Con motivo de la guerra, brutal como siempre, en los territorios de Israel y Palestina, dos pueblos -tengámoslo presente- hondamente martirizados, Petro viene publicando trinos a la loca; hasta ahora son más de cien. Esa conducta de naturaleza obsesiva aporta elementos nuevos sobre su estado de salud, que son congruentes con los que nos han entregado, tal vez sin querer, su hermano Juan Fernando y su compañero de andanzas, Armando Benedetti. Sus crónicas ausencias y retardos, que se acentúan cuando regresa de sus frecuentes viajes al exterior, y hacia el fin de la semana, apuntan en la misma dirección.

Mediante esos trinos se están fijando posiciones en el delicado ámbito de las relaciones internacionales. La vía utilizada en esta y en otras ocasiones es distinta a las declaraciones formales que el resto de la comunidad internacional emplea. Sobre esa plataforma se despliegan discursos, cartas, reuniones de jefes de Estado, etc. Pero rara vez trinos, mucho menos en cascada y menos de manera compulsiva.

Ya sumido en el delirio, Petro ha dicho que Hamás es una invención israelí. O sea que -esa es su hipótesis-, con el fin de dividir a los palestinos, supuesto objetivo central del Estado judío, constituyen un precio aceptable los terribles actos de violencia cometidos por los terroristas venidos de Gaza. La respuesta inicial de Israel no se dio usando los canales diplomáticos; se hizo mediante un trino de su embajador en Bogotá: al Clan del Golfo también se lo inventaron los judíos. Al absurdo de Petro se le responde con una ironía.

Ha decretado el presidente obsoleta la búsqueda de consensos en la agenda exterior de la República, una antigua tradición nacional. Así aconteció cuando decidimos ingresar al Movimiento de los No Alineados y participar en la creación de la Corte Penal Internacional. En años más recientes hicimos causa común sobre el apoyo que merecemos de los países consumidores de sustancias ilícitas; el resultado fue el Plan Colombia. Lo mismo sucedió a propósito de la celebración de tratados de comercio e inversión.

Las consecuencias de esas actuaciones inconsultas le harán daño al legado que el presidente quisiera construir. Resulta difícil que futuros gobiernos se sientan inclinados a preservar sus líneas de acción, no solo por su contenido, también por su forma. Habría que pedirle a Laura Sarabia -su contacto con el mundo exterior- que lo invite a reflexionar sobre la condición de símbolo de la unidad nacional que, conforme a la Constitución, ostenta el jefe del Estado.

Escandaliza que Petro haya rehusado calificar los asesinatos y secuestros realizados por Hamás como graves crímenes contra la humanidad. ¡Con su silencio Colombia se ha convertido en aliado tácito de un grupo terrorista! Las repercusiones internas son de enorme magnitud. Los grupos terroristas que aquí medran asumirán que merecen la misma indulgencia que nuestro Gobierno concede a Hamás. Y, en efecto, es lo que está sucediendo. Pueden conservar sus armas a condición de que no las usen contra la fuerza pública (para enfrentar a sus enemigos no hay problema) y se allanen a minuciosas sesiones de bla, bla, bla.

Andrés Caro, en una estupenda columna en La Silla Vacía, y otros, han señalado el ex abrupto que comete Petro al comparar el Holocausto del pueblo judío por los nazis con las acciones de Israel en un territorio que tomó por la fuerza en 1967. Son eventos radicalmente distintos. Para defender la causa palestina, hacer afirmaciones reñidas con la verdad es contraproducente. Yo mismo, que favorezco la solución de dos estados soberanos, teniendo como referencia las fronteras previas a la guerra de los Seis Días, le pido a Petro que, por favor, no ayude.

Su alineamiento a favor de Hamás es contrario a las posiciones fijadas por los Estados Unidos, Canadá, Gran Bretaña, la Unión Europea y otros países con los que hemos cultivado sólidas relaciones de amistad y cooperación. Ninguno de los países latinoamericanos ha adoptado una postura semejante a la de nuestro presidente. Ella desconoce, es importante decirlo, que Hamás no es la Autoridad Palestina, y que importantes países árabes de la región no lo respaldan, entre ellos Egipto, Arabia Saudita y Jordania. Preocupa que, con razón, Hamás haya reconocido a Colombia como aliado suyo.

Ha debido Petro hacer, pero no lo hizo, algo semejante a lo que hizo Antony Blinken a nombre de los Estados Unidos. Condenó los ataques de Hamás y ratificó el amplio respaldo militar de su gobierno a Israel, pero advirtiéndole que privar a los habitantes de la Franja de Gaza de energía, agua y alimentos es una ofensa igual de grave al derecho internacional.

Como era previsible, Tel Aviv ha expresado su malestar a nuestra embajadora y tomado medidas de retaliación contra Colombia. Petro, el tuitero más veloz de este hemisferio, respondió amenazando con romper relaciones diplomáticas. No sorprendería que lo haga. Ya destruyó las relaciones con el Perú; dañó, de manera irreversible, las que tenemos con Chile; hizo un grave desplante al presidente de Corea del Sur; ha ofendido, con sus ausencias e incumplimientos, a muchos mandatarios; casó peleas inútiles con El Salvador; se ganó la antipatía de un probable presidente de Argentina, y fue pésimo anfitrión del primer ministro de la India. ¡Por supuesto, todos pagaremos los platos rotos!

No encuentro factible que se pueda enmendar la plana después de aquel alud de trinos presidenciales reñidos con la verdad y la prudencia. El daño ya está hecho. Se requiere una estrategia para limitarlo. Tenemos unos medios de comunicación que hacen la tarea de informar y criticar con rigor y valentía. Sin embargo, la respuesta de otros estamentos de la sociedad ha sido débil. ¿Dónde están los políticos?, ¿qué fue de los gremios?, ¿se acabaron los partidos?, ¿nada tiene que decir la academia? Se requieren muchas voces calificadas para decirle al planeta que Petro no nos representa.

Briznas poéticas. Leamos a Marguerite Yourcenar: “En todo combate entre el fanatismo y el sentido común, pocas veces logra este último imponerse”.