Cuando los árboles a tu alrededor empiezan a encender sus luces y los pesebres te recuerdan lo bonito que es vivir en medio de una familia llena de amor, puedes llegar a sentir que es el momento más difícil de todo el año.
Quizá tu familia está rota o dividida, quizá tu pareja ya no está a tu lado y tus hijos han volado del nido. Puede ser que tú, o algún ser querido, esté enfrentando un complicado diagnóstico de salud.
En esta Navidad, quizá no hay paz en tu corazón, pues en tus relaciones afectivas más cercanas hay conflictos, heridas, pérdidas, duelos o situaciones que te roban esa paz.
En ocasiones, la Navidad no es como quisieras o soñaste, pues de alguna manera te impone una felicidad que no sientes y tienes que fingir, también te impone un montón de gastos que no puedes tener y terminas endeudándote por obligaciones sociales y familiares que poco o nada tienen de fraterno o espiritual.
Estas son épocas en las que el espíritu de la Navidad te invita a conectar desde el alma con tus seres más cercanos para compartir, sin embargo, muchos de esos encuentros se tornan en desencuentros que reavivan aquellas heridas que intentas soportar o esconder el resto del año.
Cuando esta cruda realidad te embiste en Navidad, tu celebración se puede convertir en una pesadilla que te agobia, angustia, endeuda emocional y económicamente y te quita la alegría que debería traerte una Navidad verdaderamente espiritual.
¡Constrúyete una Navidad genuina en tu interior y no afuera, en el mundo de los centros comerciales!
Saca tu árbol y cuelga en él una bola por cada persona que ames, cuelga otra por cada una de las personas que te cueste amar, otra por cada una de las personas que ya no estén en tu vida, pero que —de alguna manera— pasaron por ella y te dejaron una huella; cuelga otra bola por cada una de las personas que debes perdonar y otra por cada uno de los perdones que debes pedir. Así, vas armando un árbol lleno de sentido y significado. Luego, cuélgale algunas estrellas de esperanza y paz, enciende unas luces que evoquen tu luz interior, la que te recuerda que, a pesar de la melancolía, de la soledad, de la enfermedad, de la incertidumbre del mundo que te asusta y te amenaza, tu luz interior nunca se apaga.
El pesebre representa la natividad, el nacimiento de Dios en tu corazón, pero también el nacimiento de nuevas oportunidades, de nuevas relaciones y reconciliaciones; por eso, el pesebre también puede tener un propósito espiritual, siempre y cuando tú se lo des en tu interior.
Todos tenemos realidades personales difíciles y en ocasiones situaciones que no podemos cambiar, pero está en tus manos la bendita posibilidad de elegir cómo vivir esta Navidad. Si estás solo y no tienes con quien compartir, si estás sin dinero para dar lo que quisieras, si estás roto y herido, mi consejo es: busca un lugar en el que puedas dar cariño y compañía. Yo recuerdo que en mi Navidad del año pasado —una de las mejores que he pasado en mi vida y sin duda la más serena y espiritual— decidimos con mi hija y su mejor amiga ir a repartir la cena de Navidad al comedor social de la parroquia de Mensajeros de la Paz. Compartimos la cena de Navidad con los habitantes de la calle y los refugiados de guerra, almas solitarias y verdaderamente heridas, sin esperanza y sin hogar, que nos agradecían cada abrazo y cada trozo de pan. Cuando sales de lo que tú consideras tu propia miseria, cuando sales de ti mismo y tu realidad al encuentro fraterno con tu prójimo, comprendes el verdadero espíritu de la Navidad.
Descomercializa tu Navidad, desdramatiza tu Nochebuena. Entra en tu interior y enciende una luz, déjala brillar: la luz de Dios, la única que nada ni nadie puede apagar.
Mi píldora para el alma
Mira a tu alrededor, mira el dolor que están viviendo cientos de miles de seres humanos que lo han perdido todo en esta Navidad. Tú tienes dos opciones: te quedas encerrado en tu frustración e insatisfacción por aquello que no puedes modificar, o pones tus ojos en aquello que puedes dar, lo que no se vende en las tiendas, pues encuentras tu trascendencia cuando sales de ti mismo para construir un mundo más humano…
¿Qué vas a hacer, entonces, en esta Navidad?
¡El regalo eres TÚ!