No hace falta describir la burla que una de las escenas más significativas para el cristianismo, como la última cena, sufrió en la inauguración de los Juegos Olímpicos de París 2024. La imagen se ha viralizado y ha causado un rechazo masivo. Según la Conferencia Episcopal francesa, este evento ofreció “momentos maravillosos de belleza, de alegría, ricos de emoción y elogiados por todos”. No obstante, también contó con una vulgar, grotesca y abusiva burla a la Iglesia católica. ¿Qué estaría pasando en los Juegos Olímpicos si la burla fuera hacia otra religión? ¿Una como el islam, por ejemplo?
No había necesidad de manchar un evento que debería ser agradable para todos. En vez de aprovechar en su totalidad la oportunidad para enaltecer el talento deportivo de las naciones, un grupo de “fenómenos”, como los categorizó el senador estadounidense Marco Rubio, realizaron un show con el que opacaron todo lo demás. Pusieron a hablar al mundo, pero no del deporte, sino de la deplorable degradación que sufre Occidente. La agenda woke incluso ha utilizado menores de edad para su propaganda. ¿No es eso materia de repudio?
Es indignante darse cuenta de que, mientras la mayoría de este grupo de personas siempre ha pegado el grito en el cielo pidiendo respeto a sus particulares conductas, rara vez se ha visto que le den ese mismo respeto a aquellos que piensan distinto. ¿No habíamos quedado en que las diferencias se respetan? La doble moral en estos discursos demuestra en realidad quiénes son y qué buscan: adoctrinar a la gente para que piensen y sean iguales a ellos.
Una rama de la izquierda radical se ha dedicado a implantar estas ideologías a lo largo del mundo. Sus métodos para conseguir dicha finalidad han sido violentos y discriminatorios. Cada vez más crece la confrontación entre lo natural y lo que ahora llaman normal. ¿Es normal que un grupo de personas se disfrace vulgarmente del otro sexo e irrespeten a toda una religión? Así como no existe un ápice de normalidad en ello, tampoco lo hay en quedarse callado frente a los abusos. Quien no sea capaz de tener un criterio lo suficientemente contundente para defender sus creencias debe replantearse la forma en que las vive.
La deliberada ofensa a las creencias religiosas de millones de personas incluso transcendió credos. Muchos fieles de otras religiones también se solidarizaron con los cristianos. Ese es el verdadero espíritu fraterno y de compañerismo del que el Comité Internacional de los Juegos Olímpicos decidió alejarse al permitir dicha intolerancia.
Hay ocasiones en que el miedo a polarizar debe ser superado y no tomado en cuenta. Defender las creencias es mucho más importante que preocuparse por ser políticamente correcto y quedar bien con todos. Poner la otra mejilla no implica parar de denunciar lo que está mal. La indignación frente a esta burla fue masiva y debería llevar a los líderes mundiales a tener posturas más contundentes sobre estos abusos. Sin embargo, sigo preguntándome, ¿qué hubiera pasado si el ataque hubiera sido dirigido a otra religión?
No todo vale.