Pocos artistas o intelectuales han interpretado tan bien a América Latina como Don Roberto Gómez Bolaños. Latinoamericanos de varias generaciones aprendimos y nos reímos a través de sus personajes y todos tenemos uno predilecto. El mío es el ‘Chapulín Colorado’. Merece todo un tratado, pero en la estrechez y la urgencia de una columna hay que establecer prioridades: La chiquitolina es la apropiada. Esa pastilla potente para empequeñecerse y poder pasar debajo de las puertas o por pequeños agujeros para cumplir la misión. Los debates electorales colombianos de 2006 están siendo un perfecto laboratorio de las aplicaciones de la chiquitolina a la política. Empecemos por el Partido Liberal, el único partido político que se atribuye el calificativo de “Gran” como parte del nombre propio. Ignoro si en la personería jurídica aparece “Gran Partido Liberal”. Pues bien, la estrategia de salvamento que puso en marcha César Gaviria fue darle chiquitolina, algo así como empequeñecerlo para que no desapareciera como colectividad caracterizada. El éxito de Gaviria –ya sabemos– fue clamoroso. Logró convertirlo en la tercera fuerza política del país, detrás del Partido de la U y del desahuciado Partido Conservador. Después de establecer unas reglas del juego precisas, el electorado liberal le dio otra dosis de chiquitolina al Partido “de López y Lleras”, como se dice: Eligió a Horacio Serpa en la consulta interna. La chiquitolina resultó tan eficaz, que ya la meta del Polo Democrático es ganarle al liberalismo en la primera vuelta Presidencial y ahí sí dejarlo, de tercero tercero. Estas artes chapulinescas no pueden ocultar la realidad cruda que dice que el verdadero ganador de la consulta liberal fue Álvaro Uribe, por más que le disguste al mismo Presidente, y a los liberales, por supuesto. El Polo Democrático ha hecho un malabar parecido. En los muñequeos de su dirección nacional, Petro y compañía le formularon una dosis de chiquitolina que impidió que el Polo se abriera a nuevos sectores y le disputara la centroizquierda al cansado y desprestigiado Partido Liberal. No dejaron entrar a María Emma Mejía y defenestraron a Antonio Navarro. Después, la consulta interna ratificó el golpe de mano de los dirigentes al elegir a Carlos Gaviria Díaz. Así, lo que pudo ser un ascenso deslumbrante del Polo en las elecciones parlamentarias resultó en un resultado apenas aceptable, si es verdad que el Polo aspira al poder y no simplemente a hacer parte del folklor electoral. El cálculo de Petro y Robledo es que la figura respetable de Gaviria les permita sobrevivir como jefes, hasta cuando el año entrante Garzón y Garzón empiecen a decir sus verdades. Ante tantas artes empequeñecedoras, algunos medios de comunicación se han dedicado ahora a inventar la contra, todavía sin nombre. Y, entonces, uno ve esos esfuerzos enormes y cotidianos por engrandecer a los enanos. Es sorprendente cómo un candidato con una favorabilidad del 0%, como Álvaro Leyva, a quien Salud Hernández llama con razón “mandadero”, moja radio, televisión y revistas, en proporciones que envidiaría cualquier deportista o cantante. Ahora comienza la tarea titánica de convertir los grises candidatos a las vicepresidencias en grandes personajes de la política, cuando nunca han salido de la literatura o la administración. ¡Si hubiera fórmula para engrandecer a los pequeños, ya el ‘Chapulín Colorado’ la habría usado! La pregunta del millón de políticos y politólogos es por qué Uribe no rebaja. El ‘Chavo del Ocho’ diría que ya la chiquitolina que había se la gastaron los demás. Así las cosas, el escenario presidencial es de lo más parecido al vecindario de Doña Florinda: el profesor Jirafales más seis enanitos. Para ser tiernos, como Serrat, digamos seis locos bajitos.     Jorge Giraldo Ramírez Profesor Universidad Eafit