¿Tiene sentido gastarse 17 millones diarios en una campaña de comunicación sobre el coronavirus en el Tolima? ¿Será que a estas alturas no hay información suficiente acerca de la pandemia? No solo el presidente sale cada tarde en televisión, junto a expertos de diferentes áreas para explicar novedades, sino que resulta imposible evadir el bombardeo informativo que padecemos desde hace semanas. En el departamento tolimense, sin embargo, consideran que deben reforzar la comunicación y pretenden emplear 1.020 millones de su presupuesto de urgencia manifiesta en campañas de difusión.
Igual que la Gobernación de Santander. También son partidarios de gastar dinero en intensificar el diluvio informativo. Decidieron insertar 80.000 cartillas sobre la enfermedad en dos periódicos locales, que ahora pocos leen en papel, a un costo de 246 millones. Para complementar, contratarán un call center durante tres meses, por 743 millones. Aparte de la pertinencia de hacerlo, no existe claridad en el contrato sobre la capacidad técnica de quienes lo atenderán para solucionar inquietudes. Sin profesionales preparados, ¿qué lógica tiene ponerlo en marcha cuando quedan muchas necesidades prioritarias sin resolver? En el municipio de Neiva, además de cartillas de 295 millones, presentaron una estrategia de comunicación y sensibilización de 450 millones, y dos proyectos para reactivar la economía neivana después de la cuarentena. Uno, de 500 millones, para gestionar apoyos de la comunidad internacional, y otro, de 200 millones, con el objetivo de estructurar un plan local de empleo. Si ya de por sí el verbo “estructurar” es sinónimo de engavetar un documento inservible, ahora suena a malgastar. Son apenas ejemplos para animar a los veedores ciudadanos a escudriñar todos “los contratos de prestación de servicios de urgencia manifiesta” que se entregan a dedo en tiempo récord y, por tanto, con alto riesgo de caer en el baúl de los inservibles. La rabia es que mientras algunos alcaldes y gobernadores de todo el país emplean fondos en cuestiones de dudosa urgencia sanitaria, el personal hospitalario se queja de impagos de salarios, de falta de elementos de calidad para protegerse frente a la covid-19, de escasez de respiradores y de camas aisladas en las pocas ucis disponibles, entre muchas carencias. Ni que decir en las poblaciones que siempre olvidan. ¿Acaso ya adecuaron las ambulancias en todos los municipios de sus departamentos? ¿Prepararon los lamentables centros de salud donde casi nunca hay nada, ni siquiera médicos? ¿Ya cuentan, al menos, con bombas de oxígeno en óptimo funcionamiento? En Acandí, Quibdó, Bojayá, Cáceres, El Retorno, La Hormiga, por citar un puñado de poblaciones ignoradas, tiemblan solo de pensar en contagiarse. En cuanto a los dineros para mercados, se percibe descoordinación y absurdas duplicidades en varios casos. En Tolima adquirirán 52.000 kits de comida y productos de aseo, por un valor de 5.500 millones. Pero en el contrato, que concedieron a un supermercado de Ibagué, no se aprecia ninguna línea de coordinación con entidades estatales que atienden a las mismas poblaciones vulnerables. Tampoco con empresas privadas, como Organización Roa Florhuila, que anunció una donación de 5.000 millones en asistencia alimenticia para Tolima y otros tres departamentos. A todo lo que habría que evitar hay que sumar denuncias sobre el uso politiquero de algunos mercados. En Arauca señalan al discutido gobernador, Facundo Castillo, de beneficiar a unos aliados políticos que se dedican a elaborar listados con personas de sus afectos para que reciban ayudas.ç
Vaya por delante que todavía no hablo de robo al erario, sino de insensatez en el gasto. Con los tiempos que corren y lo que nos espera, no podemos permitir que se pierda ni un peso. Pero al tratarse de partidas diversas y contrataciones directas en muy corto tiempo, deben intervenir los veedores, además de la Contraloría General. Sería injusto con el personal sanitario que, mientras arriesgan la vida por salvar enfermos, no impidamos que destinen la plata a nada diferente a ayudar a que hagan bien su trabajo. Y a dar techo y comida a los necesitados, incluidos los venezolanos, aunque algunos pretendan marginarlos. NOTA: Triste la muerte de Jorge Luis Yarce, uno de los militares que participaron en la fantástica Operación Jaque. Ese rescate audaz, impecable, emocionante, soñado por años fue una de las mayores alegrías de mi vida. Imposible olvidar la felicidad que sentimos millones de colombianos aquel 2 de julio de 2008 por la liberación de los secuestrados y, también, por arrebatarles a las Farc su tesoro más preciado. Descanse en paz, mi sargento.