En una de esas paradojas insólitas con las que la realidad suele sorprendernos, mientras en Chile, cuna del neoliberalismo, el miércoles 28 de abril la mayoría de la Comisión de Constitución de la cámara, a iniciativa de la coalición de derechas que gobierna ese país, votaba a favor de una reducción del IVA, aquí, en medio de masivas protestas ciudadanas, Duque insistía tercamente en su antipopular garrotazo tributario. Según reportó el diario La Tercera, propiedad de un billonario chileno nacido en Villanueva (La Guajira): “La propuesta considera reducir de 19 % a 10 % la tasa del IVA a productos como combustibles y todos sus derivados, productos sanitarios, la asistencia sanitaria y dental que no gocen de exención y servicios y establecimientos deportivos entre otros. Asimismo, para los productos básicos como pan, harina, huevos, leche, quesos, frutas, verduras, hortalizas, legumbres, tubérculos y cereales, libros, medicamentos y prótesis, órtesis e implantes internos para personas con minusvalía entre otros, la propuesta apunta a reducir de 19 % a 4 % el pago de este impuesto”. A juicio del parlamentario gobiernista Jorge Alessandri, del partido UDI, fundado por el ideólogo pinochetista Jaime Guzmán: “el estado no sólo debe pensar en cómo recaudar más, sino que también en cómo se alivia la carga financiera a las familias”.
Alessandri no es un desaforado izquierdista infiltrado en el establishment chileno, es vástago de un influyente clan político y económico del cual han salido tres presidentes. La paradoja estriba entonces en que mientras allá la derecha en volandas cede ante el apabullante rechazo ciudadano a un modelo, que para la gran mayoría solo ha traído desigualdad, privatización de la salud, la educación, las pensiones, aquí el régimen está obsesionado en mantenerlo al costo que sea. En Chile, ese sistema creó además una reducida élite de insolidarios billonarios que controla el país y casi no paga impuestos.
En Colombia, el gobierno y parte de las élites resultó más papista que el papa. Intentan mantener un modelo cuyo original es rechazado hoy en la fuente de la cual bebieron los neoliberales criollos, Chile.
Es evidente que nuestros problemas no fueron creados por la peste del coronavirus. La desigualdad que abruma al pueblo y a las clases medias ha sido cultivada de manera persistente a lo largo de décadas. El trabajo precario, la informalidad, el llegar siempre a trancas y barrancas a cada fin de mes, el vivir con el agua al cuello, endeudados con los bancos o con el pagadiario, la salud, la educación, las pensiones estratificadas –lo que profundiza la sensación de atropello e inequidad– son realidades que existían antes del coronavirus y que este solo evidencia con mayor crudeza.
Y para mayor inri, todo esto lo agrava un presidente cuya inexperiencia y escasa autonomía a la hora de gobernar son proverbiales. Justo cuando Colombia necesitaba a alguien de mucha enjundia en el timón, Álvaro Uribe promovió a quien no había sido curtido por una sólida experiencia ni pública ni privada. Solo a alguien tan inexperimentado se le ocurre proponer una extremista reforma tributaria en momentos en que, según cifras del Dane, en el primer año de la peste, de 2019 a 2020, 3,5 millones de colombianos se hundieron en la pobreza. Lo cual significa que se hizo añicos la reducción de la pobreza en los centros urbanos, en los que reside el 80 por ciento de los colombianos.
Un presidente tallado por la realidad, sin dudarlo, le hubiera espetado con contundencia al ministro de hacienda, ¿usted quiere darles munición a mis opositores para que me tumben? A renglón seguido le habría dado un carpetazo a la reforma y enviado a freír espárragos al autor de tamaño desatino. Tal vez fue Lleras Restrepo quien dijo que los ministros son briznas en las manos del presidente. Nada de eso hizo Duque, quien al lado de su inexperiencia no sabe qué hacer con las órdenes y contraórdenes que le dicta su jefe. ¿De quién es cuota el ministro de hacienda? Pues de Uribe. Claro, este último hace ahora teatro y se rasga las vestiduras diciendo que el esperpento de reforma no es suyo. Pero eso lo hace ante el pánico que le da el riesgo de una aplastante derrota suya en las elecciones del 2022.
Colombia está al garete. El rechazo al gobierno es masivo y este no tiene la autonomía para intentar reformar un modelo que es la fuente del descontento ciudadano. En su ceguera, apoltronado en sus mullidos privilegios, el grupo dirigente no quiere reconocer que hay un malestar ciudadano que no va a cesar simplemente con sacar el ejército a las calles. En tanto que en Chile hacen esfuerzos desesperados para no perderlo todo, aquí de manera suicida atizan el fuego del estallido social. n