Dentro de los múltiples hechos que se convierten en escándalo en nuestro país, la desaparición de Sara Sofía sigue ocupando el último lugar. No hay una explicación racional a esto más que aceptar que en nuestro país los derechos de los niños nos duelen a muy pocos.
Es por lo anterior que cosas como que cada hora abusen sexualmente de un menor, o que cada 12 horas salga un violador de niños a las calles tras pagar solo diez años de cárcel, sean paisaje.
Pero el caso de Sara Sofía nos sigue acusando desde el silencio: todo, absolutamente todo se ha hecho mal.
La semana pasada se canceló la audiencia de acusación contra Nilson Díaz, padrastro de la menor y principal sospechoso de su desaparición, por la muy peregrina excusa de “fallas en la conectividad”.
En pleno siglo XXI, y luego de una pandemia que digitalizó al mundo entero, en Colombia un monstruo no puede ser juzgado porque no hay conexión a internet.
Esto, que se tiene que leer como una mala broma, viene a sumar más dolor, más desconcierto y más infamia a la manera como Colombia ha tratado el caso de Sara Sofía.
Una pequeña niña de dos años desaparece el 28 de enero de 2021. Su madre, instrumentalizada en prostitución, es una mujer extremadamente vulnerable. El padrastro está al cuidado de la niña y pronto da muestras de no ser la persona correcta: Sara Sofía, según la propia versión del hombre, fallece en casa por ahogamiento. Como si se tratara de escombros o basura, su cuerpo es descartado dentro de un costal que arrojan al río Tunjuelito.
En esta historia vemos el clamoroso fallo del Estado y de la sociedad colombiana en el cuidado de los niños.
No hubo una priorización de parte del ICBF que identificara a la niña como vulnerable.
No hubo precaución de parte de la familia al dejarla al cuidado de un hombre que no pertenece a su estricto núcleo familiar.
No hubo un oportuno seguimiento al caso tras denunciarse la desaparición de la menor.
Colombia olvidó a Sara Sofía desde antes de que fuera desaparecida.
Pero muchos no la olvidamos. Quienes luchamos por los derechos de la niñez sabemos que en este caso hay una pieza que falta.
Pese al esfuerzo de la Defensa Civil en el río Tunjuelito por largos meses, no solo no se halló a la menor, sino que ni siquiera fue posible encontrar el menor indicio de ella: ni un zapatito, ni el costal, ni evidencias biológicas.
Según expertos, esto es poco común. Apenas esta semana supimos que los organismos de rescate hallaron los cuerpos sin vida de tres menores que perecieron en otra desgarradora tragedia en Magangué, Bolívar, cuando una embarcación naufragó en el caudaloso río Magdalena. Incluso uno de los cuerpos fue encontrado a seis kilómetros del lugar donde se produjo el accidente. ¿Por qué Sara Sofía no fue hallada nunca en un río de menor caudal y con los organismos de rescate volcados a su búsqueda?
La hipótesis según la cual Sara Sofía fue vendida y sacada del país no debe descartarse por completo. Sara Sofía seguiría con vida. Pero confirmar esto requiere de todo el esfuerzo investigativo de las autoridades.
No perdemos la esperanza de ver a Sara Sofía con vida. El país debe comprender que los derechos de la niñez son los primeros que debemos garantizar. Los niños deben vivir en un país que no los mate, no los viole ni los instrumentalice. Debemos aprender que los niños son el presente, no el futuro, y que el momento de garantizar sus derechos es ahora.