¿Qué pasa con Colombia? Colombia está cansada, cansada de la corrupción en todas sus modalidades, al igual que del despilfarro. Corrupción que desvía los recursos públicos (recursos de todos y que son sagrados) para los bolsillos de personas o grupos particulares, entre ellos, altos servidores públicos en detrimento del desarrollo y bienestar social del pueblo colombiano.

Está hastiada y fatigada por la violencia que, junto con el narcotráfico, ha segado tantas vidas, por el dolor, el odio y los resentimientos que han producido, como también por las desigualdades sociales y la pobreza.

Su naturaleza y medio ambiente llora y se resiente de la destrucción y las contaminaciones ambientales y de las ciudades cada vez más agresivas contra la gente.

La existencia de avivatos de cuello blanco, que ven al Estado como su vaquita lechera, ya tiene cansada y hastiada a Colombia y, por lo tanto, a todas las personas de bien que hemos nacido o habitamos en ella.

Esa triste realidad no la vamos a cambiar con la política de la quejadera y menos acusándonos unos a otros, sino sabiendo unirnos en la diferencia, tanto a nivel nacional como a nivel regional y local.

Debemos saber que no estamos condenados para siempre a vivir tan insoportable situación que para algunas personas se ha vuelto un caballito de batalla en cada evento electoral y en otros casos como la corrupción y la violencia, en una forma de vida, así la estén disfrazando con discursos en favor de los cambios políticos, económicos y sociales que tanto necesita Colombia.

En ese orden de ideas, una tarea que deberíamos acometer personas de la diversidad política, social y económica desde el mismo lugar en que vivimos, es contribuir a decir públicamente y de manera valiente: ¡basta ya de tanta ignominia que afecta la dignidad de Colombia!

En ese propósito, una buena oportunidad la tenemos en las elecciones presidenciales de 2026, manifestándole públicamente a cada una de las personas que aspira a ser candidato o candidata a la Presidencia de la República, que dejen de estar responsabilizando al presidente Petro de todos los males que tienen cansada y fatigada a Colombia, porque la mayoría de ellos no nacieron en este gobierno y menos los vamos a resolver promoviendo una política de odio, descalificaciones o discursos gubernamentales que nos recuerdan a aquellos que —en las plazas públicas de los pueblos— tenían la cura para todos los males que sufrían las personas.

Esa responsabilidad pública de los candidatos y candidatas debe ir acompañada de compromisos éticos de ellos con la población, y de claras manifestaciones públicas sobre su manera de gobernar a Colombia y de relacionarse tanto con la población como con la comunidad internacional, en caso de ganar las elecciones presidenciales.

No creamos en aquellas personas —sean de izquierda, centro o derecha— que con tal de ganar unas elecciones no tienen ningún inconveniente con su propia dignidad y la de su familia de recurrir a la práctica de comprar o cambiar favores por votos, y menos de ser capaces —como se dice popularmente— de vender el alma al diablo.

Para corregir esa situación, es conveniente y necesario revisar la legislación electoral y la constitución de sus organismos para garantizar imparcialidad, objetividad, experiencia y solidez de conocimientos y principios éticos.

En la lucha constante contra los males que tanto tienen cansada y fastidiada a Colombia, necesitamos candidatos y candidatas, tanto al Congreso como a la presidencia de la República, que con su práctica cotidiana nos enseñen desde ahora —con sus nortes éticos— que lo fundamental en la vida no siempre es ganar y que en un país con tanta pobreza y necesidades como es Colombia se comprometan públicamente a no gastar más de cinco mil millones de pesos, o sea un millón doscientos mil dólares aproximadamente, en su campaña electoral, a no tener tanta ostentosidad publicitaria en sus campañas y a declarar ante el Consejo Nacional Electoral los bienes económicos y materiales que reciban y el origen de los mismos.

En el logro de esos propósitos son fundamentales, entre otros, los acuerdos públicos éticos de los medios de comunicación, de los gremios empresariales y de los partidos y movimientos políticos que avalen a cada uno de los candidatos o candidatas. Sólo así, iniciaremos el largo camino que tendremos que recorrer para lograr una Colombia libre de todos esos males.