El buque hacía agua. Era de noche en el océano Pacífico, a 1.000 millas de Hawái. El cuarto de máquinas estaba inundado. Una bomba descargaba agua al mar, pero era más la que entraba. En el puente de mando del buque Ciudad de Pasto nadie entendía qué estaba pasando. El SOS lanzado por la nave fue recibido en el guardacostas de Hawái, que se comunicó por teléfono con la Flota Mercante Grancolombiana en Bogotá. El agua llegó a la altura de los generadores de corriente.

Hubo que apagarlos. El generador de emergencia no arrancó. El buque quedó a oscuras. Al tercer día, el capitán y el primer oficial se lanzaron al mar en un bote salvavidas. Fueron rescatados. Un avión del servicio de guardacostas lanzó botes. Los demás tripulantes abandonaron la nave. Solamente quedaron a bordo dos marinos y el segundo oficial, Jorge Restrepo. Activaron el generador de emergencia y se comunicaron vía satélite con Bogotá. Era el 4 de febrero de 1992, hace 30 años.

Según Restrepo, el golpe de una ola rompió la lámina de acero del casco por la amura de estribor. Amura es el costado donde el buque se estrecha para formar la proa. Cuando el capitán y el primer oficial llegaron a Hawái, los entrevistaron los agentes de la Flota. Se supo la verdad. El ancla de estribor, que debe estar asegurada, se había soltado y al golpear el casco lo rajó a la altura de la cámara del propulsor transversal. Por esa fisura entró el agua. Dos remolcadores condujeron el Ciudad de Pasto a Los Ángeles. El buque entró al puerto como un fantasma, sin luces, escorado o ladeado, cuenta Guillermo Sierra Barreneche en el libro que acaba de publicar con la asesoría del periodista Pastor Virviescas: Gloria y naufragio de un coloso, de itabooks.com.

El ingeniero Sierra, oficial de la Escuela Naval en Cartagena, trabajó 32 años en la Flota Mercante Grancolombiana, los últimos seis como gerente de buques. Es encomiable que el autor, en un libro de memorias personales, editado por él mismo, no por una gran editorial, haya incluido un repertorio de chambonadas e ilícitos que de otra manera no se habrían conocido nunca. La compañía de seguros declaró el Ciudad de Pasto pérdida total. Fue vendido como chatarra. Son tantas las chapucerías y desaciertos que Sierra conoció dentro de la FMG que por momentos el lector piensa que, por más inverosímil que sea la historia que está leyendo, siempre queda faltando otra sorpresa increíble a medida que se va desgranando el relato. Sucedió con el Ciudad de Pasto. El segundo oficial, Jorge Restrepo, reclamó 4.500 millones de pesos en demanda que presentó en Cartagena.

Alegaba que, según las leyes sobre bienes abandonados en el mar, él era el dueño del buque. La demanda no prosperó. Tampoco prosperó el Crucero Express, un buque de pasajeros que en 1994 entró en servicio entre Cartagena y Cristóbal en Panamá. Con 150 tripulantes, tres restaurantes, dos casinos, dos bares, dos orquestas y capacidad para 750 pasajeros y vehículos, contaba además con 12 bailarinas rusas contratadas de manera permanente, relata Sierra Barreneche. Poco después apenas viajaban 30 pasajeros.

Eran tantas las pérdidas que se pensó en dejar fondeado el barco en Cartagena como hotel. Pero se aproximaba la inspección del casco, que tiene lugar cada cinco años. Normalmente corre por cuenta del dueño del buque, pero el contrato de alquiler firmado por la FMG lo dejó a cargo de la Flota. Se cotizó en un millón de dólares ese trabajo. Esa cifra, más las pérdidas acumuladas en el fallido crucero inaugurado mientras el exministro de Hacienda Luis Fernando Alarcón fue presidente de la FMG, llevaron a descartar la idea del hotel flotante. Afortunadamente el ancla del Crucero Express no se soltó y los dueños del buque aceptaron recibirlo sin cobrar la penalidad, aunque no se había vencido el contrato.

La conclusión de Sierra haría arquear una ceja al británico más impasible: “En los 22 meses de operación del Crucero Express las pérdidas alcanzaron una suma superior a los 40 millones de dólares”. Mucho más habría costado el deseo que expresó el presidente anterior, Enrique Vargas Ramírez, primo de Virgilio Barco. Cuando en 1989 vio atracar el yate de Donald Trump en Manhattan, le dijo a Guillermo Sierra: “Ingeniero, dentro de poco la gerencia de Flota tendrá un barco como este”. Antes la Flota tuvo un gerente fuera de serie, Álvaro Díaz, veleño como el bocadillo. Duró 40 años en el cargo, desde el inicio en 1946. Hizo crecer la empresa. Colombia en los mares. Ese fue el lema de la Flota. Por la colección de intrigas, errores, falta de planeación y otros pecados que cuenta Sierra, hay que reconocer que la Flota fue fiel en los mares a lo que sucede en Colombia en tierra firme.