innovación, pero también lo son de confusión y pérdida de perspectiva: con frecuencia debemos llamar la atención de las personas acerca de sus sesgos, derivados de la “infusión” cognitiva, a riesgo de que la misma pasión haga inviable el diálogo. No hay, por otra parte, nada que sea a la vez más legítimo y contradictorio que la expresión “yo sé lo que me conviene”.Las ciencias ambientales, dedicadas a entender las relaciones ecológicas de las personas con su entorno y entre ellas, se prestan de manera especial a la distorsión y el sesgo derivados del conocimiento apasionado, fácilmente transformado en ambientalismo infuso, y por ello requieren de un especial cuidado en la discusión de sus agendas de trabajo, métodos y resultados: vemos cómo la gestión del conocimiento en estos temas resbala con frecuencia, creando condiciones especialmente atractivas para los medios de comunicación.Por este motivo, acepto con gusto la invitación de Semana.com para escribir una breve columna con regularidad, invitando a debatir abiertamente la forma en que construimos, distribuimos y adoptamos el conocimiento ambiental, con que tomamos decisiones en nuestro país o en el mundo, de manera que colectivamente mejoremos la calidad de una discusión que considero profundamente deteriorada y dogmática, a la vez que comprensible pero torpemente polarizada.Llena de apasionamiento por la vida, lo que es magnífico, pero también de conocimiento infuso, que es fatal. No hay libertad ni progreso democrático cuando las preguntas que se hacen ya vienen con las respuestas incluidas, algo que practican por igual comunidades locales, gobiernos, organizaciones no gubernamentales y academias poco rigurosas, llenas de expertos... infusos.Directora Instituto Humboldt