Esta semana en la clase que dicto en la maestría, surgió de nuevo el tema de la rivalidad entre mujeres a propósito de la insistencia de la profesora de Yale Carol Rose en torno a la mayor tendencia a la cooperación que exhiben las mujeres. Las estudiantes de la clase se molestaron con la idea de que se les asigne a las mujeres rasgos como si fueran “naturales”, pero además sintieron que esta imagen de las mujeres cooperadoras no se correspondía con lo que veían en su entorno. Vale decir que Rose es claramente agnóstica frente a la existencia de rasgos “esenciales” o “naturales” en las mujeres y su propósito no es reivindicar que las mujeres sean mejores que los hombres, sino precisamente mostrar que las mujeres pierden en el juego social precisamente porque se asume que van a cooperar más o porque en últimas les toca cooperar más.

En efecto, el aporte de Rose a la manera en la que pensamos la distribución de recursos entre hombres y mujeres, es que pone en el centro el género. De manera sencilla podría decirse que Rose reemplaza la idea del individuo racional por la idea del individuo con género: los seres humanos somos racionales pero socialmente nos distinguimos en nuestra relación con la propiedad. Los individuos hombres aprenden, y se les exige, pensar solamente en ellos mismos, hasta el punto de romper las reglas si es necesario. Los individuos mujeres se orientan a satisfacer las necesidades de los otros y son altamente respetuosos de las reglas porque ellas representan precisamente las necesidades de los otros. A Rose le preocupa cómo la estrategia de las mujeres resulta desfavoreciéndolas, a pesar de que muchos discursos sociales reivindican la idea de cooperar. En este sentido se alinea con muchas pensadoras de finales de los ochenta y principios de los noventa que subrayaban que las mujeres debemos aprender a obrar en beneficio propio y los hombres a cooperar. Lo que está ausente en el análisis de Rose es una mirada a cómo operan las mujeres entre sí y los hombres entre sí. En estos casos nuestra experiencia es que los valores se invierten: parecería que las mujeres somos incapaces de cooperar entre nosotras y frente a otras mujeres solamente obramos en beneficio propio, mientras que los hombres son muy buenos cooperando entre sí cuando se trata de excluir a las mujeres. Estos espacios generalmente no los pensamos como espacios de la propiedad sino de la amistad o del amor. Así, las dificultades de las mujeres de formar amistades duraderas con otras mujeres es un tema que ha preocupado a muchas. En los sesenta y setenta esta competencia entre mujeres se explicó doblemente como resultado de que las mujeres estuviéramos sometidas a competir entre nosotros por los hombres, y como efecto de estrategias de aislamiento que permitieran a los violentos seguir actuando incorrectamente. Piénsese por ejemplo en todos los casos en los que las parejas les exigen a las mujeres dejar de visitar a la mamá, a la hermana o a la mejor amiga porque “le meten ideas raras en la cabeza”. Piénsese en las mujeres que les creen a todos los hombres casados con los que inician relaciones románticas que lo que pasa es que sus esposas no los tratan bien, son depresivas o no los quieren, como si fuera un rasgo natural de las mujeres casadas ser infelices o maltratadoras.

Lo que han mostrado los análisis más recientes, es que esta dinámica de cooperar entre hombres y competir entre mujeres debe ser tenida también en cuenta en el proceso de asignación y distribución de la propiedad. No es solamente que los hombres compitan entre ellos por los recursos; de hecho, los hombres tienden a cooperar mucho entre hombres. Estas conexiones, a las que hoy en día se hace referencia como parte del capital social que permite a las personas obtener recursos y acumularlos, existen entre aquellos a los que les está permitido “ser amigos”. A los hombres y mujeres, en general, les está prohibido. Al celebrar el amor y la amistad sería bueno que visitáramos nuestras ideas de amor y amistad a la luz de los retos que trae para nuestra cotidianidad creer en la igualdad entre hombres y mujeres. Porque aunque parecería una meta vieja y superada, todavía nos plantea interrogantes y nos hace exigencias que no siempre estamos dispuestos a abrazar.