Será el mejor antídoto contra el populismo destructivo de Gustavo Petro. Si a Claudia López le va bien, no solo Bogotá sino Colombia ganarán. Su gestión, de resultar positiva, supondrá un paso gigante para que un candidato razonable, y no un incendiario, venza en las próximas presidenciales. Aunque una parte de quienes detestan y temen a Petro piensan que ambos políticos son idénticos, la verdad es que están en polos opuestos. Comenzando porque Claudia cree en la democracia y respeta la Constitución, mientras que el ególatra los considera medios necesarios ahora, y prescindibles después, para coronarse caudillo perpetuo, al mejor estilo Evo Morales.
No olvidemos que Petro practica el peligroso juego de dividir a la sociedad, azuzando el odio de clases, denigrando la economía de mercado y generando la percepción de que los perversos son las víctimas que reclaman justicia y no quienes empuñan las armas con cualquier excusa falaz. Claudia, sin embargo, que fue una candidata dura y vociferante, comprendió enseguida que una cosa es hacer campaña y oposición, y otra ponerse al frente del timón. Detuvo la peleadera, se quitó los guantes, bajó del ring y comenzó a estrechar manos y tejer alianzas con rivales. La carta de Duque que leyeron en su toma de posesión refleja el espíritu abierto de los dos y las ganas de anteponer el interés general al particular. Ojalá que ni las ansias presidencialistas del ministro de Defensa ni la presión de los antifuribistas del entorno de Claudia interfieran en una relación beneficiosa para Bogotá. Si bien lo que los bogotanos esperan es una alcaldesa concentrada en su ciudad, es imposible desligar su papel del panorama general. Y el de América Latina es preocupante. Que a estas alturas una propaganda muy bien orquestada consiga convencer a la región de que el milagro chileno no es real, sino una distorsión informativa, que el país latinoamericano que más progreso ha generado para los suyos requiere una cirugía de fondo para transformarlo en un régimen estatista emite una clara señal de alarma. Algo similar ocurre en Colombia, donde las marchas de 2019, que seguirán este año, sacaron a flote el hondo resentimiento que late en una sociedad muy inequitativa desde tiempo inmemorial. En un mundo de píldoras informativas superficiales, sesgadas y con frecuencia mentirosas, resulta más fácil vender remedios populistas, resumidos en frases de impacto, que los realistas, que siempre exigen, además de voluntad, tiempo, sudor y lágrimas. El problema para Petro es que en el universo de la izquierda también sienten cercana a Claudia, representante de la nueva manera de hacer política. De ahí que muchos jóvenes, adictos a las redes sociales, vean en Petro al político de sus afectos, al amigo de los pobres, el comprensivo con los vándalos, el exguerrillero que encarna a Robin Hood, el progresista, el colega, el camarada. En suma, su candidato. Y no son los únicos. En la Colombia rural y en buena parte de la urbana, aún escucho de boca de adultos repetir su nombre con esperanza porque, según dicen, es quien piensa en ellos, los invisibles, los marginados, el líder que destronará a las élites capitalistas, incluidos medios de comunicación hostiles a su causa. El problema para Petro es que en el universo político y social de la izquierda también sienten cercana a Claudia, hija de clase media que escaló con propio esfuerzo y meritocracia, sin más pasado que barrer bajo la alfombra y representante de la nueva manera de hacer política que pide la gente. Y cuenta con la simpatía de la influyente y aburridora secta de los políticamente correctos, a la que pertenece un gran número de líderes de opinión. Al adivinar que será una enemiga a batir, Petro comenzó sus ataques, no porque la vaya a enfrentar en 2022, cuando no podrá estar la alcaldesa, sino por el espacio político que le arrebata. Es consciente de que si no lo conquista, no gana.
NOTA: Regresó alias el Paisa –Hernán Darío Velásquez– a su reino de Huila y Caquetá, y quedaron sus socios Santrich e Iván Márquez en Venezuela, protegidos por Maduro. En Algeciras, Huila, ya dejó su impronta sanguinaria. Van tres muertos con Mireya, que perteneció a las Farc, según vecinos que la estimaban. Habrá más desplazamientos y asesinatos de civiles, de exguerrilleros y disidentes que no se sometan a las nuevas Farc-EP que presentaron en agosto pasado en sociedad. Es el matón por excelencia, un capo vengativo y peligroso para todos y con redes bien estructuradas en provincia y en Bogotá, donde puso la bomba de El Nogal. El Ministerio de Defensa y la cúpula de las FF. MM. no lo metieron en el cuadro de los criminales más buscados por matar exguerrilleros, cuando debía figurar en primer lugar. Error que seguro corregirán. No hay que esperar a que siga asesinando. Pregunten en Miravalle.