Trabajo en una hermosa sala de redacción, un edificio diseñado desde cero para que la información fluya, para que diferentes grupos periodísticos puedan compartir temas, para que surja de manera natural el debate creativo entre colegas, para que las áreas de televisión y digital trabajen juntas y puedan aprender recíprocamente de sus experiencias; y también para privilegiar el espacio común sobre el individual. Todo eso que había funcionado por años se volvió un problema grave con la llegada del coronavirus. Ahora lo debido es exactamente lo contrario. Hay que reducir casi a cero la actividad en la sala de redacción (más del 80 por ciento de los miembros trabaja desde su casa, o simplemente no está trabajando), conservar únicamente el equipo ‘esqueleto’ necesario para salir al aire, imponer la distancia social entre los poquísimos que siguen yendo, y reemplazar las reuniones de equipo por videoconferencias y reuniones telefónicas.
Hago parte de ese grupo mínimo que sigue acudiendo a los estudios y a la sala de redacción para seguir al aire. La cadena Univisión para la que trabajamos sirve a la comunidad hispana en Estados Unidos, casi 60 millones de personas de acuerdo con las estadísticas de Pew, que necesita información más que nunca. Aunque los hispanos son casi el 18 por ciento de la población de Estados Unidos, los medios en inglés dedican menos del 2 por ciento de su espacio a publicar noticias sobre ellos o para ellos. Los hispanos, muchos de los cuales están indocumentados, vienen padeciendo los estragos de la pandemia con más severidad que la población general. Primero porque hacen los trabajos que más los exponen al contagio, y segundo porque los indocumentados –millones de los cuales pagan cumplidamente impuestos en Estados Unidos– han sido excluidos del paquete de ayudas propuesto por el Gobierno del presidente Donald Trump y aprobado con apoyo de los partidos demócrata y republicano en el Congreso. Para citar un solo ejemplo, en el campo de la salud, vale la pena mencionar el hospital Elmhurst, en la muy hispana zona de Queens en Nueva York, que se ha convertido en el epicentro de la catástrofe de salud pública que estremece a la capital del mundo. Las muertes se cuentan por decenas cada día. La demanda masiva de atención ha desbordado las capacidades del centro asistencial, cuyos corredores se han llenado de pacientes, algunos muy graves, que esperan tirados en el piso mientras se quejan en español, en inglés o en spanglish.
Buena parte de los hispanos en Estados Unidos vive del rebusque diario. Son obreros de construcción, agricultores que se iban moviendo por el territorio estadounidense al ritmo de las cosechas, cocineros, meseros, lavaplatos, porteros y trabajadores domésticos, entre muchos oficios que vienen desapareciendo progresivamente. Otros son pequeños empresarios, cuyos restaurantes, tiendas, salones de belleza y floristerías han tenido que cerrar y se aproximan inexorablemente a la bancarrota. Algunos más tienen empleos estables y remunerados que temen perder por el efecto recesivo que sufrirá el mundo y cuya huella se extenderá por años. La ruina de estos trabajadores hispanos se traducirá en mayor miseria en los países latinoamericanos, incluyendo a Colombia. Las remesas que ellos mandan para sostener o ayudar a sus familiares son uno de los más importantes renglones de la economía.
Esas personas que trabajan de sol a sol –y que en numerosos casos viven en la marginalidad en el país más rico del mundo– necesitan que unos reporteros les cuenten lo que está pasando, ojalá en su idioma para que sea más fácil de entender, por algo se llama ‘lengua madre’. Necesitan periodistas que investiguen –que sigan investigando– para señalar las injusticias que aguantan, ahora más que nunca. También requieren un ojo crítico frente a los Gobiernos, en una época en la que se tiende a creer que ‘información oficial’ es sinónimo de verdad. Para ellos trabajamos. Pedro Ultreras, un admirable colega que ha arriesgado muchas veces la vida cubriendo guerras, poniéndole el pecho a huracanes o viajando sobre el lomo de la Bestia, el tren que mata o mutila a muchos inmigrantes que lo usan para llegar a la frontera con Estados Unidos, me lo dijo clarito esta semana: “No nos metimos en esto para vivir tranquilos”.