Un análisis que todavía no se ha hecho es si la presencia de Claudia López como coordinadora nacional programática ha sido benéfica o negativa para la campaña de Enrique Peñalosa a la presidencia. De entrada habría que reconocer que parece improductiva en lo electoral, pues desde aquella primera encuesta –cuando ni siquiera se había lanzado- en que el candidato de Alianza Verde aparecía entrando a la segunda vuelta y derrotando a continuación a Juan Manuel Santos, Peñalosa no ha dejado de ir para atrás, como los cangrejos. Hoy esas mismas encuestas lo muestran en el averno del cuarto lugar, detrás de Martha Lucía Ramírez, lo cual se traduce en que va camino a convertirse en la segunda gran frustración colectiva para ese electorado inconforme que buscaba alguien diferente a Santos o Uribe, y que de nuevo alcanzó a ilusionarse, como en los tiempos –que ya parecen remotos- de la Ola Verde. La culpa de este estancamiento o retroceso no la tiene Claudia, pero sí es fiel reflejo de que la ‘mezcla’ no arrojó los frutos esperados, del mismo modo que tampoco parece haberlos conseguido la incorporación de otra mujer, Isabel Segovia, como su fórmula a la vicepresidencia. En el caso de López y Peñalosa hablo de ‘mezcla’ porque eso fue, en lugar de amalgama. Un hombre que venía de alabar las realizaciones de Álvaro Uribe, de tenerlo como su aliado hacia la alcaldía de Bogotá y de bailar aserejé con él, de pronto escoge como segunda al mando de su campaña presidencial a una persona que no baja al expresidente de delincuente y considera –con bastante razón de su parte- que deberían meterlo a la cárcel. Ahí hay entonces algo que no cuadra, aunque no se puede negar que la intención fue buena: disipar los temores de quienes, incluido el suscrito, no veían con buenos ojos su cercanía a figura tan nefasta. Había incluso los que desde la izquierda petrista le reclamaban, en su papel de nuevos socios, que “explique si es que considera a Uribe inocente de los múltiples delitos que se le imputan”. Las que no cuadran son también las matemáticas, pues se sabe que más de la mitad de los dos millones y pico de votos que obtuvo Peñalosa en la consulta fueron del uribismo, que lo consideraba uno de los suyos y quería tenerlo como Plan B (o C), hasta el día en que se tomó la foto al lado de Claudia López y hubo por tanto ruptura definitiva de cobijas con el expresidente… y Peñalosa comenzó a descender en las encuestas. Lo complicado para el candidato de Alianza Verde es que la incorporación de la senadora López no logró disipar temores ni atraer la simpatía del centro y la izquierda antiuribistas, con lo cual es posible considerar que se quedó sin el pan y sin el queso. Esto es algo que más adelante pudiera estar lamentando el país, pues significa que en la segunda vuelta se enfrentarían Juan Manuel Santos y Óscar Iván Zuluaga, y considerando las mañas y patrañas que se trae Uribe (y todo lo oscuro que lo acompaña, como la gente que desde un edificio contiguo al de Semana seguía espiando a Santos y trabajaba en la campaña del ‘Zorro’), cualquier cosa puede pasar. Escribo estas cosas justo el día en que Peñalosa presentó su equipo programático, dirigido por Claudia López, en el que predominan los técnicos, académicos e investigadores sobre los políticos, y es entonces cuando uno piensa que de eso tan bueno no dan tanto, pero ya es tarde (o mejor, temprano) para llorar sobre la leche que está próxima a derramarse. Hace casi un mes Alfonso López Caballero le dijo a Édgar Artunduaga algo que se ha venido cumpliendo como una predicción: “Lo de Peñalosa es muy frágil, cualquier metida de pata puede hacer que se desintegre esa candidatura”. Es cierto que no ha habido metidas de pata sonoras –por el contrario, el que las viene metiendo es Santos-, pero la fragilidad se vino a manifestar de un lado en ese estado vacilante de Peñalosa frente a los debates con los demás candidatos (hoy no, mañana sí), y de otro lado en lo publicitario, con una campaña desdibujada en concepto, sonido e imagen, sin planteamientos contundentes, donde lo más original que se les ocurrió fue poner de eslogan un “#PODEMOS” que nada dice y parece plagio del “Sí, podemos” (Yes, we can) que usó Barack Obama en su campaña de 2008, o del “Sí se puede” de Belisario Betancur, que le abrió la esperanza a la paz hasta que esta fue pisoteada y masacrada entre dos bandos salvajes en el Palacio de Justicia. Como dijera Rudolf Hommes en El Tiempo, “es posible que a Santos le convenga que en las próximas elecciones quede Zuluaga de segundo, pero eso no es lo que le conviene al país”. Y agregó que “si el opositor del Presidente es Peñalosa, puede entusiasmar a “la ola verde” y atraer a la mayor parte del uribismo, sin tener que transar con su jefe”. Es solo por este insignificante detalle que el día de mi cumpleaños pienso votar por Enrique Peñalosa, así no me haya convencido del todo pero temeroso de la bestia uribista, y a la espera del escenario ideal para una eventual segunda vuelta donde me tocara decidir entre tres posibles opciones: Juan Manuel Santos, Enrique Peñalosa o voto en blanco. Mientras ese día llega, me tiene pensando una cosa alocada que le leí a Fernando Duque en su muro de Facebook: “Y bueno: ¿qué pasaría si renuncia Peñalosa y lo remplaza Claudia?” Esto ya no es posible, por supuesto, así fuera para muchos lo deseable. Pero si a Claudia López no la matan antes (y es de esperar que nunca ocurra, que siempre esté protegida de tan poderosos enemigos), ella tiene madera para grandes cosas. En Twitter: @Jorgomezpinillajorgegomezpinilla.blogspot.com