Con alguna frecuencia surgen en Colombia impulsos para dar la imagen de que somos actor fundamental en el escenario mundial. El problema es que aquí algunos lo creen.
Recientemente, antes de que Petro viajara a Europa, fue muy divulgada la noticia de que se reuniría con el presidente de Ucrania. Incluso algunos medios afirmaron que nuestro presidente le formularía algunas recomendaciones sobre la conducción de la guerra contra Rusia.
Finalmente, no se entrevistó con el mandatario ucraniano para darle sus preciados consejos y, además, no asistió a la cumbre que estaba prevista para el logro de la paz en Ucrania, de la cual salió una declaración, cuyo texto fue considerado por el presidente colombiano como “un alinderamiento al lado de la guerra”.
Aunque ochenta países firmaron la declaración, la posición colombiana fue igual a la que asumió el Brasil: optó por la prudencia.
Pero no ha sido el único caso. Nuestro país ya no se acuerda de que Juan Manuel Santos, cuando desempeñaba la Presidencia, anunció con bombos y platillos que Colombia actuaría de mediadora entre palestinos e israelíes para solucionar su secular confrontación. Naturalmente, el anuncio se hizo antes de que le otorgaran el Premio Nobel de Paz por el acuerdo con las Farc. Al parecer las acciones para conseguir el premio iban por varios conductos.
Pero no siempre ha sido así. Por allá en 1967, los Estados Unidos invitaron a Colombia a enviar un contingente de observadores a Vietnam, poco después de que, aprovechando el incidente del golfo de Tonkin, estos resolvieron intervenir en la guerra, en uno de los más graves errores de su historia política.
Afortunadamente, el gobierno colombiano de ese momento no tuvo en cuenta tan funesta propuesta, no obstante que el pretexto de la intervención fue el de “contener el avance del comunismo”, cuando todo hacía presagiar que las tropas norteamericanas, bajo el mando del general Westmoreland, pondrían de rodillas a Vietnam del Norte en poco tiempo.
Con ocasión de la guerra de Corea, el presidente Laureano Gómez resolvió, en una decisión colmada de consideraciones de carácter político, enviar al Batallón Colombia y buques de la Armada a la guerra. Pensó Laureano que como nuestro país debía comprar a los Estados Unidos el armamento y el equipo que nuestros soldados iban a utilizar en Corea, luego servirían para sofocar a la guerrilla del Llano, que tenía al Gobierno contra la pared.
El heroico comportamiento del Batallón Colombia y los sólidos lazos de amistad que se generaron entre Corea del Sur y nuestro país no modifican la forma como se resolvió su envío “para evitar la expansión del comunismo”.
En su momento, algunos miembros del Partido Liberal colombiano adujeron que, en lugar de enviar al Batallón Colombia, se hubiera podido ofrecer un contingente de los siniestros miembros de la llamada “Policía Chulavita”, generadores de la violencia en el país durante los gobiernos de Ospina Pérez y Laureano Gómez, para enfrentarlos a los coreanos del norte y a los chinos.
Ahora, como Petro es mediador en el conflicto en Gaza y se ha mostrado tan activo en sus expresiones contra Israel, logrando incluso el aplauso de Hamás, de pronto podría gestionar el envío de un nutrido contingente del grupo de Iván Mordisco para que se desplace para combatir con ellos.
El único problema es que allá no hay coca ni minería ilegal y es difícil secuestrar o extorsionar, pero de todas maneras, algo habrá.