Casi dos décadas han trascurrido desde que las diferentes fuerzas que conforman ese gran aparato llamado fuerzas militares comenzaron a marchar con el mismo paso y compás, no necesariamente por el hecho de iniciar sus movimientos ceremoniales con el mismo pie, sino porque se comenzaba una época en que el éxito o fracaso de uno era el de todos, se integraban la inteligencia y las capacidades para lograr el cumplimiento de la misión y —en ese entendido— ya no importaba el color del uniforme, pues todos, de una u otra manera, contribuían con el resultado obtenido.

Las ruedas de prensa dejaron de ser de manera particular para una fuerza, pues allí, parados frente a los colombianos, todos los comandantes de fuerza presentaban con honor, o con dolor, los balances del trabajo realizado como un solo equipo; muchos comenzaron a reconocer que las fuerzas militares eran la mejor selección Colombia y las encuestas así lo demostraban.

A partir del año 2003, con la creación de la Fuerza de Tarea Omega, la historia de la seguridad de los colombianos comenzaba a escribirse de una manera diferente. Las operaciones conjuntas permitieron asestar los más fuertes golpes a los grupos armados, los obligaron a buscar refugio fuera de nuestras fronteras y, de una u otra manera, fue determinante para llevar a las Farc a la mesa de negociación, así el mejor acuerdo posible al final no lo fuera.

Hoy, una firma cierra el capítulo de esa “conjuntez” operacional, no solo de la historia militar, sino de la historia de la nación, pues el Ministerio de Defensa, mediante resolución 4760 del 01 de noviembre de 2024, avala la disposición 040 emitida por el señor almirante comandante general de las fuerzas militares, mediante la cual “modifica” los comandos conjuntos y suprime, además de las fuerzas de tarea, a los comandos específicos, unidades que llevan el mayor peso operacional contra los diferentes grupos armados ilegales.

Lo anterior implica que se desactiven cinco comandos conjuntos, cinco fuerzas de tarea y tres comandos específicos, entre ellos el del departamento del Cauca, el cual hoy se encuentra comprometida con la recuperación del cañón del Micay, y que dentro de esa intención, hace muy poco desarrolló la Operación Perseo. Les confieso que con esa resolución, percibí algo así como un déjà vu, pues sentí lo mismo cuando se comenzaron a desactivar brigadas móviles, batallones de contraguerrillas y estructuras de la inteligencia militar, una vez se firmaron los acuerdos de La Habana, solo que en esta oportunidad en un proceso inverso, pues aún no se firma ninguno con los actores que están sentados en las diferentes mesas de negociación.

Los colombianos esperamos de corazón que esta decisión no sea una ofrenda del gobierno, como una medida desesperada para mantener los diálogos con la intención de evitar que la paz total de Petro se convierta en un fracaso total.

Aunque este escenario se conocía desde hace unas semanas, su materialización con esta resolución está generando muchas y encontradas reacciones en los diferentes círculos de la sociedad del país, incluyendo a los militares en retiro. Cada uno opina desde su propia experiencia, lo que es legítimo, y en el caso de los militares, el haber sido protagonistas de tantas operaciones, muchas de ellas exitosas, les da la autoridad para valorar la pertinencia histórica de la decisión y los efectos que de ella se deriven en la recuperación de los territorios que hoy están bajo el control de los delincuentes.

En el año 2007, el profesor Armando Borrero Mansilla, sociólogo de la Universidad Nacional, especialista en seguridad y defensa nacional, en su escrito sobre los comandos conjuntos y sus retos en la organización, doctrina y operación, nos advertía: “El modelo conjunto para la operación de las fuerzas militares es una tendencia mundial, que responde a cambios técnicos y a desarrollos organizacionales impuestos por la complejidad social y el desarrollo de la productividad”. Insistía el profesor Borrero, el modelo conjunto es la forma de ver a las fuerzas como un instrumento único e integrado; lo anterior implica que sea mucho más que una simple coordinación entre las fuerzas, tal cual como era la forma de operar antes del 2003 y lo que volverá a ser a partir del momento en que se haga efectiva la resolución ministerial 4760.

En estas dos décadas de organización conjunta, mucho se había aprendido y mucho se había avanzado, sin llegar al nivel esperado, pues aún persiste algo del celo institucional y especialmente muchos intereses de orden político, que no le conviene que las fuerzas militares alcancen el punto óptimo de integración, tanto en lo logístico como en lo operacional. Pero pese a los contradictores, los comandos conjuntos permitían al comandante militar disponer de los elementos de tierra, mar y aire para desarrollar operaciones de manera autónoma, con las unidades asignadas de acuerdo con la jurisdicción; en este escenario, el mayor afectado, si se puede interpretar así, era el comandante de fuerza, quien estaba relegado a lo logístico y administrativo, pues el mando real estaba en cabeza del comandante general de las fuerzas militares. El terminar con la “conjuntez”, hay quienes dicen que esta decisión es una manera elegante de devolverles a los comandantes de fuerza el mando de sus tropas y la responsabilidad operacional, para que el comandante general se dedique a otros aspectos más “estratégicos”, como quien dice, bajarle la presión a la tapa.

Pero también es necesario resaltar que existe una enorme preocupación por la decisión adoptada por el mando, el terminar con los comandos conjuntos, en tiempos en que el sector defensa atraviesa un periodo de fuerte restricción presupuestal y que esto agrave el panorama operacional de las fuerzas militares, como un todo y como fuerza independiente, pues el problema logístico que se avizora tiende a ser mayor por los niveles de obsolescencia en muchos equipos, el desgaste excesivo en unos y la parálisis total por falta de mantenimiento en otros.

De manera particular, el Ejército no estaría en la capacidad de realizar una operación de gran envergadura de manera autónoma, pues un gran porcentaje de sus medios aéreos, para el transporte de personal, están en tierra y muchos de los medios terrestres presentan limitaciones operacionales, ambos por falta de mantenimiento; faltaría ver cómo están los sistemas de armas en depósito que presentan fecha de vencimiento y otros que obligan a mantenimientos de las casas matrices, lo que no se ha hecho, precisamente, por falta de presupuesto. El concepto conjunto permitía una mejor integración de la logística militar, con lo que se apalancaba las deficiencias de una fuerza, con las capacidades de las otras.

Todos hemos podido evidenciar el retroceso que, en materia de seguridad pública, ha tenido el país en estos dos últimos años. La Fuerza Pública ha venido perdiendo la iniciativa táctica y el control territorial en sitios claves de la geografía nacional, especialmente en el suroccidente y la región nororiental del país, y ciertamente frente al panorama actual, valdría la pena abrir el debate sobre las fuerzas militares que necesita la nación, no solo para garantizar el orden interno, sino para cumplir la misión constitucional de mantener la soberanía y la integridad territorial en una geografía tan compleja como la colombiana.

Mientras tanto, los mandos tienen claro cuál es el rol que le corresponde a cada fuerza y actuarán conforme a la responsabilidad que les asiste dentro del reencauchado esquema operacional que viene. Tendrán que recomponer sus estados mayores, desempolvar las antiguas carpetas del llamado sumario de órdenes permanentes (SOP) para recomponer procedimientos de coordinación, mando y control engavetados por años, fortalecer los canales de comunicación con las otras fuerzas para evitar fuego amigo y coordinar apoyos.

No podemos dejar de preguntar cómo irá a impactar el cambio en la estructura organizacional del Comando General de las Fuerzas Militares, en la valoración que tiene la Otan frente a los avances alcanzados por la Fuerza Pública colombiana en el escenario de las operaciones conjuntas, y el efecto sobre los cursos regulares de la Escuela Superior de Guerra, alma mater de este tipo de operaciones. El terminar con los comandos conjuntos, así la resolución no lo diga específicamente, nos acerca a la teoría del cangrejo, no en la forma poética y ensoñadora de Cortázar, sino como lo definió Helena Beristáin, en el sentido que “un resultado esperado se aleja cada vez más de un final, en lugar de acercarse”. En la calle dicen coloquialmente, “un paso hacia adelante y dos para atrás... como el cangrejo”. ¿Será que eso es lo que está pasando con las fuerzas militares?

Debemos recordar que hace más de veinte años, el preámbulo de los comandos conjuntos fueron las fuerzas de despliegue rápido (Fudras), las cuales exigían un componente de alta movilidad que les permitía desplazarse a cualquier rincón del país para entrar a operar en un área que poco o nada conocían. Hoy ese componente de movilidad presenta grandes limitaciones, por no decir que no está disponible, para pensar que la activación de diez Fudras va a ser la estrategia que les va a devolver el país a los colombianos.

Como reflexión final, es válido considerar que la estructuración de los comandos conjuntos se dio de la misma manera con la que se les está dando fin, con un acto administrativo a nivel ministerial, precisamente porque el país no cuenta con una ley de seguridad y de defensa nacional que obligue a que cambios como este tengan la rigurosidad y un peso superior al de un sencillo estudio de Estado Mayor, para que no se “venda el sofá”, desechando años de aprendizajes, por las deficiencias que existan, sino que a partir de lo construido se formulen alternativas de solución para ellas, que lleven a fortalecer las capacidades operacionales. Los grupos delincuenciales hoy están de plácemes, pues los comandos específicos, que eran las unidades que les respiraban en la nuca a los bandidos, dejan de existir. Ellos saben que este espacio que necesitan las fuerzas militares, especialmente el Ejército, para recomponer su estructura les da un tiempo valioso para su fortalecimiento.