De las ideas fuertes e ideología clara del Partido Conservador, fundado por José Eusebio Caro y Mariano Ospina Rodríguez en 1849, hoy no queda nada. Puede ser que muchos no estén de acuerdo con los planteamientos básicos de su ideario, pero si algo debe destacarse de los primeros conservadores es que militaban con convicción. Muy diferente al actual conservatismo que no es ni la sombra de lo que sus precursores buscaron. Lamentablemente, hoy ese partido solo es una máquina de avales que se alimenta del presupuesto público y que funciona bajo la creación de clientelas regionales para ganar espacios en las corporaciones públicas con el único objetivo de vender sus votos al mejor postor.
Sus políticos negocian sin ningún tipo de pudor la ideología, los discursos y las promesas de campaña, por grandes dádivas que el gobernante de turno les asigna para poder mantener su poder. La entrada del Partido Conservador en la coalición de gobierno del presidente Gustavo Petro fue una decisión sin ningún tipo de coherencia ideológica, impulsada por el senador Carlos Andrés Trujillo, quien, aprovechando su cercanía con el alcalde de Medellín, logró que cuarenta y cinco congresistas se entregaran a un gobierno totalmente contrario a su postura política a cambio del Ministerio de Transporte, el INVÍAS, Coljuegos, la Aeronáutica Civil y Enterritorio.
En el Congreso de la República -salvo algunas excepciones- durante estos nueve meses el desempeño del partido ha sido vergonzoso. Una total sumisión al Gobierno nacional, ausencia de control político, una carente gestión legislativa y una férrea defensa del gobierno de Petro han marcado la pobre gestión de una bancada cuyo único objetivo es mantener sus cuotas de cara a las elecciones regionales.
Un vivo ejemplo de dicha precariedad, es el representante a la cámara Gerardo Yepes Caro, un político tradicional miembro del llamado Barretismo del Tolima, quien firmó a escondidas la ponencia de la reforma a la salud cuando los colombianos estaban saliendo a Semana Santa. Hoy este congresista aparece sin sonrojarse en los noticieros diciendo que lo hizo “porque quiere mejorar la salud en Colombia” sin importarle que varios expertos han señalado que la reforma planteada por el gobierno nacional va a generar un enorme caos en el sector y cuyos planteamientos distan mucho de las raíces de sus supuestos ideales.
Pero esta historia no es nueva. Desde hace más de 20 años, luego del mal gobierno de Andrés Pastrana, los conservadores se dedicaron exclusivamente a ser la fuerza que decide al interior del Congreso. Su estrategia ha sido captar alcaldías y gobernaciones para luego usar los recursos municipales y departamentales para ganar curules en el Senado y la Cámara de Representantes y así poder ingresar en todas las coaliciones de gobierno nacional. Muy pocos han sido los resultados de los políticos azules para el país y, por el contrario, se han convertido en un gasto inmenso en el presupuesto y un foco de escándalos de corrupción. Es un círculo politiquero y clientelista que se repite una y otra vez.
Hoy la pregunta es para quienes se consideran conservadores. ¿Sigue siendo este partido y sus representantes quienes mejor reflejan sus intereses regionales y nacionales? O ¿es realmente un grupo de políticos que están dispuestos a todo con tal de mantener sus grandes privilegios? Personalmente, creo que cada voto que pierda la bandera azul en las próximas elecciones regionales será una oportunidad de transformación de la política colombiana. Es momento que el país entero le pase la factura de tantos años de politiquería al Partido Conservador.