Si bien los últimos dos años no han sido buenos en crecimiento económico, ello ha sido a pesar de un contexto externo favorable y no tan hostil para el país como el que inicialmente se esperaba. Por eso debe prestarse mucha atención a la perspectiva internacional y a la capacidad de reacción que se tendría eventualmente en la política pública.
La economía colombiana se recuperó a velocidades impresionantes después de la pandemia, pero lo hizo a través de unas políticas monetarias y fiscales sustancialmente expansivas, que incrementaron los riesgos, desequilibrios y vulnerabilidades. Muy bajo ahorro, muy alto consumo, un ciclo de crédito a los hogares considerable, una persistente mayor inflación y un desequilibrio en las cuentas públicas formaron parte también de las características que venían con tasas de crecimiento muy elevadas tras la pandemia.
Cuando en la segunda parte de 2022 los rumores de recesión en Estados Unidos se fueron afincando, las alarmas para la economía mundial se encendieron. En países como Colombia, esos rumores hicieron temblar la estabilidad económica en todos sus frentes como no se había visto en este siglo. Para fortuna del país, no hubo recesión en Estados Unidos. Aun cuando muchas veces la expectativa generalizada, como la que hubo, puede acarrear que sea una profecía que se autocumple, la economía americana mostró una gran resiliencia y un vigor no solo disipando las expectativas, sino impulsando la economía mundial a mantener una positiva dinámica. Esto, a pesar de la guerra de Rusia y Ucrania, la debilidad de China y la fragilidad de Europa.
En medio de este panorama, las lecciones de los años 1997 a 2001 despertaron muchos análisis comparativos y mensajes cautelosos que concluían que era necesario atender y corregir los desequilibrios internos a tiempo a fin de evitar expandir rápidamente y amplificar los efectos nocivos y adversos del entorno externo hacia la dinámica local.
En mi criterio, esta ha sido la razón de fondo por la que el ciclo de recorte de tasas de interés del Banco de la República ha tenido una dinámica diferente a otros ciclos de recortes. El panorama para la política monetaria ha sido desafiante, pues se hace más complejo avizorar una senda confiable de inflación cuando la coordinación económica tiene mensajes contradictorios o altisonantes. En particular, si bien una reforma tributaria que eleva las cargas fiscales a los agentes económicos puede facilitar la tarea de enrutar la economía y ponderar el gasto, ello no ocurre cuando la visión del Gobierno es la de elevar y aumentar estructuralmente el peso del Estado en la economía. Complejo si la inversión y el gasto público a corto plazo no cuentan con espacio fiscal.
Esto que menciono no es nuevo en la nutrida experiencia internacional. La forma como se desplegaron esos desequilibrios en Argentina y generaron un espiral de pérdida de poder adquisitivo de la moneda tanto por inflación como por devaluación –esto introdujo una estructura de tasas de interés que hizo inviable el crecimiento económico– no difiere mucho de la experiencia de Grecia hace más de una década, a pesar de tener una moneda fuerte como el euro y un Banco Central Europeo que había definido sus tasas de interés en cotas mínimas para ese momento. En Grecia también se vio truncada la disposición de financiación, y la estructura de tasas de interés de la deuda pública se trasladó a la economía e hizo inviable una senda de recuperación del crecimiento económico.
Sin sostenibilidad fiscal, sin salud de las finanzas públicas, no existe moneda sana ni control monetario sobre la estructura de las tasas de interés que permita estimular el crecimiento económico. Con crisis fiscal, la transmisión de la política monetaria a las tasas de interés de la economía es bastante imperfecta, si es que no es nula.
Hay que prestar atención a los fuertes movimientos bursátiles con que empezó agosto. No debe descartarse de plano que, de profundizarse esos movimientos, las fricciones financieras impulsen un entorno más propenso a desatar una crisis externa. Por ahora, los últimos datos de la economía americana sugieren más una desaceleración del crecimiento que una recesión. Los datos de alta frecuencia y el análisis ponderado de ellos soportan una visión constructiva.
Sin embargo, el mundo no solo tiene los riesgos financieros al alza. Están también los conflictos. En un mundo más multipolar están encendidos los riesgos geopolíticos. Muchos de los efectos parecen muy distantes para un país como Colombia, pero si esa geopolítica intensifica cambios en los flujos financieros, o desata efectos económicos fuertes en los motores de crecimiento global, es mejor estar avisados. La experiencia de contagio a finales del siglo pasado con la crisis asiática primero y luego la crisis rusa tomaron a Colombia con grandes desequilibrios y altas vulnerabilidades que amplificaron los efectos externos en la economía local. Es imperioso continuar disminuyendo los desequilibrios locales.