¡En nuestro país hay muchas personas que están aguantando hambre! Esta es una frase fuerte, pero real. Según la última medición realizada por el Programa Mundial de Alimentos, se evidenció que Colombia en julio de 2022 se encontraba en el nivel 4: riesgo moderado y estable. Pero para julio de 2023 ya se encontraba en el nivel 2: riesgo alto y estable.
¿Preocupante? ¡Sí y mucho! Los datos no son muy alentadores. Y más aun cuando al analizar la medición, el indicador de insuficiencia alimentaria, el cual evidencia que las personas no pueden consumir alimentos nutritivos, también incrementó. En julio de 2022 teníamos 9,8 millones de personas en dicha condición que, a la fecha de hoy, ha aumentado a más de 16,3 millones.
La medición tiene en cuenta aspectos sobre la seguridad alimentaria, clima, tamaño de la población, conflicto, salud, nutrición e indicadores macroeconómicos, entre otros. El tema no es solo de “comida”, la inseguridad alimentaria reúne factores propios y externos que terminan afectando la población y lleva a Colombia, en este caso, a niveles altos y riesgosos de malnutrición.
Hace unos días tuve el privilegio de escuchar al doctor Hugo Melgar en su intervención realizada en la edición número 20 del Premio por la Nutrición Infantil que lidera la Fundación Éxito. En su charla, el doctor Melgar precisamente hablaba de la inseguridad alimentaria y la malnutrición, todo con un enfoque a los niños y niñas, que es donde más debemos insistir.
Lo primero que hay que decir es que las experiencias de inseguridad alimentaria en los hogares dependen de múltiples causas. Puede darse por una afectación profunda en los sistemas alimentarios locales y, por lo tanto, la capacidad de las personas de acceder de manera estable a alimentos nutritivos y de calidad. Algunos son condicionados por el ambiente físico deteriorado, un ambiente social perturbado, un ambiente político crispado o causas económicas y culturales como lo son el capital financiero insuficiente, bajo capital humano e intelectual, desempleo, inequidad y pobreza.
En Colombia caemos en un espejismo de normalización, ya que desde hace muchos años la baja talla en las poblaciones, por ejemplo la indígena, se atribuye a las condiciones genéticas propias de esta comunidad. Dicha afirmación no cuenta con sustento científico y -de hecho- la experiencia permite constatar que generalmente los niños provenientes de familias de origen indígena que crecen en países de ingresos altos, y en donde no se ven expuestos a situaciones de inseguridad alimentaria durante sus primeros años, en general alcanzan en la adultez una estatura similar a la de la población regular del país receptor.
Pero el doctor Melgar fue más allá y -junto a la profesora a Martha Cecilia Álvarez- adelantó un estudio en 2009, en Medellín, que indaga por la relación entre inseguridad alimentaria y desnutrición en niños en edad escolar. En el estudio se logró evidenciar una relación directa entre el retraso en talla y las situaciones de inseguridad alimentaria, mostrando que la proporción de niños con desnutrición crónica es 24.5% más alta en aquellos que pertenecen a hogares con inseguridad alimentaria severa y 11.5% en hogares de niños con inseguridad alimentaria moderada, esto en comparación con los niños de hogares que no experimentan inseguridad alimentaria.
Volviendo a la medición del hambre, Colombia pasó de tener 15 departamentos en riesgo moderado a 11 en riesgo alto. Se destaca que Nariño, Cauca, Valle del Cauca, Atlántico, Chocó, Córdoba, Magdalena, Cesar y La Guajira tienen poco acceso a la comida y permanecen con la alarma encendida por el deterioro de la alimentación en su población.
En Colombia muchos de sus habitantes se están acostando y levantando con hambre.
Eso es una realidad. La inseguridad alimentaria y la malnutrición son corelacionales y están generando alarmas grandes en nuestra población. No todos los hogares tienen fijo las tres alimentaciones diarias, y aun peor, no estamos garantizando que esa alimentación sea nutritiva y aporte al adecuado desarrollo del cuerpo y mente de las personas, incluidos los niños y niñas, que constituyen la población más vulnerable.
Nuestro llamado, respetuoso y bien intencionado como lo hacemos siempre, es a los gobiernos actuales, nacionales y locales, a que pongan sus ojos en las poblaciones más vulnerables y generen planes reales, accionables y realistas para combatir el hambre y la desnutrición. Y, si les es posible, actualizar el estudio del ENSIN 2015, ya que a hoy necesitamos más luces, resultados, estadísticas y esperanza en forma que podamos dar una paso de gigante para salir adelante, mejorando la nutrición del presente y hacia futuro de la población colombiana.