Fue una declaración sorpresiva: “No podemos permitir que los carteles de la droga exploten la pandemia”, dijo el presidente Donald Trump el miércoles. Fue sorpresiva porque nadie había hecho ese lazo entre el narcotráfico y la epidemia. Porque parece un tema sin conexión. Porque es un asunto clave para Colombia, mas no tanto para Estados Unidos. El jueves 26 de marzo marcó un hito: ese día el Departamento de Justicia de los Estados Unidos anunció una recompensa de 15 millones de dólares a quien dé información sobre el paradero del presidente venezolano Nicolás Maduro. Se busca por narcotráfico, dicen que lleva 20 años exportando cocaína a Estados Unidos. Es una acusación de peso y rara para un jefe de Estado. Solo es comparable con el caso de Manuel Antonio Noriega en Panamá, hace más de 30 años, y que terminó en su captura después la intervención militar de Washington.
Por obvias razones se habla de una réplica en Venezuela, de entrar y llevarse a Maduro. Preocupante. Una acción peligrosa y con múltiples incertidumbres. Nicolás Maduro no es Manuel Antonio Noriega. Para el estadounidense de a pie, el nombre del venezolano no es muy conocido. Habría que dedicarle muchos meses de comunicación por parte de la Casa Blanca para que cale. Pero el objetivo es otro: generar presiones a Maduro y negociar su renuncia.
Eso quedó claro el martes. Elliott Abrams, consejero presidencial estadounidense para Venezuela, publicó un detallado plan de transición. El plan incluye unas elecciones en 2021, sin la participación de Maduro ni de Juan Guaidó, el presidente interino. Todas las sanciones serían levantadas y, aparentemente, los líderes chavistas quedarían libres. El clásico juego de la espada y la pared; buenos contra malos. El miércoles, apenas 24 horas después, Estados Unidos dio otro giro. Anunció el envío de una fuerza naval a las costas de Venezuela para la lucha contra el narcotráfico. En su rueda de prensa diaria, el presidente Trump dijo: “El Comando Sur incrementará vigilancia, aumentará la confiscación de drogas”. Citaron cifras de que 70.000 estadounidenses mueren anualmente a causa de drogas ilegales, y por eso están en guerra. Trump dijo que Estados Unidos “desplegará barcos de la Armada en el Caribe y el Pacífico oriental para evitar que los carteles de la droga aprovechen la pandemia del coronavirus para el contrabando de narcóticos”.
La nueva operación antidroga tiene en Venezuela el punto de mira: “El régimen ilegítimo de Maduro depende de los beneficios que proceden de la droga para mantener su poder opresor”, dijo Mark Esper, secretario de Defensa. Por su parte, el asesor de seguridad nacional de la Casa Blanca, Robert C. O’Brien, señaló que la nueva operación antidroga “reducirá el apoyo con el que el régimen de Maduro financia sus actividades maliciosas”. “Los carteles (mexicanos) tienen que ser derrotados en favor de los estadounidenses, de México y de Venezuela”, aseguró el fiscal general William Barr. No es clara la política estadounidense contra Venezuela. Por un lado está la orden de captura contra Maduro y otros bolivarianos, lo que demuestra un endurecimiento frente al régimen chavista. Pero por otro está el plan de transición, que refleja lo contrario. Es una iniciativa que favorece a los que ocupan el Palacio de Miraflores. Tendrán derecho a presentar un candidato a las elecciones de 2021. Desaparecen las sanciones, y un día después, vuelve el garrote.
No es evidente que haya un final feliz y rápido como los que prefiere Trump. Una intervención sería incierta y de largo plazo. Ni hablar de lo que significa para la Colombia de hoy; es el país más afectado por el éxodo venezolano. Desde que Iván Duque asumió en agosto de 2018, la política hacia Venezuela ha sido radical, pero no ha funcionado: Maduro sigue mandando. Ahora, los Estados Unidos aprovechan la pandemia y quieren intentar presionar de nuevo la salida de Maduro. Infortunadamente para Colombia, las consecuencias de la decisión tocan a nuestro país en un momento de pánico por el coronavirus. No estamos preparados para manejar una transición venezolana en época de pandemia. Y mucho menos, el desenlace de una intervención militar. Es la coyuntura política. La covid-19 es todo; una aventura con el vecino no conviene. Sería un problema inmenso en el cual Colombia estaría maniatada. Una bomba de tiempo. Irónicamente, para el país sería un pierde-pierde.