En los últimos años, ha habido un angustioso incremento del suicidio y de intentos de suicidio que tienen alarmadas a las autoridades de salud en el mundo y, naturalmente, en Colombia. Muchas tesis se han tejido sobre la causa de esta situación.
Sin embargo, subsiste el interrogante de por qué se han suicidado algunas naciones o al menos lo han intentado. Esa pregunta se ha formulado respecto a la Alemania de Hitler, cuando la mayoría de una población al borde de la histeria vitoreaba al sátrapa y cerraba los ojos ante la tragedia que se cernía sobre ella.
Igual interrogante se formuló con el Japón, en donde regidos por un dios-emperador y una casta militar de matones enquistada décadas atrás, se condujo al país a la catástrofe nuclear.
Se han visto también intentos fallidos de suicidio como en España, cuando se trató de impedir a toda costa la independencia de Cuba, especialmente después del 24 de febrero de 1895 al reanudarse la guerra al grito de “independencia o muerte”.
La incompetencia de la clase política y la rivalidad con los militares condujeron a España al desastre, cuyo último capítulo fue la participación de los Estados Unidos en la guerra en 1898, a raíz de la explosión del buque de guerra norteamericano Maine el 15 de febrero de 1898 en el puerto de La Habana, de la que los norteamericanos culparon falsamente a España.
España era una potencia militar; los Estados Unidos, no. Las fuerzas norteamericanas que intervinieron en Cuba fueron reclutadas a la carrera y carecían de entrenamiento. La mayoría de “voluntarios” eran vagos que se incorporaron para lograr algunos beneficios económicos. El armamento era obsoleto, rezagos de la Guerra de Secesión. La marina era la única fuerza medianamente organizada.
Sin embargo, en menos de cuatro meses el poderoso imperio español perdió sus colonias de Cuba, Puerto Rico, Filipinas, con sus 7.107 islas y las islas Guam; igualmente, sus poderosas flotas tanto del Atlántico como del Pacífico. De los 200.000 soldados movilizados para la guerra desde 1895, 50.000 murieron.
Pocas veces en la historia contemporánea se ha visto, en tan poco tiempo, una derrota militar y política de semejantes proporciones. En España por muchas décadas la bautizaron “El desastre”, mientras que el secretario de Estado de los Estados Unidos, John Hay, el mismo que promovió la pérdida de Panamá, la denominó “La espléndida guerrita”.
Los efectos se extendieron durante el siglo XX, incluyendo la caída de la monarquía y la sangrienta guerra civil entre 1936 y 1939. Todavía en algunos medios españoles, cuando alguien quiere consolar a un amigo de una costosa pérdida, le dice: “Más se perdió en Cuba”.
El caso de Venezuela no tiene muchos antecedentes: el suicidio llevó a que cerca de siete millones de venezolanos tuvieran que salir huyendo de su patria.
Colombia se ha tratado de suicidar varias veces. Una en la Guerra de los Mil Días, con un mandatario incompetente, rodeado de esbirros de condiciones parecidas y con unos políticos ambiciosos que no aceptaban razones. Sucedió también cuando se inició la violencia política en 1948, promovida por el gobierno de turno.
Algunos consideran que en Colombia hubo otro intento de suicidio. Una democracia, por deficiente que sea, no se puede borrar de un plumazo.