Digamos la verdad: si el coronavirus aún no ha llegado a Colombia es porque sabe lo que le espera en estas tierras, pobre. Tuvo una linda ocasión de hacer su ingreso triunfal a la capital hace unos días, con Iván Duque en persona: el presidente estuvo en un recinto en Estados Unidos en el cual hubo una persona contagiada, pero –afirman los médicos– el virus decidió pasar de largo: observó a la distancia la comitiva y permitió que se fuera incólume, intacta, a lo mejor por compasión: ¿cómo habría sido la cuarentena de Iván Duque? ¿Lo habrían confinado en el Centro de Alto Rendimiento a él también, o lo guardarían en el de bajo rendimiento, su despacho presidencial? ¿Cómo soportaría estar encerrado prácticamente dos meses sin poder ordenar que le preparen el avión, como quien pide que le ensillen un caballo? Y la comitiva, encerrada con él: ¿cómo aguantaría que, durante 40 días, el presidente toque su guitarra Fender, haga coreografías para Tik Tok y devore viandas contra la ansiedad debajo de un tapabocas?
No llega el coronavirus al país, y hace bien en demorarse. Porque, a las noticias que ya padecemos, esta semana se sumó una particularmente extrema: el periodista Gonzalo Guillén publicó una investigación de la Fiscalía en cuyos apartes se dice que alias el Ñeñe, presuntamente, compró votos, presuntamente, para la campaña de Iván Duque, y no solo eso: que en primera vuelta los compró con el dinero con que iban a comprar los de Germán Vargas Lleras: todo presuntamente. Ya no hay nadie en quién confiar: ¿es eso cierto? ¿De verdad sucedió semejante robo? ¿En Colombia ya se tumban hasta los votos comprados? ¿Esa es la paz de Duque? Sé que, para evitar líos, por estos días es mejor resaltar los asuntos positivos del gobierno, asunto al que por fortuna me entrego regularmente. La verdad es que estamos ante un mandato innovador que, en su empeño igualitario, chilla por igual ante líderes sociales y asesinados por hurto, y que en su cruzada contra la fastidiosa tramitología, permite que sus funcionarios diplomáticos reemplacen farragosos y extensos cursos de inglés por una sencilla y expedita certificación notarial para poderse posesionar. Pero esta vez quiero elevar mi voz para reivindicar a un personaje muy particular, al cual, fracaso tras fracaso, Colombia entera aprendió a tenerle cariño: el doctor Germán. Sí. El Ñeñegate ha destapado detalles sobre la relación del famoso Ñeñe y el presidente Duque con los que sus malquerientes ahora pretenden atacarlo. Es cierto que tanto el doctor Uribe como el presidente aparecen en una que otra foto con el Ñeñe; que incluso Duque lo invitó a su ceremonia de posesión. Pero: ¿acaso uno no se puede tomar una, dos, tres, cinco fotos, en diversas poses, algunas conversando animadamente, con un desconocido que lo admira? ¿Acaso no puede uno invitar a su acto de toma presidencial, en buen puesto, a uno de sus fans, así no los conozca? No sé si el Ñeñe de Duque es el equivalente al Ñoño de Santos; tampoco sé si es viable un país en el que los protagonistas de los escándalos electorales, sean del bando político que sean, parecen bautizados por niños de tres años. Pero esta vez quiero que centremos nuestro corazón en el doctor Vargas Lleras, la principal víctima de toda esta historia: el hombre que cultivó con esfuerzo una sólida relación con los caciques políticos de la costa, a punta de arrojo, tenacidad y cálculo. Se tapó las narices para asistir a reuniones con todo tipo de líderes regionales, algunos de ellos incluso limpios; asistió a eternas e infernales parrandas vallenatas; sudó bajo el sol; negoció bajo la sombra; sembró, en fin, a punta de miedo o cariño, y en muchos casos de los dos, los cimientos de su candidatura presidencial sobre la base de la clase política costeña como casi nadie lo había hecho. Todo lo anterior presuntamente. Pero nada en la vida tiene sentido, y semejante esfuerzo se escurrió en el último minuto. De su faraónica candidatura quedó un porcentaje de votación deprimente que cayó sobre sus aspiraciones como un coscorrón. Y la razón del estropicio es de orden roedor: porque, por juntarse con ratas, al doctor Vargas Lleras le hicieron conejo. Qué maquinarias tan chimbas, dijo entonces, cuando conoció los resultados. Y ahora se terminará uniendo como copiloto al rival que, según la investigación, presuntamente, le robó los votos: esa será su digna forma de recuperarlos.
Como me parece que, al igual que las casas que regalaba, el doctor Germán es de una sola pieza, vale la pena elevar una voz de protesta en su favor. No hay derecho. Si los hechos fueron como los relatan, vale la pena encabezar un movimiento que lo reivindique; una ONG que lo ayude a inscribirse en la ley de víctimas; una firmatón para que le devuelvan el dinero: siquiera lanzar una Vaki para que recupere las arcas con miras a las próximas presidenciales. Para entonces no estarán ni el Ñoño ni el Ñeñe. Pero surgirá el Ñoñi, un capo electoral que aparecerá en cualquier momento. Como el coronavirus.