Estoy alarmada. Hace un tiempo empecé a seguir juiciosamente lo que se convirtió en un nuevo y peligroso fenómeno en las redes sociales en Colombia. Su combustible es el odio; su característica, la virulencia. Lamentablemente, esta modalidad cada día gana más adeptos y hasta aplausos. Sus practicantes son extremistas de todos los estratos que superaron, incluso, las pasiones de las llamadas bodeguitas. Buscan la muerte moral de sus víctimas. Les hablo de la materialización del sicariato en la red. Sí, son sicarios. Operan desde una trinchera en línea que dispara en ráfaga delitos y culpas para asesinar el honor y la honra de las personas. Cada ataque, cada trino, cada episodio es como una función del circo Romano que llama a degollar a la víctima para que el público sanguinario se sacie.
Aquí estamos frente a una banda organizada con roles definidos, alias y hasta un organigrama: caciques y peones; autores intelectuales y materiales; cerebros, ejecutores y obreros. Unos perfiles de Twitter que ya de manera más sofisticada ponen la cara en el primer frente, pero con el respaldo de un ejército de zombis que también buscan reconocimiento y fama. Unos portales hechizos y unos canales de YouTube que se retroalimentan entre sí. La mecánica es sencilla: se vale todo. Hasta compran en el mercado negro visualizaciones, likes y tendencias para hacerse ver más grandes e influyentes. Esas mismas tendencias infladas que nos roban las discusiones de los domingos y de todos los días. Hay quienes dan instrucciones precisas para amedrentar, políticos que encargan misiones, un gran jefe y hasta periodistas; algunos tienen sus propias tropas, otros son oportunistas que los usan cuando los necesitan. Pero en realidad los desprecian porque los ven de baja calaña. Actúan como un colectivo y tienen un arma de largo alcance: su lengua. Disparan una y otra vez. No descansan. Su actividad es ideologizada. Algunos son pagos, verdaderos mercenarios que se venden al mejor postor.
En algunos su aspecto descuidado es intimidante. Barbones, como cualquier atracador de barrio y de poco baño; como en las maras marcan su territorio, quizás se tatúan y su mirada solo dice quiero hacerte daño. Son resentidos sociales. Los que están arriba en la organización han disfrutado de muchos privilegios, pero saben, como buenos oportunistas, que la necesidad es su gran escenario para reclutar a los de abajo, que con razón ante las pocas oportunidades odian el mundo. Solo caben quienes piensan como ellos y tienen los mismos fantasmas y los mismos “enemigos” políticos. Son un ejército maligno. Yo los llamo la Banda del Pajarito porque su base está en Twitter las 24 horas del día (el símbolo de Twitter es un pájaro azul), aunque operan coordinadamente en otras redes. “Tú eres un delincuente, porque lo digo yo”, o, peor aún, “alguien me paga para decirlo”. Muy visible, un endiosado “creador” se siente un “Dios castigador”, con la potestad de destruir a todo aquel que su mente retorcida le dice que es culpable. ¿Una obra de arte? No me hagan reír. ¡Una canallada!, ¡solo hostigamiento y matoneo!, que es diferente. Un mal ejemplo para los jóvenes apasionados y por naturaleza rebeldes. Muy dañinos para los adolescentes solitarios que se refugian en el mundo virtual y se encuentran con la banda. Es fácil caer. Ante el caos, ellos son los salvadores. Unos justicieros baratos. Unos manipuladores profesionales de la opinión. Son expertos en la cultura pública de la destrucción. Marcan o etiquetan a las personas en las redes. Son dictadores de la opinión. Una intimidación permanente, una amenaza brutal. “Tú eres un delincuente, porque lo digo yo”, o, peor aún, “alguien me paga para decirlo”. Es una cultura de supremacía camuflada en una aparente lucha libertaria contra la corrupción. Pero tienen una vida llena de esqueletos. Se creen dueños de la verdad absoluta; son mal hablados y vulgares. Se dicen defensores de derechos humanos. Tiran la piedra y esconden la mano. Luego se victimizan y ponen esa voz apesadumbrada anunciando ante sus enardecidos seguidores que alguien quiere hacerles daño. Cualquiera puede ser su presa. Son intocables y persecutores. Gozan de impunidad absoluta y lo saben. Quizás alguien del lado contrario se anime a crear su propia banda de sicariato moral y en algún momento los de la Banda del Pajarito pasen de ser solo victimarios a ser víctimas de su propio invento.
Hoy es este o aquel, mañana será otro: su amigo, su familiar, su jefe, usted mismo. Una práctica político-judicial que encontró un nicho. Habrá seres humanos que durante décadas, gracias a la Banda del Pajarito, serán para sus descendientes que vayan a los buscadores de internet simplemente bandidos, corruptos, prepagos, asesinos o ladrones. Abundarán infinidad de memes con sus caras, vestidos de paramilitares, armados hasta los dientes y ensangrentados. Será difícil saber cuál es la imagen real. Todo empeorará. La redes son maravillosas y necesarias si se usan bien. Si son honestas en los debates y contribuyen a la democracia. Si hacen control y veeduría sin intereses políticos. Pero no permitamos que se inunden de estos pesados sicarios.
Síganlos engrandeciendo, apláudanlos, y verán que en un tiempo pasarán de ser sicarios virtuales a engendros de siete cabezas sin control. Entonces les diré que les advertí.