El entonces presidente Juan Manuel Santos y Timochenko, jefe de la guerrilla Farc, firmaron la paz tres veces en 2016: en La Habana, en Cartagena y en el teatro Colón de Bogotá. Y escribe Santos: “Nunca más hubo un muerto por causa de ese conflicto”. Infortunadamente no es así, ni esas firmas son la paz en Colombia. Pero son la paz con las Farc, el principal grupo guerrillero del último medio siglo. En un libro titulado La batalla por la paz, Santos cuenta esa historia, con más ilusión que veracidad. No se había escrito nada parecido desde el famoso Canto a mí mismo de Walt Whitman: “Yo me celebro y yo me canto…”. Pero si el gran poeta norteamericano se celebraba él solo, o en su canto de elogio lo acompañaban a lo sumo los Estados Unidos, la naturaleza y Dios, el expresidente Juan Manuel Santos no solo se celebra y se canta él mismo, sino que lo celebran también todos los personajes famosos imaginables. El papa, el Fondo Monetario Internacional, Putin y Xi Jinping, con quienes “(le) tocó hablar personalmente”, los reyes de Noruega, de Suecia y de España, “con quienes tuv(o) siempre una especial relación”, la reina Isabel II de Inglaterra, quien “tuvo un detalle que demuestra su calidad humana”: hizo que en honor suyo una banda de gaiteros escoceses tocara marchas de las tierras altas. Trump, que dijo de él: “El presidente ha hecho una labor fantástica”. Y los periodistas críticos de Trump: “El presidente de Colombia parece hablar nuestro idioma mucho mejor” que el de los Estados Unidos. Ban Ki-moon. Sus amigos personales Tony Blair y Felipe González. Puede leer: Cuatro errores Se lo celebran incluso los planetas, que según él se alinean en los momentos clave de modo favorable. Y cuando la necesita recibe incluso “una pequeña ayuda sobrenatural”, a través de una bruja, que a la vez es su cuñada, y de las oraciones de su señora en una iglesia de París ante la Virgen de la Milagrosa. Y la región entera de América Latina, que, según él, le da su “abrazo”: desde Piñera y Macri y Bachelet hasta Peña Nieto y Chávez y Maduro. Y, por supuesto, Raúl Castro. En cuanto a él mismo, se compara a menudo con Abraham Lincoln y con Winston Churchill; o, en el más modesto de los casos, con Nelson Mandela. Todo lo que hace es “histórico”, todo es “sin precedentes”, todo es “un modelo para el mundo”. Cuando, por ejemplo, manda matar al jefe de las Farc Alfonso Cano a pesar de que ya están en marcha las conversaciones de paz, se lo cuenta a sus fastuosos invitados multinacionales en la Casa de Huéspedes de Cartagena –papas, emperadores, Goldman Sachs, Alejandro Santo Domingo–; y todos se quedan “naturalmente asombrados ante la magnitud del acontecimiento”. Le sugerimos: Pacto sobre la extradición Pero no se crea que a Santos lo celebran solamente por sus logros como presidente de Colombia: por haber ganado “la batalla por la paz” que da título a su libro de memorias. Sino por todo. Por haber sido el cadete más aplicado de su promoción en la Escuela Naval de Cartagena, por haber sido el mejor ministro de Comercio Exterior de la historia, por, siendo ministro de Hacienda, haber rescatado a Colombia de las fauces de la recesión en que la había sumido el presidente Andrés Pastrana (uno de los pocos que no lo cantan ni lo celebran, “por soberbia, envidia y vanidad”; a la manera de casi todos los demás expresidentes, que tampoco lo hacen: Uribe, Samper, Gaviria. Betancur sí). Lo celebran, y se celebra él mismo, hasta por haberles dado “durísimos golpes a las mafias del narcotráfico” como ministro de Defensa de Álvaro Uribe. Hace unos meses, cuando salió el libro del periodista Enrique Santos, escribí aquí que en él faltaba la mitad de Enrique. Ahora, ante el de su hermano el expresidente Juan Manuel Santos, se me ocurre que le sobran dos tercios de Juan Manuel.