Sitúese imaginariamente en la hipotética situación en la que usted hubiera nacido en el año 1900, que cuando usted tenía 14 años, comienza la Primera Guerra Mundial, y termina cuando usted tenía 18. Ahora imagínese que usted es testigo vivencial de una guerra que deja un saldo de 22 millones de muertos. Consecutivamente aparece una pandemia mundial, la gripe española, que deja como saldo a 50 millones de muertos y usted en ese momento ya cumplió 20 años. A sus 29 años, le toca batallar incansablemente con la poca gasolina emocional que le queda para sobrevivir a la crisis económica mundial, que empezó con la caída de la Bolsa de Nueva York, desembocando en la más terrible inflación, las cifras más altas de desempleo y la desgarradora hambruna. Como si fuera poco, los nazis llegan al poder a sus 33 años y cuando usted tiene 36 comienza la Guerra Civil Española, la cual acaba cuando usted cumple 39 años. En ese momento existencial de su vida, comienza la Segunda Guerra Mundial, y termina cuando usted tiene 45 años, con un saldo de 60 millones de muertos. En el Holocausto mueren 6 millones de judíos y cuando usted tiene 52 años y comienza la guerra de Corea. Cuando tiene 64 años, comienza la guerra de Vietnam y termina cuando usted tiene 75 años. Nuestros abuelos y bisabuelos lograban sostener el sentido de la vida, aun cuando este muchas veces fue insostenible, ejemplo de esta hazaña espiritual es el legado que nos dejó Viktor Frankl en su manuscrito El Hombre en busca de sentido: donde magistralmente nos enseña sobre el sentido fértil del sufrimiento, la desesperación interpretada como un sufrimiento vacío y la búsqueda de sentido que nace de nuestra dimensión espiritual; estos han sido los temas principales de la labor humanitaria y existencial de Frankl. ¿Cómo pudo entonces haberse gestado la metamorfosis del alma en esta época tan llena de retos emocionales y de supervivencia? ¿Cuál era el propósito espiritual de estos héroes que resistieron estas épocas tan extremas y devastadoras? Si usted viajara en el tiempo y viera a sus antepasados luchando por conseguir un trozo de pan, medicina y quizá una cama para descansar o morir dignamente. Imagine por un instante que durante las primeras pandemias ya se había observado que el riesgo de enfermar aumentaba al aproximarse a los enfermos; Avicena, el famoso médico del siglo XI, descubrió que, antes del inicio de la peste, las ratas comenzaban a morir en las calles, pero ni él ni nadie en mucho tiempo encontró el porqué, después se descubrió que la ropa usada por quienes habían fallecido también podía transmitir la enfermedad; fue entonces cuando salieron como resultado dos consecuencias: el aislamiento o huida y el acordonamiento o cuarentena es decir la protección de fronteras. Hoy nos encontramos nuevamente ante esta situación para nosotros absolutamente desconocida, con matices apocalípticos… Hoy no elevamos nuestra consciencia para pensar que los tiempos se detienen abruptamente y nos detienen la vida con un propósito oculto, que no se nos revela, a no ser que nosotros en épocas de crisis y adversidad nos detengamos a examinarnos el alma, de igual modo como examinamos nuestro cuerpo. Nos cuesta encontrar el diagnóstico del alma, de igual modo como nos cuesta aceptar el diagnóstico del cuerpo, nos cuesta encontrar la cura sagrada del alma, de igual modo como nos cuesta encontrar la vacuna para la enfermedad. Nos encontramos todos presos de una pandemia espiritual, que se manifiesta en síntomas de temor, de agotamiento emocional, de ansiedad generalizada, de conflictos familiares, de duelo, de pérdida de nuestras seguridades y lo peor de pérdida de sentido… En estos tiempos nos ponemos la máscara en la cara para protegernos de las bacterias letales, quizá del mismo modo en el que nos ponemos una máscara en el alma, para cubrir nuestro dolor, nuestras heridas emocionales y nuestra fragilidad, nuestra letal soledad y nuestra desesperación… Todos estamos aprendiendo a vivir en modo tortuga, escondidos y guardados totalmente en nuestro caparazón, para protegernos de los peligros del mundo que nos amenazan hasta al respirar. Olvidamos también que esos caparazones, los de las tortugas y los nuestros, son duros, oscuros en su interior, solitarios y que en su interior también corremos el peligro de la desolación y el aislamiento emocional. Pregúntese entonces hoy: ¿Cómo puede mantener el sentido de su vida, cuando usted aún está vivo en el año 2020? ¿Cómo puede persistir y no desistir cuando el cansancio de la vida cotidiana, el encierro y la incertidumbre lo agobian y le quitan las fuerzas? Solo existe una medicina para el alma, que lo hará resistir hasta los peores embates físicos, emocionales y espirituales: entrar en su refugio interior, permanecer en el santuario de su hogar espiritual y no soltarse de la mano de Dios, aunque le sea difícil creer en el cuando no lo oye, no lo siente y no lo ve… La noche oscura del alma pasará, siempre pasa y aunque nos deje rostro en tierra, asustados y desolados, siempre aun en sus peores penumbras, su luz interior iluminará, la luz de su alma jamás dejará de brillar. Mi píldora para esta semana: En momentos de vulnerabilidad y desolación, recuerde que la desesperación es un sufrimiento vacío. Apele a la poderosa fuerza de su espíritu como vacuna contra la pérdida de sentido y la devastación emocional. Síganme en todas mis redes sociales como: @paulalopezescritora