Ahora cuando el país ya anda metido en plena campaña política y crecen como la mala hierba la cizaña y la mentira, cuando se despiertan intensamente las bajas pasiones en este imprevisible mundo tomado por las redes sociales que acaban sin juicio de por medio la reputación de una persona o una entidad, valdría la pena un sorbo de agua y brindar por la reflexión.Micrófonos químicamente enervados, cadenas de WhatsApp, trinos ligeros de contenido, fotomontajes, columnas con intereses ocultos, filtración de piezas de expedientes judiciales cuidadosamente editadas, informes ‘periodísticos‘ sin contrastación de fuentes y el activo radiopasillo hacen parte de toda la artillería disponible para acabar con el buen nombre o la reputación de una persona, entidad o funcionario público.  No es un tema nuevo, por supuesto. Dicen el texto bíblico que Caín era la mata de la envidia, y desde ahí quedó con el rótulo de ser uno de los primeros fratricidas de la historia. Sócrates fue condenado a muerte por un rumor que circulaba por Atenas que lo señalaba de corromper a los jóvenes y promover deidades diferentes a las que guiaban sus vidas. Desde los tiempos de los griegos hasta nuestros días, el rumor, el chisme le ha ganado la carrera a lo fáctico. Esto ha sido una lucha constante en todos los campos de la evolución de la sociedad y eso se ve reflejado en las posturas filosóficas, en los postulados religiosos y en las concepciones políticas de las revoluciones sociales. A un costo alto por supuesto. Nada más destructivo que el rumor letal y su efecto social con heridas profundas a mediano y largo plazo. Por eso, algunos estudiosos lo asocian con un juego de suma cero donde nadie gana porque las ‘victorias‘ solo existen en la mente del que causa el daño. Así como no hay almuerzo gratis, no hay rumor sin una intención de fondo y una fuente detrás. La generación espontánea no aplica en este caso.Los análisis de esas conductas destructivas aún nos deben más explicaciones sobre nuestra naturaleza humana proclive a acabar dignidades con base en rumores infundados. Hoy la facilidad de los mecanismos digitales de divulgación de fake news y similares toman un cariz particular cuando entra en juego la dignidad o la moral de un ser humano. Así, las redes como transmisoras del rumor infundado se convierten en una plataforma óptima para desfogar nuestros odios, pasiones, envidias y frustraciones, no importa que se hagan cabalgando sobre la dignidad de alguien. En sus reflexiones sobre la violencia, expuestas con acierto en su libro Contra el odio, la periodista y ensayista alemana Carolin Emcke dice algo que encaja en lo que vemos a diario en Colombia: “El otro es aquel a quien cualquiera puede denunciar o despreciar, herir o matar impunemente”. En nuestro caso ese “otro” puede ser el que piensa diferente, el que cuestiona, el que no se arrodilla o simplemente, como en la fábula del Sapo y la Luciérnaga, el que brilla mucho. Si bajamos el debate a lo coloquial en busca de una explicación aproximada de lo que nos pasa, habría que darle la palabra al recordado ciclista  Cochise que alguna vez dijo que en Colombia la gente no muere de infarto sino de envidia.*Rector Universidad Autónoma del Caribe