Una serie de ataques cibernéticos de mediana y alta intensidad contra las Fuerzas Armadas de Colombia se han venido presentando desde el año pasado sin que el Gobierno ni sus agencias sepan a ciencia cierta la gravedad de la información sustraída.

Dos fuentes independientes compartieron temporalmente con esta columna documentos y grabaciones que dan cuenta de hackeos a servidores del Ejército y dispositivos de altos mandos que han permitido la fuga de valiosos documentos, conversaciones, archivos, fotografías y hasta planes y estrategias de guerra.

Información de agencias de inteligencia internacionales consultadas por esta columna aseguran que los hackeos tienen como origen a Venezuela y que operaciones similares han sido realizadas contra la infraestructura armada de Ecuador, Argentina y Chile.

Lo preocupante es que, hasta ahora, poco o nada se conoce sobre la magnitud total de las incursiones venezolanas a las herramientas de los militares colombianos. Pocos han sido los reportes oficiales sobre el tema y, aunque se trata de información sensible que compromete la seguridad nacional, las autoridades no tienen claro cuánto se han robado desde la nación vecina. Como quien dice, nos cogieron con los calzones abajo y hasta ahora nos estamos dando cuenta.

Fuentes de inteligencia señalan que parte de la información sustraída también se logró vía “call centers” en nuestro país, lugares donde reposa información sobre millones de colombianos y empresas de otros países, que no necesariamente cuentan con el respaldo tecnológico suficiente para evitar ser recogida o copiada.

Estos bochornosos y preocupantes incidentes mantenidos prácticamente en secreto por las autoridades colombianas ocurren al mismo tiempo en que se denuncian ataques cibernéticos a gran escala, que han afectado la infraestructura de Estados Unidos. Se trata de episodios reminiscentes de secuestros, pero virtuales, del control de las operaciones de un oleoducto; un sistema de acueducto de una ciudad y la planta procesadora de carne más importante del mundo.

La ciberguerra y el ciberespionaje están en su apogeo. De hecho, el año pasado fue declarado por el propio Departamento de Justicia de Estados Unidos como el peor en términos de ciberextorsiones, lo que llevó a la creación de un comando especializado para combatir este tipo de actividades. Sin embargo, en Colombia las incursiones cada vez más frecuentes y localizadas generan más dudas que actuaciones concretas.

Expertos sobre el tema consultados por esta columna expresaron principal preocupación por la adquisición de la más reciente versión de un programa de origen israelí especializado en el hackeo de dispositivos celulares por parte del Gobierno de Nicolás Maduro. Se trataría de la firma Cellebrite, que, según el diario Haaretz de Israel, ignoró las sanciones de Estados Unidos contra el régimen venezolano y habría procedido con la entrega del programa tecnológico. Por su parte, la empresa niega haber realizado la venta. Nuestras fuentes aseguran que este software también podría haber sido usado para extraer información colombiana.

Estos episodios, que podrían significar el mayor hackeo internacional en la historia de nuestro país, son al menos paradójicos, en una nación en la cual abundan las chuzadas y seguimientos extrajudiciales. Se supondría que esa misma calidad ofensiva contra los nacionales debería significar una defensa igual o superior por los intereses del país.

La pregunta es ¿qué ha hecho el Ministerio de Defensa puntualmente para evitar que esto siga pasando?, ¿qué tan lejos está Venezuela en tecnología sobre nosotros?, ¿cómo opera la cooperación rusa y china con Maduro para hacerles seguimiento a los objetivos colombianos? Y ¿qué está haciendo la Cancillería para enfrentar el tema?

El ministro Diego Molano lleva cinco meses frente a la cartera y desde el primer momento señaló la necesidad trabajar intensamente en la seguridad cibernética del país. Aunque lo que parece es que el gol se lo hicieron a las administraciones anteriores, es determinante que haga público en qué van nuestras indagaciones y los esfuerzos para que esto no siga pasando.

¿Será que Venezuela nos mantiene distraídos con protestas, saqueos y la versión criolla de los colectivos chavistas mientras viola nuestra seguridad nacional? A veces no es amor al marrano, sino a los chicharrones. n