El bullying o acoso al interior de los colegios no es un juego. Por el contrario, es una conducta grave y sistemática que debe frenarse. El matoneo en las instituciones educativas compete a administradores, docentes y estudiantes, pero también a sus familias y a toda la sociedad. Colombia es el segundo país latinoamericano de la OCDE con mayor exposición al bullying después República Dominicana y a nivel mundial ocupa el puesto número diez.
Es alarmante que año tras año se registre un gran número de casos de matoneo en el país. Un estudio de la ONG Internacional Bullying Sin Fronteras para América, Europa, Asia, Oceanía y África, reportó que entre 2020 y 2021, seis de cada diez niños en Colombia sufrieron todos los días algún de tipo de acoso escolar y ciberacoso. ¡Eso es el 60 % de todos los niños del país! Es difícil creer que a lo largo de nuestra historia la situación fuera mejor, lo más probable es que en el pasado el subregistro de este fenómeno fue la condición predominante.
De acuerdo con cifras de la Secretaría de Educación del Distrito, el año pasado en Bogotá se reportaron 2.234 casos de matoneo. Es decir que en promedio, cada día seis niños se atrevieron a reportar ser víctimas de acoso en los colegios de la capital, justo el lugar que se supone debería ser seguro para niños, niñas y adolescentes. Esa realidad con toda seguridad se replica en el resto del país de manera constante.
La Secretaría de Educación del Distrito reportó que las localidades de Kennedy, Engativá, Ciudad Bolívar y Usme, son las cinco localidades que más se reportaron casos de abuso el año pasado. En esta última localidad se presentó un caso reciente: un niño de 10 años fue brutalmente agredido por sus propios compañeros en la jornada de descanso y debido a las lesiones, tuvo que ser trasladado a un centro médico. Según los familiares del menor que ya se había realizado la respectiva denuncia ante la institución educativa. No era la primera vez que el niño sufría hostigamiento escolar.
Por supuesto que el bullying no es nuevo. Basta recordar el caso de Sergio Urrego, un adolescente que en medio del matoneo y la discriminación por su orientación sexual, decidió quitarse la vida. Se cumplen 8 años desde que se presentó esta tragedia.
Colombia es un país que sufrió, al igual que muchos otros el despojo y la esclavitud de seres humanos. Perseguimos a nuestras comunidades indígenas hasta bien entrado el siglo XX, con episodios como la guerra contra los huitotos, o el holocausto de las caucherías en la Amazonía colombiana. Tuvimos más guerras civiles que ningún otro país del orbe en el siglo XIX, con ejércitos campesinos reclutados a la fuerza, que bebían aguardiente mezclado con pólvora para perder el miedo a los horrores de la batalla. Los cortes de franela y de corbata en los años 50, son sórdidos registros de nuestra historia.
Con esta realidad de violencia en Colombian, vale preguntarse: Existen programas educativos orientados a la prevención del Bullying en los colegios? ¿Hay acompañamiento psicológico efectivo para los estudiantes? ¿Las instituciones educativas cuentan con rutas de ayuda? ¿Las implementan? ¿Existen campañas educativas permanentes para identificar casos de Bullying? ¿Qué asesoría reciben los padres de familias en los casos de Bullying? ¿Qué acompañamiento puede hacer la familia para evitar que estas situaciones avancen a tal punto? ¿Cuál es el papel de la sociedad ante estos casos?
Pensar en estas preguntas permite que hagamos un llamado al Gobierno nacional y local, a las instituciones educativas, rectores, padres, docentes, estudiantes y a toda la sociedad a reconocer que los patrones de matoneo en los colegios no son otra cosa que un rezago y un reflejo de los modelos caducos que hemos utilizado en nuestra cultura y en la sociedad a lo largo de generaciones. Modelos y narrativas cuyo objetivo era transformar a partir de la vergüenza, el atropello y la violencia, comportamientos individuales y colectivos. Expresiones tradicionales sexistas, racistas y excluyentes que, si alguna vez funcionaron, claramente ya no funcionan, porque la tecnología, la evolución social y el desarrollo humano han cambiado nuestros valores y transformado nuestro mundo. La letra, con sangre, ya no entra. El vivo ya no podrá vivir del bobo.
Es hora de tomarnos este tema muy en serio, de aprovechar las nuevas herramientas tecnológicas que nos permitan romper los códigos de silencio que siempre han prevalecido ante el matoneo, para proyectar un futuro más esperanzador, sostenible e incluyente, y así mejorar la calidad de vida de los niños, los jóvenes y sus comunidades. Esa es nuestra misión en la Fundación Colombianitos.