«Cuando el amor os llame, seguidlo.

Y cuando su camino sea duro y difícil,

y cuando sus alas os envuelvan, entregaos.

Aunque la espada entre ellas escondida os hiera.

Y cuando os hable, creed en él. Aunque su voz destroce nuestros sueños tal como el viento norte devasta los jardines.

Porque, así como el amor os corona, así os crucifica.

Así como os acrece, así os poda.

Así como asciende a lo más alto y acaricia vuestras más tiernas ramas, que se estremecen bajo el sol, así descenderá hasta vuestras raíces y las sacudirá en un abrazo con la tierra.

Os desgarra para desnudaros.

Os cierne, para libraros de vuestras coberturas.

Os pulveriza hasta volveros blancos.

Os amasa, hasta que estéis flexibles y dóciles.

Pero si, en vuestro miedo, buscáis solamente la paz y el placer del amor, entonces, es mejor que cubráis vuestra desnudez y os alejéis de sus umbrales, hacia un mundo sin primaveras donde reiréis, pero no con toda vuestra risa, y lloraréis, pero no con todas vuestras lágrimas».

Khalil Gibran

Hoy me detengo a pensar si en el año 1923, en el que se publicó el libro El profeta, de Khalil Gibran, creer en el amor era igual de difícil a hoy. Desde el inicio de todos los tiempos, la humanidad se ha debatido entre las dos fuerzas más potentes que existen: el amor y el odio, que nacen del espíritu y del ego, los dos protagonistas de la existencia humana.

El amor es la primera expresión que existió desde el soplo de la creación, es la semilla desde la que se engendra y se crea la vida cuando dos almas enamoradas se funden en una sola para dar a luz una nueva vida.

Es la ternura de una madre, la presencia de un padre, la compañía de una hermana, la complicidad de un amigo, entonces, ¿por qué de repente el amor, que es tan puro y blanco, a la vez es tan frágil y vulnerable, y sin causa aparente se torna en un arma letal que hiere, que rompe y destruye lo que antes era tan amado?

Piensa en ese amor que sentiste tan intensamente en algún momento de tu vida, en tus relaciones más cercanas, que, sin darte cuenta, se volvió conflicto, agresión, violencia y desolación.

¿Cómo el amor puede tener una cara tan blanca y otra tan negra? Más del 65 % de los matrimonios hoy en día termina en divorcio. Vemos también cómo aumentan los conflictos entre padres e hijos, entre hermanos, entre amigos y, al final, entre las naciones.

Una persona promedio de 30 años ya ha sido víctima de múltiples traiciones, infidelidades y estafas emocionales. El amor hoy es desechable, se tira a la basura cuando se lastima y ya no se lucha por sanarlo, salvarlo o reconstruirlo.

¿Entonces cómo creer en el amor?

Es fundamental que revisemos qué es el amor para nosotros, qué significa esa definición de amor, sobre todo para las nuevas generaciones, pues es una palabra que hoy se usa de modo tan ligero, sin detenerse a reflexionar su verdadero significado.

Me gustaría conversar con un sacerdote o un notario para preguntarles cómo mantienen la esperanza en el amor, si después de que dos personas se casan con tal ilusión y prometen honrar ese sentimiento hasta que la muerte los separe, terminan más bien propiciándose la muerte inminente por el maltrato, la violencia, la crítica y el egoísmo.

¿Cómo sería conversar con una enfermera que fue testigo del profundo amor entre una madre y su hija o un padre y su hijo, al momento de nacer?, siendo esta la máxima expresión de amor en la tierra, expresión que más adelante en la vida en ocasiones se convierte en peleas, gritos, empujones, irrespetos, entre otras expresiones de desamor.

La estafa emocional, la infidelidad, la violencia física y psicológica empujan el amor al precipicio del vértigo más agudo, el amor, indefenso y solo, cae al suelo y se revienta en mil pedazos imposibles de restaurar.

Rescato por esto las palabras del poeta Gibran:

«Si en vuestro miedo buscáis solamente la paz y el placer del amor, entonces, es mejor que cubráis vuestra desnudez y os alejéis de sus umbrales, hacia un mundo sin primaveras donde reiréis, pero no con toda vuestra risa, y lloraréis, pero no con todas vuestras lágrimas…».

No existe el verdadero amor que vive en el placer, ni el amor de pareja, ni el de padres e hijos, ni el amor entre hermanos ni amigos; el amor real duele, el amor verdadero trae implícito el dolor, pero no necesariamente tiene que ser un sufrimiento vacío carente de sentido, se puede amar y doler a la vez, cuando se vive un amor sano que honra los valores y la dignidad del otro.

Es decir, yo amo a mi pareja y soy feliz a su lado, si mi pareja se aleja por trabajo, yo lo echaré de menos y sufriré por su ausencia, pero lo amo de modo sano y genuino, ese es un sufrimiento con sentido que da frutos y enriquece el amor.

En cambio, si una pareja dice amarse y ese amor exige al otro sometimiento, humillación, aniquilación de la propia dignidad, entonces el amor sufre de modo destructivo hasta que se marcha roto y desolado.

Hoy hablé con dos amigas. En estas dos conversaciones vi las dos caras del amor:

— Ana, ¿cómo estás?

— Estoy hecha polvo, destrozada, pues mi amor yace en una cama de hospital, en coma, por un grave accidente que sufrió al caer del caballo; siento agradecimiento y un profundo amor porque está vivo, pero a la vez un duelo desgarrador porque, aunque está ahí dormido, no está, pues está entubado y yo tengo mucho miedo de lo que pueda pasar. ¡Cómo duele ver a la persona amada así! Me da terror.

— María, ¿cómo estás?

— Estoy hecha polvo, destrozada y paralizada de miedo. Después de soportar su maltrato, sus gritos y sus humillaciones por 25 años de matrimonio, sus silencios prolongados, castigadores, entre corrientes subterráneas de hostilidad, por primera vez me atreví a decirle, con la misma fuerza que él me grita, que sí quiero el divorcio y que estoy cansada, agotada de soportar y de perdonar.

Aquí vemos el claro ejemplo de que el amor tiene un rostro de dulzura y ternura y, en otros momentos de la vida, tiene un rostro de tristeza y desolación.

¿Cómo creer en el amor cuando nos ha envuelto en sábanas blancas y otras veces nos ha rasgado el alma con sus espinas?

Sábanas blancas que envuelven de amor a un hijo al nacer, que después quizá nos trae conflictos y dolor; sábanas blancas entre las que lloramos de amor y pasión, que después se vuelven testigos del desamor y con ellas nos secamos las lágrimas cuando lloramos de tristeza y soledad, en el mismo lecho en el que tanto amamos…

La respuesta está en la construcción del amor maduro, el que es capaz de acariciar un alma sin encadenarla, el que comprende que el amor tiene renuncias, compromisos, alegrías y tristezas, pero que cuando es un amor genuino llega para quedarse.

Vincent van Gogh dijo en un momento de intensa soledad y locura que “ningún ser humano debería pasar por la existencia humana en soledad, pues es el estado más desgarrador que existe”. ¿Sería la desolación de la soledad lo que enloqueció a esta alma tan sensible y sabia?

Yo me atrevo a volver a creer en el amor, pues creo firmemente que el amor es resiliente y que, aunque haya bajado con él al infierno del dolor por amor, es el mismo amor el que me ha hecho resucitar de nuevo y volver a creer en él…

Volver a amar restaura y transforma el mundo, nuestro mundo interior sana y renueva el corazón. ¡Yo lo estoy viviendo! ¡Es verdad! Yo aprendí y uno, al final del dolor, siempre aprende…

Por esto te regalo este poema, llamado en español Y uno aprende, de Verónica Ann Shoffstall, titulado originalmente After a While, aunque erróneamente atribuido a Jorge Luis Borges.

«Después de un tiempo aprendes

la sutil diferencia

entre tomar una mano

y encadenar un alma.

Y aprendes que amar

no significa acostarse

y compañía no siempre

significa seguridad.

Y empiezas a aprender

que los besos no son contratos y

los regalos no son promesas.

Y empiezas a aceptar tus

derrotas

con tu cabeza en alto y tus

ojos al frente

con la gracia de una mujer,

no el dolor de una niña.

Y aprendes

a construir todos tus caminos

hoy

porque el terreno del mañana es

demasiado incierto para los planes

y los futuros tienen una forma de

caer en pleno vuelo.

Después de un tiempo aprendes

que hasta el sol quema

si recibes demasiado.

Así que plantas tu propio jardín

y decoras tu propia alma,

en lugar de esperar

a que alguien te traiga

flores.

Y aprendes

que realmente puedes soportar

que realmente eres fuerte

y realmente tienes valor

Y aprendes

y aprendes

con cada adiós aprendes».

¡Hay que creer en el amor! ¡Es la fuerza más grande que existe!