Lo que se llama “verdad judicial” sobre los delitos es, afortunadamente, muy difícil de establecer. Se necesitan pruebas incontrovertibles. Pero lo que toca a la convicción privada, y a veces generalizada, depende de indicios más sutiles, o a veces más groseros. Hablo de Álvaro Uribe. Que muchos creamos ciertas las acusaciones de crímenes cometidos por el expresidente (y exsenador, y exgobernador de Antioquia, y exdirector de la Aeronáutica Civil) obedece a cómo los hemos visto actuar a él, a sus amigos, a sus socios y a sus subordinados en los últimos 30 años. Ahora él también, como tantos de sus socios, amigos, etcétera, está preso (en su casa). Aunque, en su caso, solo de manera preventiva. La verdad judicial de lo suyo no ha sido todavía establecida. Y tal vez no lo sea, porque, repito, esa es cosa difícil. Así se desprende de nuestro ordenamiento penal garantista; y así debe ser, aunque no siempre lo sea: la mitad de los presos de las cárceles de Colombia, sin contar los detenidos que hacinan las estaciones de Policía, no han gozado de esas garantías. Son pobres.
¿Y por qué estamos tantos colombianos convencidos de antemano de que Uribe es culpable de todo, o de casi todo, de lo que se le acusa? De soborno de testigos, de autorización de masacres, de fundación de bloques paramilitares, de colaboración con narcotraficantes. Rara vez se ha visto en nuestra historia tanta unanimidad. Referida, eso sí, a la mitad del país. Pero ¿por qué? Por su manera de ser. Por su evidente falta de escrúpulos. Por su talante. Mostrado, de entrada en su primer gobierno nacional –pero ya demostrado en su gobierno regional de Antioquia con su respaldo a las criminales organizaciones armadas de autodefensa “Convivir”–, con lo de Jorge Noguera, su criminal jefe del DAS, por cuyo nombramiento solo se resignó a pedir disculpas, como había prometido, cuando se probó que estaba poniendo ese organismo de la Presidencia al servicio de los narcoparamilitares. Con lo de los falsos positivos: cuando se supo de los primeros civiles asesinados por el ejército para ser póstumamente disfrazados de guerrilleros, que luego llegarían a los 10.000, despachó el incidente diciendo con ligereza: “No estarían cogiendo café”. Con lo de su defensa de las masacres, si estas se cometen “con sentido social” y son el resultado del ejercicio “sereno” de la autoridad, como afirmó por Twitter cuando la minga indígena del Cauca. Con lo de su escogencia de asociados: su primo Mario Uribe, el mismo que luego dijo que el entonces presidente abandonaba siempre a los demás; sus ministros y secretarios y altos comisionados, casi todos fugitivos de la justicia: el Doctor Ternura, la directora del DAS, Uribito, su sucesor designado y frustrado. Que huyeron antes de ser juzgados. También el propio expresidente Uribe se había ufanado de que nunca esquivaría las indagaciones de la Corte Suprema. Y acaba de hacerlo. Luego tal vez ella tenía razón, precautelativamente, al temer que pudiera fugarse. O que, como venía haciéndolo –y por eso estaba siendo investigado–, tratara de interferir en la justicia. Por sus mentiras. Uribe ha mentido mucho a todo lo largo de su carrera política. Pero bueno: ese es un rasgo característico de todos los políticos, de todas las ideologías –o de ninguna– y en todas partes.
Por su fomento del paramilitarismo, desde sus tiempos de gobernador y hasta los de presidente. El paramilitarismo ha sido desde la derecha, y en competencia con las guerrillas de la izquierda, el mayor factor de descomposición política y social de este país. Entre el uno y las otras lo han convertido en un campo de muertos, de secuestrados y de desaparecidos. Que el paramilitarismo haya tenido el respaldo a veces entusiasta de mucha gente en todo el país no lo excusa. Tal vez al revés: lo agrava. Del libro bíblico del Éxodo es el aforismo de que no hay que seguir a una multitud para hacer el mal. Es por todo eso que yo creo –y también mucha gente conmigo– que el expresidente y etcétera Álvaro Uribe Vélez es responsable de los crímenes de que se le acusa. ¿Crímenes de Estado? Y, como dice él, ¿pensando en “los intereses superiores de la Patria”? Me parece que, aunque no hayan sido todavía probados judicialmente, son crímenes.