“No me gusta lo que veo en nuestro patio trasero”, dijo el presidente norteamericano Donald Trump en su reunión con el presidente colombiano Iván Duque. Y lo que ve es, para empezar, su patio trasero: el descampado del mundo en donde su país se siente con derecho a hacer lo que le da la gana. Ve la dictadura de Nicolás Maduro en Venezuela, que no le importa porque sea una dictadura (su gobierno apoya otras cuantas) sino porque tiene el respaldo de Rusia y de la China: dos intrusos en su patio trasero. Y ve también el “atraso” –dijo– de Colombia en sus compromisos en materia de la guerra frontal contra las drogas, impuesta como una obligación de su patio trasero. La conclusión es que hay que derrocar a Maduro, para lo cual “todas las opciones están sobre la mesa” (incluyendo la invasión militar). ¿Mediante el envío de tropas a través del territorio de Colombia? “Ya veremos”, respondió Trump, añadiendo que tenía planes b, c, d y f: o sea, que todo está ligado a su capricho. Pero la aquiescencia de Colombia se da por descontada: sus gobiernos son “amigos de vieja data”. Y si fuera necesario forzarles la mano, para eso está el recorderis del “atraso” en los compromisos referidos a la droga: la amenaza de la descertificación por no perseguir con suficiente energía los cultivos ilícitos de coca y marihuana que alimentan el voraz mercado norteamericano. Duque se defendió, alegando la destrucción creciente de tales cultivos. Que sin embargo crecen aún más ellos que su costosa destrucción. Puede leer: Quién los mata Un inciso: ¿por qué crecen los cultivos ilícitos? Porque son rentables. ¿Por qué son rentables? Porque son ilícitos. ¿Y por qué son ilícitos? Porque así lo han decretado desde hace medio siglo los gobiernos de los Estados Unidos, desde el de Richard Nixon hasta el de Donald Trump. Se trata de una sumisión voluntaria, por así decirlo, hereditaria. La misma de la guerra de Corea de Laureano, la misma que con Turbay le ganó a Colombia el título de Caín de América en las Malvinas, la del ‘Respice polum’ de Marco Fidel Suárez: hay que mirar al norte Tomó pues la palabra el presidente Duque, quien como es sabido habla inglés fluently: no en balde ha vivido la mitad de su vida en los Estados Unidos. Y dijo que para él luchar contra el crecimiento de los cultivos ilícitos “es un deber moral”. Recordaba aquella patética postura del entonces presidente Ernesto Samper cuando aseguraba, para que no le quitaran la visa, que su lucha contra la droga venía “de la convicción, y no de la coacción”. El presidente Duque es una alfombra a los pies de los Estados Unidos. Le sugerimos: Parque Por eso no cabe duda de que si estos en fin de cuentas se deciden por la intervención militar en Venezuela para derrocar a Maduro, Duque les prestará sin rechistar las aguas territoriales colombianas y las bases militares que les sean necesarias: las siete bases que les cedieron los gobiernos de Santos y de Uribe, alfombras también ellos. Pues se trata de una sumisión voluntaria que viene desde los tiempos en que era vicepresidente de la Gran Colombia el general Santander: La misma por la que Colombia fue el único país americano que envió tropas a luchar en la guerra norteamericana de Corea, cuando el presidente era Laureano Gómez, el más admirado por Álvaro Uribe, que es a su vez el “presidente eterno” de Iván Duque; la misma sumisión voluntaria que le ganó a Colombia el título de Caín de América al ponerse del lado del Reino Unido de la señora Thatcher y de los Estados Unidos del señor Reagan en la guerra de la Argentina por las islas Malvinas, cuando el presidente era Julio César Turbay, aquel de quien el joven Iván Duque solía tener un retrato colgado en su oficina. Una sumisión voluntaria que es, por decirlo así, hereditaria. “Respice polum”, diagnosticó en latín hace cien años el presidente Marco Fidel Suárez: hay que mirar al norte. Como tantas otras veces, la posición de Colombia frente a sus vecinos está en manos del gobierno de los Estados Unidos.