El 73 % de los encuestados no confía en sus vecinos, el 83 % no confía en el sector privado y el 86 % desconfía del Estado. El 34% tiene confianza cero en los partidos tradicionales, el 30 % en los movimientos sociales y el 27 % en los sindicatos. Los que más confianza generan andan mal también: apenas un 34,4 % confía en la iglesia, 25 % en el Ejército y 20 % en la Policía. Mención aparte merece la desconfianza en los medios de comunicación. Solo el 16 % de los encuestados confían en ellos. Semejante cifra es la base para la proliferación de las falsas noticias, de los rumores, de esas posverdades creadas a partir de rumores y mentiras, teorías de la conspiración movidas por las redes sociales, que se han convertido en la fuente primaria de información de las personas, por encima de los medios de comunicación establecidos. Estos resultados generales ratifican las conclusiones de múltiples estudios realizados a lo largo de los años que señalan la ausencia de capital social en nuestro país.  Eso, que parece un concepto abstracto de científicos sociales, lo vemos reflejado cotidianamente en todos los frentes de nuestro país. Esa desconfianza contribuye a la polarización y se alimenta de ella. El argumento se basa en la descalificación del otro. Todos los adversarios políticos son corruptos o politiqueros, todos los competidores son tramposos, todos los intereses son ocultos o perversos. Se ha vuelto imposible reconocer al otro, tender puentes o encontrar puntos de encuentro y tender puentes. Las redes sociales no son las causantes del problema, pero son el escenario perfecto para dar rienda suelta al prejuicio, la intolerancia y el insulto. La construcción de paz, que de dientes para fuera todos defienden, se volvió el tema más polarizante de nuestra historia reciente y nadie quiere liderar la búsqueda de consensos sino imponer su visión particular. Nos quedamos varados en el debate sobre los artículos a objetar de la ley estatutaria de la JEP y nos negamos a unirnos en el propósito de recuperar esos territorios tantos años azotados por la violencia. Combatir el problema de las drogas es otro tema que nos divide a pesar de que todos los colombianos hemos sufrido las nefastas consecuencias de ese complejo problema de salud pública, seguridad y justicia. Hacer el metro de Bogotá se volvió una misión casi imposible. La mitad de los bogotanos se opone a lo avanzado hasta ahora y  sus líderes prometen volver a echar para atrás, descalificando a la administración actual. El desarrollo minero y petrolero nos enfrenta sin posibilidad de diálogo, pues está satanizado por muchos, los mismos que reclaman que haya más recursos para la educación, la salud y la infraestructura y rechazan la idea de que es posible y necesario hacerlo bien. Construir una carretera se volvió imposible porque todos quieren los beneficios pero no sus costos. Los derechos de las minorías étnicas, religiosas, de orientación sexual, se convirtieron en guerras culturales donde para algunos el aceptar y respetar la diferencia significa la muerte de la civilización, la familia y la sociedad. La justicia es tal vez el caso más dramático y patético de ese estado mental colectivo. Todo se judicializa, todo es demandado ante los jueces y tribunales. Pero cuando sale un fallo adverso, los jueces son corruptos y la justicia inexistente. La desconfianza y la polarización son la receta para la parálisis. No hay construcción posible de proyecto, pequeño o grande. Todo está manchado por la estigmatización. No hay liderazgos posibles cuando toda iniciativa está descalificada de entrada por la sospecha de corrupción, la desconfianza. A cualquiera que pretenda hacer algo se le atribuyen intenciones –por definición—nefastas y oscuras. Necesitamos líderes, no solo políticos sino también civiles, en los medios, en la academia que promuevan la construcción de puentes para alcanzar puntos de encuentro, que cultiven y practiquen el respeto y la confianza, incluso en el disenso. Pero la verdad es que si como sociedad, no construimos confianza en nosotros mismos, en la democracia, en las instituciones, no habrá nunca liderazgos positivos que salgan avante. En vez de tirar la primera piedra, deberíamos –cada uno de nosotros—reflexionar y actuar para volver a ganarnos la confianza de nuestro vecino y confiar en él. Sin confianza y respeto los colombianos no vamos a ninguna parte.