Encontré a Natalia aburrida saliendo de una clase de su tercera especialización en dos años. Me contó que en la pandemia había sentido que tenía que aprender mucho a cómo relacionarse con otros. Aparentemente Nata estuvo muy sola y se dedicó a estudiar, a mi juicio para cubrir con conocimiento un huequito que le queda en su corazón.
Nata no sabe estar sola. No puede imaginarse la idea de estar sin compañía y su matrimonio se acabó con la pandemia. Ahora está dedicada a estudiar, trabajar y cuidar a su hijo de cinco años. Le pregunté cómo se sentía y me dijo que muy bien, que estaba feliz de andar sola. Mientras me decía eso miraba al piso y se cogía las manos, así que no le creí mucho.
Le dije a Nata que cuando quisiera nos tomáramos un café. Le dejé la puerta abierta, porque sentí que debía decírselo y evidentemente me buscó a los pocos días.
Natalia estaba triste, ansiosa, a sus treinta años su vida era todo menos estable. Comía mal, dormía mal, había dejado el deporte y sus espacios de socialización estaban solo en los grupos de estudio. Nata se veía fundida, cansada, angustiada.
Me habló de su trabajo con mucha animación. Era lo único en lo que se sentía fuerte así que su conversación se amparaba en sus historias de supuesta felicidad laboral. Le pregunté luego de escucharla un rato para qué estaba trabajando tanto y me dijo que porque los clientes la amaban. Le volví a preguntar si valía la pena tanta inversión en su trabajo y esta vez no supo qué responderme.
Hubo un rato de silencio mientras mordía una torta de chocolate enorme que pidió con su capuchino. Me dijo que estaba desesperada, triste por su matrimonio fracasado y que tenía encima cinco intentos fallidos de dieta y no lograba salir de ahí.
Natalia estaba cerca a una depresión y a un burnout, pero no lo aceptaba. Había normalizado su nivel de cansancio y sus domicilios de almuerzo diarios. Le propuse una serie de lecturas y trabajar más en ella, porque estaba dejando su propósito olvidado.
Ella había trabajado hace unos años conmigo en su plan individual, en su propósito personal que estaba en el poder de compartir conocimiento, pero tantas cosas del ambiente la habían hecho olvidar el tema.
Le recordé que el propósito es un concepto profundo y significativo que se relaciona con la razón fundamental o la meta detrás de nuestras acciones y existencia. Aunque el propósito puede variar según las creencias individuales, la cultura y las experiencias personales, todos los seres humanos podemos encontrar un propósito personal a través del autoconocimiento es decir descubrir quiénes somos, nuestras pasiones, valores y habilidades.
Nata recordó que para eso es importante tener metas y sueños, y es que establecer objetivos y trabajar hacia ellos puede darle un sentido de dirección y significado a la vida de cada uno. Pero ella había olvidado todo esto.
Me dijo que no sabía cómo recuperar su propósito. Estaba perdida y esa vida en automático la estaba llevando a procrastinar sus propias pasiones. Llevaba tres años en automático. Entre lágrimas, me confirmó que no sabía para qué trabajaba si quitaba el buen sueldo de su ecuación.
Natalia tiene una tarea larga porque debe hacer de nuevo una búsqueda de metas, reflexionar sobre preguntas profundas sobre su vida, su existencia y el significado de todo lo que hace para apalancar un poco más su gran propósito espiritual.
Nata tiene la decisión de hacerlo y ya empezó. Fue lindo saber que le ayudé a cambiar el switch para desafiar su propósito y encontrar algo más allá del sueldo.
En última instancia, el propósito es subjetivo y único para cada persona. Puede evolucionar con el tiempo y las experiencias. Reflexionar sobre lo que te apasiona, lo que te hace sentir realizado y cómo puedes contribuir al mundo te ayudará a descubrirlo. No te distraigas, tu propósito está ahí al lado tuyo, pero a veces no lo quieres ver. Arranca por preguntarte: ¿para qué haces lo que haces?