No es lógico que se haya insensibilizado de tal forma al pueblo colombiano que el frecuente asesinato de los ciudadanos o de los miembros de la fuerza pública se vea como un incidente y no como un acto criminal cometido por bandidos enemigos de la paz; tampoco se entiende que el ministro de Defensa vea estos crímenes como ‘algo normal’ en el desarrollo de los procesos de acercamiento y negociación con los grupos fuera de la ley y que como representante de la fuerza pública no muestre su repudio total hacia estos crímenes.

Las bombas al paso de las caravanas de la fuerza pública, así como los atentados con cilindros bomba contra instalaciones policiales o militares se han convertido en acciones frecuentes cometidas por diversos tipos de cuadrillas delictivas, recordando los amargos momentos de la guerra de los narcotraficantes contra la población colombiana a fines del siglo XX y comienzos del XXI. No se comprende cómo cada día la seguridad en el país va para atrás -como el cangrejo- y en lugar de mejorar, hay mas actividad delictiva. Colombia se encuentra sitiada nuevamente por los diferentes grupos narcoterroristas.

Es increíble cómo personajes de la izquierda recalcitrante que hoy aspiran a la Alcaldía de Bogotá comparan a los delincuentes, a los ladrones de celulares, a los bandidos de todos los pelambres con los trabajadores informales que buscan el sustento diario para mantener a sus familias. No es lógico que este individuo tenga la desfachatez de hablar de los bandidos como cuando se hace referencia a un trabajador honesto; ojalá los ciudadanos se den cuenta de quién es realmente el que aspira al segundo cargo político más importante del país para que no le avalen el voto ni por equivocación.

Ya no se puede estar en las calles, en los medios de transporte, en los restaurantes o en los centros comerciales sin temor a que lo asalten y lo despojen de sus pertenencias, inclusive acuchillando a personas por robarles la bicicleta o para robarles el celular. No es lógico que se haya perdido en tan poco tiempo la seguridad, elemento fundamental y transversal a todas las actividades del ser humano. Claro que los bandidos se han envalentonado al ver que desde el mismo centro del poder ejecutivo no se hace lo ordenado por la Constitución para mantener la libertad y el orden ciudadano.

En muchas poblaciones, los bandidos están desafiando la autoridad legítima del Estado y tratan de suplantar a la fuerza pública; para las próximas elecciones regionales no hay seguridad de que haya un resultado genuino, pues la amenaza del empleo de las armas y el amedrentamiento de la población por parte de los facinerosos hará de este evento democrático la escena de un circo manipulando la voluntad de la población. Qué vergüenza que el Gobierno no sea capaz de mantener la seguridad dentro de sus propias fronteras.

La ciudadanía se siente impotente para enfrentar a los delincuentes y particularmente frente a los asesinatos selectivos, a la extorsión, al abuso sistemático de la población y a la intimidación para evitar que haya denuncias. Muchos colombianos están buscando la forma de armarse legalmente para ejercer su legítima defensa y esto conduce a una rueda sin fin donde la violencia seguirá siendo la esencia del conflicto.

La desesperanza y la desilusión se apodera de la población cuando los delincuentes reclutan menores de edad y la fuerza pública no puede actuar legalmente porque las normas vigentes lo impiden. ¿Dónde está la opinión pública que se haga sentir en todos los rincones del país y en el exterior rechazando estas prácticas inhumanas y delitos de lesa humanidad?

La tendencia neocomunista o castrochavista o progresista que ha afectado el pensamiento de varios países en América Latina está concentrada solo en unos grupos extremistas de izquierda y son los que imponen su voluntad frente a millones de ciudadanos. Esta tendencia no responde a un proyecto democrático, sino lo que buscan es detentar en forma indefinida el poder, hasta acabar con las democracias, las economías y las libertades, implantando regímenes autoritarios, donde la seguridad queda en manos de las milicias que protegen el régimen.

No podemos faltar a las urnas en las próximas elecciones de octubre, pues el destino del país está en nuestras manos.